CEMENTERIO MILITAR DE CUACOS DE YUSTE: CUANDO LA MUERTE
BORRA LAS HUELLAS Y A LA VEZ LUCHA CONTRA EL OLVIDO.
Artículo publicado en la revista La Aventura de la Historia, número: 219
1.
“... os aviso, cuando a los grandes de este mundo les da
por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón...”
En ningún Cementerio Militar hay escrita esta frase de “Viaje
al fin de la noche” de Louis Ferdinand Céline, aunque creo que no sería
mala idea. Visitar un cementerio militar cuando no te une ningún vínculo familiar
con nadie de los allí enterrados, es muy extraño, siempre. Sobre todo cuando
los otros lazos casi se han desatado y no hay ni patria ni ideología ni
religión que te conecte a esos cuerpos. Pero siempre queda algo, los muertos
siempre dejan algo más, no solo un puñado de monedas a Caronte. Todos los
cementerios guardan, por pequeña que sea, una porción de belleza y de verdad,
que además suelen coincidir en la misma cosa. En
la comarca de La Vera, al norte de la provincia de Cáceres, concretamente en
Cuacos de Yuste, se encuentra el único
cementerio militar alemán de toda España. En él se encuentran los restos
de 180 soldados germanos, fallecidos durante la Primera y Segunda Guerras
Mundiales en territorio español o cerca de sus costas.
En esa ladera de la sierra de Gredos, veintiséis olivos
cobijan con su sombra una formación de cruces grisáceas exactamente iguales.
Una imagen impactante: 180 sencillas cruces de granito oscuro, cuidadosamente
alineadas. El cementerio consta aproximadamente de 3.850 metros cuadrados, con
robles y alcornoques rodeando una capilla y el claro donde están enterrados
esos militares caídos en época de guerra. Al lado de la carretera que sube al
monasterio, una pequeña muralla y un igualmente pequeño aparcamiento adosado al
arcén, da paso a un sendero que conduce hasta la capilla. En torno a ésta se
encuentran, por un lado, los jardines y, del otro, tres patios funerarios y las tumbas. Al llegar a la puerta de la capilla,
posiblemente uno se tope con Pedro, un amable rumano que dice vivir allí y que
se ofrece como oficioso guía a quien lo desee. Muy cerca de él dormita un perro
llamado Pablo. Viste un mono azul, sonríe constantemente y en sus ojos no hay
ni rastro de locura, al contrario, son serenos y amistosos. Paseando por entre
las tumbas uno se pregunta muchas cosas, y también en qué lugar dormirán Pedro
y su perro, cómo serán las noches en aquel lugar, en mitad de una carretera
algo escarpada de una sierra fecunda, acompañado de cruces de granito.
Grabadas en las cruces puede leerse el nombre del militar, su
rango y el día de su fallecimiento. Bajo ellas se encuentran enterrados
aviadores y marinos alemanes de la primera y segunda Guerra Mundial que
llegaron a las costas y tierras españolas debido a naufragios o derribo de sus
aviones; 26 militares de la Primera Guerra Mundial, 129 de la Segunda, la
mayoría de ellos pertenecientes al Ejército del Aire (Luftwaffe) y a la
Marina de Guerra (Kriegsmarine), 25 In
Memorian (no contienen restos) y ocho de soldados desconocidos. No hay
ningún otro símbolo más allá del silencio que envuelve el lugar.
2.
Después de la Gran Guerra, a finales de 1919, nació en
Alemania la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes (Volksbund Deutsche
Kriegsgräberfürsorge), una asociación no gubernamental cuyo objetivo era
buscar, promover y conservar las tumbas de los militares fallecidos fuera de
sus fronteras. Dicha entidad ha estado activa desde entonces, con un pequeño
“paréntesis” durante la Segunda Guerra Mundial, manteniendo un total de 827
camposantos en 45 países. En 1954, recibió el encargo del Gobierno de la República
Federal de Alemania de buscar en el extranjero las sepulturas de los soldados
alemanes, no para repatriarlos, sino para reunificarlos, creando para ello
cementerios propios en esos determinados países.
