¿Leer o escribir?  That's the question. Puedo parecer un Hamlet iletrado, pero no.  Últimamente me siento a escribir con la intención de pensar, aunque la  más de las veces simplemente cojo al vuelo algo y si tengo a mano el  ordenador, escribo gracias a eso. A veces no hago nada, me siento y me  pregunto qué cojones puedo decir y acabo leyendo blogs, o la web de Rafa  Basa, o acabo en el foro del Azkena (insuperable aún “un disco un  gif”), o videos de laca y spandex o simplemente de dudosa moralidad .
 No  dispongo de mucho tiempo libre estas semanas, y eso era algo que la  librería sí tenía de bueno, esos paréntesis temporales en los que podía  escribir sin sentirme culpable (ahora que lo pienso, me da menos rabia  que me corten mientras escribo que mientras leo). Últimamente ando más  escaso de tiempo, la búsqueda de trabajo es lo que tiene. Hace tres días  hice un examen para auxiliar de biblioteca que si bien no creo haber  suspendido, tampoco espero sacar una notaza, la que necesitaría para  optar al puesto sin problemas. El examen no era difícil en absoluto (50  preguntas tipo test, y los fallos restaban aciertos) pero casi una  decena de preguntas sobre cultura autóctona de las que no tenía ni  repajolera idea (salvo las relacionadas con García Pavón y Plinio) y el  hecho de dudar de perogrulladas tramposas, me cohibieron de atreverme a  cagarla. Y antes de ayer rellené una serie de impresos en una asociación  que se dedica a colaborar con discapacitados para optar a puestos de  gasolinera, guarda nocturno, conductor de autobús de ancianos y varios  puestos similares. No estoy para sutilezas y la necesidad apremia (y  ahoga pero bien), así que ayer también  estuve en ello. Pero después de  la torre de plancha (que he dejado a medias y que aún espera mi vuelta)  me he sentado con la excusa de “a ver si escribo algo” que la creo con  más entidad que “voy a ver si leo algo”. Ayer tocó Linda Loveland y no  pude ir; tampoco es que llore por las esquinas pero no me hubiese venido  mal un concierto de un bellezón garajero teutón acompañada del gran  Rudi Protrudi. Para olvidarme de ello me he puesto mientras planchaba a  Sydney Bechet a todo trapo. Llevo planchando desde que mi padre me  sentaba al lado de la cabina de vapor y sin sacarme el chupete de la  boca le daba a los botones mientras sudaba la gota gorda. Con los años  planchar me relaja, a veces lo digo y suena a boutade metrosexual  lastimera de tunante sinvergüenza, pero es cierto, y sobre todo me  relaja si puedo poner música a todo volumen y acabo marcando el ritmo  con el vapor de la plancha al unísono con la música de manera  inconsciente. No soy puntilloso en eso, lo mismo me da Carlos Cano (la Habana es Cadí con más negritos, Cadi es la Habana con más salero, y las mangas sin raya, por favor) que Bambino (ahí está la paré que separa tu vida y la mía pero no hay blusa con volantes que se resista) que Marah (my Heart is the bomb of the street y del vuelo de tu falda) que los Maiden (run to the hills, run for your ropa interior) que Zappa (ponme Peaches in Regalia y podré soportar mi odio a las sábanas) que Wayne Shorter (Juju merece  un monumento, punto) que todos juntos uno detrás de otro. Jean Renoir  decía que el arte no es un oficio, sino la forma en la que se ejerce un  oficio, entonces me temo que soy un artista de la plancha, no  remunerado, eso sí, pero jovial y resultón como ninguno hasta que las  varices se me ponen como chistorrillas y he de dejar el arte por una  ducha de agua fría que nada tiene de sexual. Pero hoy me he aburrido  pronto; es lo malo de no parar de darle vueltas a las cosas y a la falta  de laburo, que la atención no se consigue mantener mucho rato en una  sola actividad. Una vez consensuado conmigo mismo un momento de  recogimiento, mi santa ha comprendido sin que yo tuviera que decirle  nada, se ha ido con su hija a jugar al baloncesto y yo, mientras me  preparaba un té, pensaba dirimir la duda existencial de leer o escribir.  Salta a la vista cuál ha sido el veredicto. Y ha sido éste, porque al  ir a ver qué libro cogía me he dado cuenta (por fin) de la cantidad de  libros que he ido dejando a medias estos últimos meses. Se salvaron  Bolaño y Block, que los terminé, y ahora me sorprendo y me alegro de  haberlos terminado, pero la herencia que arrastro de la decadencia  librera es mucha. "Dublinesca", "Los huesos de Descartes", "Helena o el  mar del verano", "El bandido doblemente armado", "Memorias de un librero  pornógrafo", "El fondo del cielo", "Por qué nos gustan las mujeres", el  último de Menéndez Salmón que ahora no recuerdo cómo se llama, "Dogs  Soldiers", "Hotel DF" y paro de contar que me está entrando el yuyu (y  no precisamente en el sentido de Shorter). Por qué soy así, me  pregunto…
