sábado, 2 de marzo de 2013

Like a rag doll


Creo que no debería escribir esto, aunque tampoco sé qué pretendo escribir. Tal vez me refiera a decir eso que por un lado me aterra, pero no, no es esa la palabra, pues "aterrado" no estoy. El lunes voy al cirujano, a Toledo, a escuchar lo que me tienen que decir (y ya intuyo) y a decir yo según me digan. Sólo hay dos opciones, y ninguna de ellas es la palabra "cura". Hace mucho tiempo que sé que mi corazón tiene fecha de caducidad, y he de reconocer que muchas veces no sé aún vivir con eso. Hace pocos meses sentí que comenzó (otra vez) la caída, que la curva del vuelo comenzó a ir hacia abajo. Diez años, quizá uno más, de subida, de regalo. Ya era algo que había oído más de una vez, pero aún así cuesta encajar. Diez años.

Pues bien, han pasado diez años (once realmente) y la decadencia ha empezado de nuevo. Diez años de recuperar cierta normalidad y vivirla; aunque también es cierto que los dos o tres primeros años tras la operación de corazón fui un poco suicida, pero por fortuna cierta cordura me puso en mi sitio y acepté el pago por ese tiempo dado a cambio. Uno puede saber que todo es cíclico, que todo es una espiral que nos hace pasar por sitios y vivencias ya pasadas pero no igualmente vividas; pero otra cosa es "saberlo" y aceptarlo. Y uno lo "sabe" cuando no queda otra y el castillo, por mucho que quieras creerlo así, no es de sólida piedra precisamente. Llevo varios meses mal, y por mal me refiero a fatiga, a cansancio y a dolor, aún es un estadio muy llevadero, pero inevitablemente irá a peor. El cirujano sólo me puede decir dos cosas, y ambos sabemos que una de ellas viene dictada por cuestiones que no son médicas. Esperar, ¿a qué? ¿A que esté peor y la recuperación sea más dura (para mí, y por extensión para mi familia)? Lo mismo esperan a que ya no tengan que gastarse nada por mí, ni una cama, ni un quirófano helado, ni todo eso que les voy a hacer gastar y que será una millonada insoportable para la sociedad. Algo me dice que eso va a ser lo que voy a oír: Que aún es pronto.

Es una manera de verlo. Sí, todavía puedo soportar estar peor, ya pasé por eso y sé lo que es, y sé que por cabezonería aguanto estar hecho un trapo sin fuerzas para dar la vuelta a la manzana hasta que les salga de los cojones.

Sin embargo esta vez es diferente, y no sólo por haberlo vivido ya. Esta vez hay una bomba de relojería anidada al lado de mi corazón, provocada por esa espera anterior (que bien hubiera valido una demanda pero ellos juegan la carta de esperar que con volver a tirar con lo tuyo tengas bastante como para además meterte en laberintos judiciales agotadores, y en mi caso les salió bien). 


No me gusta esa sensación nueva, ese estado casi crispado de pensar que la gran explosión silenciosa puede detonarse en cualquier momento. No sería un infarto, no habría dolor fuerte, no habría tiempo, no habría gran frase final, sólo habría calor y oscuridad. Es cierto, a veces me sale una vena hipocondríaca que ni Woody Allen.

Escribo porque tengo miedo. Escribo porque estoy cabreado. Y esta vez además está el pequeño Pavel. 

A todo esto, también hay algo que le da a todo esto una extraña sensación de fin de ciclo. Esta mañana, después de llamarme para darme la cita del cirujano, he comprobado que, efectivamente, por fin he terminado de pagar todas las letras del préstamo que pedí para abrir la librería La Pecera. No más letras, no más hacer lo imposible para poder hacer frente a esa losa mes tras mes. Nos ha costado, pero ya está hecho. No fue la mejor idea del mundo, no fue en el mejor lugar, no fue en el mejor pueblo, no fue en las mejores condiciones, no me rodeé del mejor apoyo, pero aún así estuvo de puta madre y ahora, dos años después de que abandonara aquella librería a su suerte, por fin se ha roto la cadena, la ball and chain que cantaría a voz en grito Janis; oh brother, ni los hermanos Cohen hubieran filmado historia más surrealista acerca de un librero dicharachero en un pueblo de mierda (encontrar y tener los clientes fieles, amables, increíbles y maravillosos que tuve sólo hace que considere la aventura como más soberbia aún y mi día a día en aquel pueblo como peor). Se supone que el caimán no es para estas cosas, pero no encuentro otro modo, ni de decírmelo, ni de justificar tanto el silencio como mi indolencia ante el mismo.

Cosido como un muñeco de trapo, que decía Warhol; marcados de por vida, que cantaba el gran Angry Anderson y sus Rose Tattoo...

4 comentarios:

Gonzalo Aróstegui Lasarte dijo...

Contesto para compartir tu miedo y tu cabreo, caimán Juan Miguel. Y no pongo el vídeo de Rose Tattoo, que es muy pronto.

Un fuerte abrazo, no puedo decir más.

ned henry dijo...

Un abrazo grande Juanmi. Aunque por otros motivos yo tampoco estoy muy allá, intentaré estar siempre a tu lado aunque sea en la distancia.

Cuidaté mucho y ten fe!

lu dijo...

Si te sirve de consuelo, el cacharrito de mi padre lleva décadas caducado... Ya sé que no sirve, ya sé... Una vez, cuando era pequeña, encontré una libreta de mi padre en la que tenía escritos algunos relatos. No sabes qué shock más grande. Te tengo que contar muchas cosas, siempre me pasa cuando leo tus cardiopatías, pero no es el sitio... No se me ocurre qué decirte para aliviar ese miedo, Juanmi, pero no te queda otra que convivir con él. Tú mímate mucho e intenta pensar poco. Y si decides ocupar un hospital, llámame, que me apunto.

Un beso gordo, corazón.

El niño vampiro dijo...

Uno se pone a pensar en lo que están haciendo en Sanidad, o los privilegios del sinvergüenza de nuestro monarca y se pone enfermo.
Por eso, más vale no pensar en ello. Dicen que los ánimos y una actitud positiva pueden influir mucho en la recuperación. En ese sentido, y sobre todo por tu familia, creo que ánimos no te faltarán. En lo poco que puedo hacer yo, te envío un fuerte abrazo y mis mejores deseos de que te recuperes. Y sé que somos muchos los que lo deseamos, aunque no siempre sea fácil responder a una entrada tan valiente como ésta.

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