sábado, 4 de mayo de 2013

Emmanuel Carrère escribe un maravilloso libro sobre Eduard Limónov mientras yo combato el insomnio



Tengo varias entradas a medias, pero algo pasa que no las termino; cuando por fin me siento a escribir, suele ser muy tarde y tengo la cabeza entre embotada y presa de un incipiente dolor, por lo que me cuesta concentrarme y escribir algo con un mínimo de coherencia. Hoy sin embargo me pondría a escribir disparates, a escupir mala baba y a despotricar sobre el mundo, el país, sobre mi vida o sobre la reputa madre que mal parió a ese mismo en el que estás pensando; sin embargo el cansancio de algún modo atempera la bilis y opto por el camino del medio. ¿Cuál es? No tengo ni puñetera idea pero no es esto. 


Para olvidarme de mí mismo, recomendaría un libro, un libro fascinante y bestial: "Limónov" de Emmanuel Carrère, editado por Anagrama. Insisto, alucinante. Lo he leído a trompicones, lo he leído despacio, lo he leído casi febril, lo he leído deseando que no se acabara nunca y lo he leído deseando llegar al final. "Limónov" sí, es la vida de Eduard Limónov, pero contada por Carrère, con Carrère metido dentro pero con un pié fuera, con Carrère como un Homero del siglo XXI relatando la vida de un Ulises moderno; moderno por su carácter poliédrico y por su insolente ambigüedad moral, ética, política y vital. La sola presentación de dicho personaje en las primeras páginas tiene un resultado casi hipnótico, y a la mitad del libro te encuentras con que devoras las páginas deseando que ese libro te de alguna pauta para interpretar a Limónov. Te cae bien, te cae francamente bien, pero por algún motivo sabes que no te debería caer bien, pero tampoco sabes explicarlo. Carrère tampoco sabe, y mientras cuenta la vida de este héroe ruso con mil vidas dentro de su abrigo, pasa por la historia del fin de la Unión Soviética, pero su forma de abordar esa caída es tan rica y tan literaria, y a la vez tan profunda, como el relato del propio Limónov, y siempre que cierras el libro para seguir con tu vida, todo te parece tan pobre... los tertulianos de las televisiones, los telediarios, los periodicos, los periodistas, la manera en la que los que habitualmente "te cuentan el mundo" te parecen tan estúpidos, tan vacuos, tan gilipollas, que sólo deseas que la rutina te deje volver al libro de Carrère. Con libros así me pasa como al Pierre Menard de Borges, que transcribiría palabra por palabra el libro, pero en vez del Quijote haría de autor de Limónov libro, de Limónov creciendo, abandonando y volviendo a Ítaca, una Ítaca que fue país más grande de la tierra y que es tan miserable como humano. Este libro espolea, te hace sentir miserablemente pequeño, y a la vez te hace sentir que tienes cojones, o que al menos que deberías redescubrírtelos, y que tu vida es tuya y que mientras haces con ella algo, lo que sea, procures que sea hermoso y terrible, y si es una revolución, mejor, mucho mejor...

