viernes, 29 de abril de 2016

Dos fragmentos. Andrés Sorel. Antimemorias de un comunista incómodo. Editorial Península, 2016.


Andrés Sorel. Antimemorias de un comunista incómodo. Editorial Península, 2016. 

Capítulo 17: “Con una mujer llamada Pasionaria.”

“En la intimidad cambiaba. Te encontraste a solas con ella varias veces, y en su casa, en el hotel en que te alojabas en Moscú, paseando por las calles de Praga o descansando en una playa búlgara de las acotadas para invitados comunistas, mientras llevaba en brazos a tu hija de un año de edad, su voz se tornaba suave. A veces se sumía en un profundo y prolongado silencio, tal vez meditando las cosas que tú le decías, diferentes a las palabras oficiales, aduladoras, rutinarias o triunfalistas, tan dadas a verter en sus oídos por quienes la visitaban creyendo que así halagarla. Gustaba le hablaras de lugares, ciudades y costumbres de la perdida España. Cómo eran ahora, cómo se vivía, qué diversiones tenían, hablaban los jóvenes, incluso comían, descripciones y cuadros costumbristas al margen de las consignas e informaciones políticas. Se volvía su voz, al hablar, más acogedora, dulce, humana, como si soñara, incluso como si pidiera ayuda para encontrarse a sí misma y caminar por las calles y pueblos que quería reconocer en la existencia abandonada pero que todavía encontraban huecos en su memoria, también consciente aunque nunca pudieses en público reconocerlo, de su destino, de su derrota, encerrada en una irrealidad que parecía no alcanzar fin. Los momentos más dramáticos o íntimos, tal vez sinceros, los viviste con ella en Praga, ocupada por las tropas de su país de acogida y residencia, el faro que desde su juventud iluminó sus creencias y le aportara luz a su nunca abandonados, quizá hasta ahora, sueños. Era un día en que al fin conoció el éxito de una huelga general pacífica de la que había hablado durante años, persiguiéndola en la España de Franco. El silencio se había hecho protesta para oponerse a la patria del comunismo. Y la angustia devoró la realidad de lo que comenzaba a convertirse en un comunismo inexistente, también fracasado.”
Páginas 212-213

“Todavía en otro viaje que realizarías a Moscú verías por última vez a Dolores. La invitaste a cenar en el hotel en que te alojabas. El guía que te acompañaba en aquella visita se despidió de ti hasta las nueve de la mañana siguiente en que vendría a recogerte para llevarte a la Unión de Escritores. Os quedasteis solos Dolores y tú en el salón semivacío donde os sirvieron la cena. Esta e prolongó hasta cerca de las doce de la noche en que el chófer vino a buscarla para conducirla a su domicilio. Tú fuiste crítico con tu visión de la URSS y la deriva el comunismo tras la invasión de Praga y tu experiencia en otros países comunistas, incluso te referiste a las escisiones en el partido español y maneras de interpretar la realidad desde fuera poco acordes con lo que opinabais quienes trabajabais en el interior. Cuando se marchó Dolores subiste a la habitación. Apenas llevabas unas horas de sueño, serían las cinco de la madrugada, cuando sonaron fuertes golpes en la puerta de tu dormitorio. Dos hombres se encontraban detrás de ella, que, cuando abriste, a través del intérprete te comunicaron que prepararas rápidamente la maleta, que tu avión salía dentro de tres horas para París e iban a conducirte al aeropuerto. Sus rostros eran serios, autoritarios. La situación, la inesperada y desagradable sorpresa, cuando ocurría, te dejó prácticamente sin habla. En el aeropuerto te entregaron el billete. Hablaban entre ellos. Te acompañaron incluso en la sala de embarque. Se quedaron esperando hasta que en la paciente cola vieron cómo ascendías las escalerillas que te llevaban al interior del avión. Cuando descendiste en el aeropuerto de Orly te estaban aguardando otros dos hombres, policías franceses. Amablemente te dijeron que los acompañaras. Te condujeron a un despacho de las oficinas policiales del aeropuerto. Te interrogaron. Qué habías ido a hacer a Moscú. Cuánto tiempo pensabas permanecer en París. Les hablaste del libro que escribías y las entrevistas que debías realizar en la capital rusa para el mismo, que tenías cita en la editorial Ebro y que en menos de una semana pensabas regresar a España. Te dejaron marchar. Nunca sabrías lo sucedido. Intuías tan solo que fueron los servicios de seguridad del KGB quienes siguieron tu conversación con Dolores en el hotel y decidieron expulsarte de Moscú. ¿El resto? No eres escritor de novelas policíacas.”
Página 221.



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