“Canciones de cuna y de rabia” es
una novela de la que se pueden decir muchísimas cosas y que posibilita una gran
cantidad de reflexiones, toda ellas necesarias en esta época de tribulación en
la que vivimos, con esta amenaza constante de crisis ensombreciendo el futuro y
con la presencia ya más que evidente del cambio climático…. pero sobre con todo
reflexiones vitales para los que atravesamos la edad cuarentañera, década arriba década abajo. Para nuestra generación
es el momento de mirar atrás e intentar entender en qué nos hemos convertido y
en qué podemos convertirnos. Temas como la derrota, la felicidad, la
precariedad laboral, la soledad, la perdida de los padres, el miedo a dejar de
ser fieles a nosotros mismos, la amistad, la paternidad con sus múltiples
preocupaciones, la infidelidad, el hastío, la naturaleza del amor, el poder, la
corrupción, el paro, el deseo, la relación ambivalente con los orígenes y los
recuerdos… pasean por las páginas escritas por Juan Miguel obligándonos a
reflejarnos ante todas ellas.
Pero sobre todo ante los
recuerdos… Aunque esta novela transcurre en el presente, la puerta abierta al
pasado es una constante. Y nos permite hacer una reflexión sobre la calidad de
los recuerdos de la infancia y adolescencia frente a la calidad e intensidad de
los recuerdos de nuestra etapa adulta. Somos capaces de recordar cosas
minúsculas de cuando éramos pequeños y emborronamos los recuerdos adultos. Al
menos a mí, que soy tremendamente desmemoriada, me pasa… Cuando uno se hace
mayor desaparece una gran parte
de nuestra capacidad para la sorpresa, para la extrañeza ante la
realidad, y por culpa de eso la vida nos abruma con mil pequeños suvenires
intrascendentes que se nos escapan entre los dedos. Otro de los elementos claves de la novela es la trágica
historia contemporánea de España. La herida de la Guerra Civil no termina de
cerrarse, no somos capaces de cerrarla como sociedad y, desgraciadamente,
continúa presente en nuestros días. A la Hidra de nuestra historia
reciente cada día le crecen nuevas cabezas a poco que investiguemos en los
archivos, como hace Roberto, uno de los protagonistas de la novela.
Otro de los temas vertebrales de
la novela es el Colegio San José, que comparten los protagonistas masculinos, y
que es el trasunto del manzanareño Colegio D. Cristóbal. Un Colegio peculiar en los años 70-80, que
constituye un reservorio único de anécdotas para los alumnos de esa época. Una
educación que hoy sería, sin duda, más que controvertida pero que, con todas
sus sombras, convirtió, al menos a una parte de sus alumnos, en personas
especiales y extraordinarias. Las niñas milagroseras,
entre las que me incluyo, criadas entre algodones y protegidas por las
aperturistas Hermanas de la Caridad, encontraron en los "cafres" de
D. Cristóbal su horma del zapato cuando entraron en el instituto. Se crearon
entonces unos vínculos que constituyen, todavía hoy, un elemento esencial de
nuestras vidas. Entre ellos se encuentra, por supuesto, mi encuentro con
Juanmi, que ha marcado una parte esencial de mi vida.
Sobrevuela, también,
continuamente durante toda la novela la pintura realista y la figura de Antonio
Iniesta, convertido en Alonso. Este pintor, tío-abuelo del autor, es una de las
grandes figuras artísticas de nuestro pueblo y la novela actúa como un homenaje
a su obra pero sobre todo a su persona. Leyendo la novela he recordado una
tarde en la que Juan Miguel me llevó al estudio de su tío…. Me acuerdo sobre
todo de los lienzos sin terminar,
testigos de un proceso creativo que nos fascinaba… Éramos ya en el instituto
dos personas necesitadas del calor del arte…
Casualmente, el día en el que se
presentó en Manzanares las Canciones de Cuna y de Rabia de Juan Miguel, se
publicaba también el último disco de 091 tras 24 de años de silencio. Este grupo
es autor de la canción que da título al libro y tiene una presencia
trascendental en el desarrollo de la trama de la novela. 091 en particular y la
música en general, actúan como un personaje más, para deleite de los musiqueros
como yo, evocando libros míticos como el de Alta Fidelidad de Nick Hornby.
Me gustaría terminar con una
reflexión personal sobre la necesidad de leer ficción. Yo, que he sido una
lectora voraz durante la mayor parte de mi vida, veo ahora cómo las
obligaciones laborales y el cansancio (también, por qué negarlo, Netflix) hacen
que lea poco y mal… Y eso tiene un efecto tremendamente perjudicial en mi día a
día. Las novelas en mi vida han sido y son ansiolíticos; no sé porque me empeño
en olvidar el bien que me hacen. En
la vida se hace estrictamente aquello que se quiere, las escusas sólo valen
para justificar no hacer aquello que no queremos hacer. Tenemos que leer
más. Sin escusas. Y tenemos que
agradecer a los valientes que tienen el arrojo de escribir ficción, que nos regalen su tiempo y su vida a través
de las palabras. Y eso es lo que creo que queremos hacer todos los que abrimos
y leemos esta novela: agradecerle al autor su empeño, su osadía, tu terquedad y
su talento… que nos han regalado esta esplendida novela.
Yolanda Peña Cervantes
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