Pág 15-16: "Le había conocido al principio de los años ochenta, cuando se afincó en París, con la aureola del éxito de su novela escandalosa, "El poeta ruso prefiere a los negrazos". En ella relataba la vida miserable y espléndida que había llevado en Nueva York después de emigrad de la Unión Soviética. Trabajos a salto de mata, supervivencia día tras día en un hotel sórdido y a veces en la calle, polvos heteros y homosexuales, curdas, robos y peleas: podría hacer pensar, por la violencia y la furia, en la deriva urbana de Robert De Niro en Taxi Driver, y por el ímpetu vital en las novelas de Henry Miller, cuya piel coriácea y placidez de caníbal poseía Limónov. el libro no era poca cosa, y su autor no decepcionaba cuando le conocías. En aquel tiempo estábamos acostumbrados a que los disidentes soviéticos fuesen barbudos serios y mal vestidos, que vivían en pisitos llenos de libros y de iconos y se pasaban noches enteras hablando de la salvación del mundo a través de la ortodoxia; y ten encontrabas delante de un tipo sexy, astuto, divertido, que tenía a la vez aire de una marino de juerga y de estrella del rock. Estábamos en plena onda punk, el héroe que él reivindicaba era Johnny Rotten, el líder de los Sex Pistols, y no tenía empacho en calificar a Solzhenitskyn de viejo gilipollas. Era refrescante, aquella disidencia new wave, y, a su llegada, Limónov había sido el niño mimado del mundillo literario parisino, en el que yo, por mi parte, debutaba tímidamente. Limónov no era un autor de ficción, sólo sabía contar su vida, pero era una vida apasionante y la contaba bien, con un estilo sencillo y concreto, sin afectaciones literarias y con la energía de un Jack London ruso. Después de sus crónicas de la emigración publicó sus recuerdos de infancia en la barriada de Járkov, en Ucrania, luego los de sus días de delincuente juvenil, y después los de poeta de vanguardia en Moscú, bajo Brézhnev. Hablaba de esta época y de la Unión Soviética con una nostalgia socarrona, como de un paraíso para hooligans espabilados, y no era raro que al final de una cena, cuando todo el mundo estaba ebrio menos él, que tenía un aguante prodigioso para el alcohol, hiciera el elogio de Stalin, lo que atribuían a su gusto por la provocación. Te cruzabas con él en el Palace, luciendo una guerrera del Ejército Rojo. Escribía en L´Idiot international, el periódico de Jean-Édern Hallier, que no era blanquiazul ideológicamente, pero que reunía a personajes anticonformistas y brillantes. Le gustaba la trifulca, tenía un éxito increíble con las chicas. Su desenvoltura y su pasado de aventurero nos impresionaban a nosotros, jóvenes burgueses. Limónov era nuestro bárbaro, nuestro gamberro: le adorábamos".


Tomas aliento y dices, 396 páginas así y me muero de placer. Ahí no está solamente Limónov, también está Carrère, sabes que va a estar, sin mostrarse demasiado pero dispuesto de aparecer para devolver el globo a tierra, para hacer literatura y a la vez explicar cosas, contar cosas, abrir matices, romper la Historia, para dejarte maltrecho y espabilado... Sin embargo, aunque todo eso lo sabrás mucho más adelante, giras la cabeza y comienzas a leer la página 17, tan sólo un leve movimiento y lees: "Las cosas empezaron a cobrar un cariz extraño cuando se desplomó el comunismo. todo el mundo se alegró menos él, que no tenía el menor aire de bromear cuando reclamaba el pelotón de ejecución para Gorbachov. Empezó a desaparecer para hacer largos viajes a los Balcanes, donde se descubrió con horror que combatía al lado de las tropas serbias, que era como decir, a nuestro juicio, de los nazis o de los genocidas hutus. En un documental de la BBC le vimos ametrallar Sarajevo asediado bajo la mirada benevolente de Radovan Karadzic, cabecilla de los serbios de Bosnia y criminal de guerra reconocido. Después de estas hazañas, Limónov regresó a Moscú, donde creó un partido político que llevaba el prometedor nombre de Partido Nacional Bolchevique. A veces, algunos reportajes mostraban a jóvenes con el cráneo rapado, vestidos de negro, que desfilaban por las calles moscovitas haciendo un saludo a medias hitleriano (con el brazo en alto) y a medias comunista (con el puño cerrado) y berreaban lemas como "¡Stalin! ¡Beria! ¡Gulag!" (sobreentendido: "¡Que nos los devuelvan!"). Las banderas que ondeaban imitaban las del Tercer Reich, con la hoz y el martillo en vez de la cruz gamada. Y el energúmeno con una gorra de béisbol que gesticulaba con un megáfono en la mano, a la cabeza de aquellas columnas, era el muchacho divertido y seductor del que todos, algunos años antes, estábamos tan orgullosos de ser sus amigos. Producía un efecto tan extraño como descubrir que un antiguo compañero del liceo se ha convertido en una figura del hampa o ha saltado por los aires durante un atentado terrorista. Vuelves a pensar en él, remueves recuerdos, tratas de imaginar el encadenamiento de circunstancias y los resortes íntimos que arrastraron su vida tan lejos de la nuestra. En 2001 se supo que Limónov había sido detenido, juzgado y encarcelado por causas bastante oscuras en las que se hablaba de tráfico de armas y tentativa de golpe de estado en Kazajstán. Decir que no nos atropellamos unos a otros en París para firmar la petición que reclamaba su excarcelación sería quedarse corto."