La Comisión adquirió en 1975 un terreno en el que finalmente
se establecería el cementerio militar alemán, concretamente en el municipio de
Cuacos de Yuste. El motivo de su ubicación hay que buscarlo en el monasterio
donde el emperador Carlos de Austria o
Habsburgo, conocido como Carlos I de España y V de Alemania, pasó sus últimos
meses: En 1556 el emperador Carlos
abdica, dejando sus reinos en manos de su hermano y su hijo e instalándose en
la comarca de La Vera a fin de encontrar mejoría para la molesta enfermedad que
le aquejaba (gota). Mientras se hospedaba en el castillo de Oropesa por
cortesía de Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, mandó construir junto al Monasterio de Yuste una casa palacio,
donde se hospedó desde febrero de 1557. Poco más de un año después fallecería
víctima del paludismo, el 21 de
septiembre de 1558. Ese es el motivo principal que explica porqué dicho
cementerio se encuentra allí. Aunque en 1573 Felipe II trasladó los restos de
Carlos V de Cuacos de Yuste al Panteón de los Reyes del Monasterio de El
Escorial, siempre fue el deseo del emperador Carlos que sus restos descansasen
allí. Resulta imposible imaginar el deseo último de los soldados alemanes que
fueron trasladados a unas decenas de metros del monasterio, pero seguramente
ninguno imaginó que pudiese ser aquel.
En junio de 1980 comenzaron las obras del cementerio. Al
mismo tiempo, una joven empleada de la Embajada Alemana en España, llamada Gabriele Marianne Poppelreuter,
iniciaba la búsqueda de las tumbas de todos los soldados alemanes que se
hallaban distribuidas por el estado con el fin de trasladarlos al futuro cementerio. Tardó tres años en dar por
finalizado su trabajo (recorriendo más de 15.000 kilómetros en ello). Los restos de los militares fueron
introducidos en urnas precintadas y rotuladas que fueron almacenadas en
una sala del Palacio del Monasterio hasta la finalización de las obras,
pudieron ser inhumados. El cementerio
se inauguró el 1 de junio de 1983 con una misa oficiada conjuntamente
por un sacerdote protestante y el abad del Monasterio de Yuste. Una placa en la entrada del recinto
explica su origen, señalando que los soldados “pertenecieron a tripulaciones de aviones, submarinos y otros navíos de
la Armada hundidos. Algunos de ellos murieron en hospitales”. Ninguno de los enterrados en Cáceres perteneció
a la Legión Cóndor que luchó en la Guerra Civil española. “Sus tumbas estaban repartidas por toda
España, allí donde el mar los arrojó a tierra, donde cayeron sus aviones o
donde murieron”.
Aunque el camposanto fue diseñado para albergar 186 tumbas,
finalmente sólo fueron ocupadas 180 debido a problemas en las exhumaciones. 25 fosas no guardan cuerpo alguno, debido a que los mismos habían
sido depositados en osarios comunes o se desconoce su destino. Son las cruces
que llevan la inscripción In
Memoriam. Tanto en unas como en otras tan solo aparece el nombre del
fallecido, su ocupación en el momento de la muerte y la fecha de nacimiento y
defunción, sin diferenciar rangos
militares. Además, los soldados están agrupados con los de su mismo
cuerpo de servicio y guerra en la que tomaron parte. También se colocaron ocho
cruces pertenecientes a soldados cuya filiación se desconocía y en las que
puede leerse la frase “Ein Unbekannter Deutscher Soldat” (Un soldado
alemán desconocido).
3.
Cada año, el segundo domingo de noviembre, la Comisión de
Cementerios de Guerra Alemanes organiza el Día de Luto Nacional (Volkstrauertag), en el cual se
recuerda a todos estos soldados
fallecidos dentro y fuera de sus fronteras, así como a los que en la actualidad
se encuentran en misiones de paz o
humanitarias.
En las últimas líneas de la placa conmemorativa del
Cementerio Alemán de Cuacos de Yuste puede leerse: “Recordad a los muertos con profundo respeto y humildad”.
Paradójicas palabras que siempre resultan certeras. Gran parte son muchachos
que sólo contaban con 18 o 20 años.
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