lunes, 20 de enero de 2014

El hombre con el cubo de estiércol visita la Casa del Lector de Madrid

Lunes.

Removí el café y me senté tras encender la radio. Después de poner a Supertramp y a The Beatles, en Radio Andalucía Información, descubro que una dulce locutora está relatando la historia de las canalizaciones de agua desde las ciudades sumerias hasta la actualidad, monótonamente, saltando a través de los siglos como quien salta de un charco a otro sin importarle cuánto pueda salpicar. Tristeza y alegría a la vez, monotonía y sosiego. Cuando terminó: París, siglo XIX, y tras un segundo de silencio, comenzó a sonar "Wonderful World", de Sam Cooke, sin que la locutora lo anunciase. Tuberías en un mundo maravilloso. Levanté la cabeza del libro del libro que estaba leyendo (Nostalgia, Cartarescu), sonreí con ganas de soltar una carcajada pero no pude. Un francés con levita y mitones mea y entona a Sam Cooke mientras cultiva las razones objetivas de su chovinismo al ver cómo sus heces se van por el retrete comunitario que le acaban de instalar... Quise volver a la lectura, pero no pude. Vagabundeé por la casa y acabé sentado en el suelo. Acababa de amanecer. Todos dormían aún.... Me lamenté de no recordar la canción de Supertramp (¿"Crime of the century" tras hablar de las letrinas romanas?); la de The Beatles fue "The fool on the hill", y supongo que sería cuando hablaba del origen de la peste negra... Comienza un nuevo programa y no me gusta la música que ponen, así que elijo algo de la estantería y dejo que el saxo tenor de Ben Webster me mantenga un poco más en transito del bostezo a la rutina. Mientras, recuerdo el comienzo de la biografía de Hrabal escrito por Zgustová... Aún no lo he terminado... A la falta de tiempo se le añade que me siento con la intención de absorber cada palabra... Como un chiste malo contado en una cervecería de Praga, las pastillas y las altas horas en las que puedo coger el libro, hacen que la mitad de las veces me duerma a la tercera página... La mitad de las veces, la otra mitad no, y ahí es cuando empieza lo bueno...Hace un par de semanas recibí un correo de una amiga en el que me contaba que la editorial Galaxia Gutenberg va a reeditar este libro "Los frutos amargos del jardín de las delicias", así como a publicar un libro de Bohumil Hrabal que nunca había aparecido en castellano aún. También me comenta algo sobre un exposición en Madrid con motivo del centenario de su nacimiento. Enciendo el ordenador y busco la noticia en la página del Centro Checo... La encuentro: (http://madrid.czechcentres.cz/programa/event-details/100-aos-desde-el-nacimiento-de-bohumil-hrabal/). Recuerdo cómo se abre el libro de Zgustová y también recuerdo el fragmento de "La pequeña ciudad donde el tiempo se detuvo" sobre una mujer joven y hermosa, sobre unas cintas que recogen un pelo larguísimo, sobre una letrina, un vestido, unos nervios incontrolables ante la invitación de un guapo hombre para bailar... Tengo sobre la mesa el libro de Zgustová, el de Hrabal no, está en el dormitorio y no puedo entrar a buscarlo...Ya que dispongo de tiempo antes de que los niños se despierten, abro el abandonado blog y escribo...

Emma Srnova, CAT KING BOHUMIL HRABAL
1994

"Es el día primero de mayo, a principios de los años cincuenta. La pequeña ciudad de Nymburk -como todos los pueblos y todas las ciudades de esa parte del Europa que, unos años atrás, se convirtieron en comunistas- celebra la Fiesta del Trabajo. Los obreros de las fábricas, los empleados de las empresas estatales, endomingados, se han puesto en filas y marchan por las calles adornadas para la fiesta con flores de papel y banderitas checoslovacas y soviéticas. Los escolares y los estudiantes cierran la procesión, todos vestidos con los uniformes de la juventud comunista: camisas azules o blancas, pañuelos rojos de tres puntas atados al cuello,
La procesión pasa por la avenida principal, después gira a la derecha; y entonces, de repente, un extraño caos se introduce en el orden rígido de las filas, las muchedumbres susurran, señalan algo con el dedo, sonríen, los niños y estudiantes se tronchan de risa y dan saltos para ver mejor: de una bocacalle acaba de salir un hombre vestido con una camisa de cuadros, un mono y un casco de obrero; del extremo de un largo palo, que lleva apoyado en el hombro, cuelga un cubo que desprende un insoportable hedor a excrementos: el hombre está limpiando el pozo de la letrina y se lleva la porquería. Lentamente, el cubo procede al encuentro de los ciudadanos vestidos de fiesta, se balancea de un lado a a otro, y los participantes de la procesión se olvidan de agitar las banderitas y las flores de papel; con la boca abierta miran el cubo apestante y, mareados, se hurgan los bolsillos buscando un pañuelo. Como si estuviera solo en el mundo, el hombre con el cubo en lo alto da la vuelta a la esquina y se aleja, majestuosamente, llevando su carga al campo. Como se arrastra la cola del traje de un rey, un velo apestante sigue al hombre del cubo; su extraña sombra. Él también celebra su fiesta particular: limpiar la letrina y transportar los excrementos representa para él una especie de limosna filosófica; en ella, él es el sacerdote que rinde homenaje al ciclo de la vida, trajinando lo humano más allá de donde surgió. Un cubo tras otro lleva a los campos y, sin prisa, vierte ceremoniosamente su contenido sobre la tierra como abono. Se deleita ante la belleza de su rito anual y, en aquel instante, hasta la condición humana con sus metamorfosis le parece sublime."

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