En algo más de dos páginas Carrère ya te ha dicho todo del personaje de su libro. El libro comienza en la página 11, y éstas son parte de la 15, 16 y 17. El resto, las 390 páginas restantes serán una panorámica alucinante de todo ese recorrido, en el cuál Carrère constantemente se cuestionará sus propios prejuicios para con su personaje, intentando comprenderlo hasta sus últimas instancias, y, mierda, vaya si lo consigue; de manera apabullante recorre los últimos 50 años del siglo XX de Rusia, más lo que llevamos de miserable XXI, y abre tantos interrogantes como cierra cuestiones, expande gracias a una prosa aparentemente sencilla pero llena de potencia y fuerza, todo un fresco histórico donde dibuja de manera asombrosa a un personaje tan único como fascinante. Y, claro, me lancé a la búsqueda de más Carrère y algo de Limónov. Tendría que decir que hacía tiempo que quería el libro de Carrère sobre Limónov, pero que no tenía dinero, nada, ni un céntimo, y que un día, al entrar en la biblioteca, lo ví, y me lancé a por él como si me lo fuesen a quitar, cuando lo cierto es que dudo que vuelva a salir michas más veces de allí cuando lo devuelva, porque lo llevo renovando tres o cuatro veces, aunque hace más de un mes que me lo terminé, no sé porqué pero no quiero devolverlo, aunque el lunes lo haré por fin. Y lo cogí, lo leí y me gaste lo poco que había podido rapiñar ese tiempo en dos libros de Limónov y uno de Carrère, y ahora tengo libros amontonados frente a mí, en una de esas noches en las que mi mujer está de turno y el niño duerme, y la niña no está y yo tengo sueño pero no quiero dormir, como si necesitase exprimir la noche en casa, con poca luz, rodeado de cosas que no tengo tiempo de leer ni de escuchar ni de ver, yendo cada poco a verle dormir, elegante, o al menos bien vestido, escribiendo si puedo y el café sin cafeína me permite atenuar con placebo las pastillas que me bajan las pulsaciones. Nada salva la canción, nadie escribe el libro, nadie aúlla por la ventana, nadie me dirá si a la vuelta de la esquina estará la salvación.


4 comentarios:

Iván dijo...

Ya tengo dos testimonios favorables de este libro. Me falta, pues, un tercero para darle veracidad y proceder a su lectura. En esas andamos.

Se os quiere y echa de menos. Cuídense mucho y nos vemos pronto.

TwoHeads dijo...

Lo tengo en casa pendiente..Y por tu texto, va a caer en cuanto acabe el último de John Conolly..
Gracias por despejarme el camino..

ned henry dijo...

no sé yo, no me fio demasiado de los personajes ideológicamente ambiguos. Hablo sin saber, pero todo eso de los Balcanes y demás a mi me echa para atrás, no lo veo, no acabo de verme leyendo algo así. Podéis tacharme de estrecho de miras, pero no sé.

Abrazos en cualquier caso!

Anónimo dijo...

Suscribo todas y cada una de las líneas que has escrito para comentar este libro.
Absolutamente bestial!!
Me ha encantado. Ahora estoy tratando de buscar algún libro traducido de Eduard Limónov.
Me gusta tu blog!!

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