No  dispongo de mucho tiempo libre estas semanas, y eso era algo que la  librería sí tenía de bueno, esos paréntesis temporales en los que podía  escribir sin sentirme culpable (ahora que lo pienso, me da menos rabia  que me corten mientras escribo que mientras leo). Últimamente ando más  escaso de tiempo, la búsqueda de trabajo es lo que tiene. Hace tres días  hice un examen para auxiliar de biblioteca que si bien no creo haber  suspendido, tampoco espero sacar una notaza, la que necesitaría para  optar al puesto sin problemas. El examen no era difícil en absoluto (50  preguntas tipo test, y los fallos restaban aciertos) pero casi una  decena de preguntas sobre cultura autóctona de las que no tenía ni  repajolera idea (salvo las relacionadas con García Pavón y Plinio) y el  hecho de dudar de perogrulladas tramposas, me cohibieron de atreverme a  cagarla. Y antes de ayer rellené una serie de impresos en una asociación  que se dedica a colaborar con discapacitados para optar a puestos de  gasolinera, guarda nocturno, conductor de autobús de ancianos y varios  puestos similares. No estoy para sutilezas y la necesidad apremia (y  ahoga pero bien), así que ayer también  estuve en ello. Pero después de  la torre de plancha (que he dejado a medias y que aún espera mi vuelta)  me he sentado con la excusa de “a ver si escribo algo” que la creo con  más entidad que “voy a ver si leo algo”. Ayer tocó Linda Loveland y no  pude ir; tampoco es que llore por las esquinas pero no me hubiese venido  mal un concierto de un bellezón garajero teutón acompañada del gran  Rudi Protrudi. Para olvidarme de ello me he puesto mientras planchaba a  Sydney Bechet a todo trapo. Llevo planchando desde que mi padre me  sentaba al lado de la cabina de vapor y sin sacarme el chupete de la  boca le daba a los botones mientras sudaba la gota gorda. Con los años  planchar me relaja, a veces lo digo y suena a boutade metrosexual  lastimera de tunante sinvergüenza, pero es cierto, y sobre todo me  relaja si puedo poner música a todo volumen y acabo marcando el ritmo  con el vapor de la plancha al unísono con la música de manera  inconsciente. No soy puntilloso en eso, lo mismo me da Carlos Cano (la Habana es Cadí con más negritos, Cadi es la Habana con más salero, y las mangas sin raya, por favor) que Bambino (ahí está la paré que separa tu vida y la mía pero no hay blusa con volantes que se resista) que Marah (my Heart is the bomb of the street y del vuelo de tu falda) que los Maiden (run to the hills, run for your ropa interior) que Zappa (ponme Peaches in Regalia y podré soportar mi odio a las sábanas) que Wayne Shorter (Juju merece  un monumento, punto) que todos juntos uno detrás de otro. Jean Renoir  decía que el arte no es un oficio, sino la forma en la que se ejerce un  oficio, entonces me temo que soy un artista de la plancha, no  remunerado, eso sí, pero jovial y resultón como ninguno hasta que las  varices se me ponen como chistorrillas y he de dejar el arte por una  ducha de agua fría que nada tiene de sexual. Pero hoy me he aburrido  pronto; es lo malo de no parar de darle vueltas a las cosas y a la falta  de laburo, que la atención no se consigue mantener mucho rato en una  sola actividad. Una vez consensuado conmigo mismo un momento de  recogimiento, mi santa ha comprendido sin que yo tuviera que decirle  nada, se ha ido con su hija a jugar al baloncesto y yo, mientras me  preparaba un té, pensaba dirimir la duda existencial de leer o escribir.  Salta a la vista cuál ha sido el veredicto. Y ha sido éste, porque al  ir a ver qué libro cogía me he dado cuenta (por fin) de la cantidad de  libros que he ido dejando a medias estos últimos meses. Se salvaron  Bolaño y Block, que los terminé, y ahora me sorprendo y me alegro de  haberlos terminado, pero la herencia que arrastro de la decadencia  librera es mucha. "Dublinesca", "Los huesos de Descartes", "Helena o el  mar del verano", "El bandido doblemente armado", "Memorias de un librero  pornógrafo", "El fondo del cielo", "Por qué nos gustan las mujeres", el  último de Menéndez Salmón que ahora no recuerdo cómo se llama, "Dogs  Soldiers", "Hotel DF" y paro de contar que me está entrando el yuyu (y  no precisamente en el sentido de Shorter). Por qué soy así, me  pregunto…|  | 
| Foto Ralf Pascual | 
Nunca  he llevado un diario de lecturas, de hecho hasta hace unos meses no  había reparado en dicho concepto, cuando leí en el blog o en el  formspring de Patricio Pron que él leva uno. El concepto es claro, pero  yo nunca había reparado en él. Y me sentí un poco tonto. Apelé a la  excusa de mi natural desastre habitual, pero desde ese momento es una  idea que a menudo rumio, si debería llevar un diario de lecturas y cómo  debería ser. ¿Se apuntan los libros que se van leyendo con su fecha de  inicio y fin o también se añade un comentario?  Con apuntar los que  empiezo ya sería bastante ayuda para poner diques al caos que me  hostiga. La idea me pareció genial, pero a la vez me sentí torpe por no  haberla pensado nunca y haber terminado como he terminado, con libros a  medias por todos sitios de la casa para desespero de mi santa. Lo más  parecido que he hecho ha sido cuando en una agenda escolar apunté las  fechas de grabación de los discos de jazz que me iba comprando y la  revisaba para escuchar el disco que correspondía a ese día, pero eso fue  a finales de los noventa, cuando me cansé de la escena grunge, del  nu-metal y del brit-pop y me tiré por los cerros de Úbeda dedicándome  por fin en exclusiva a  la síncopa, el swing y la jerga hipster haciendo  las delicias de las tiendas de vinilo de segunda mano y cd´s del sello  Black Lion y Blue Note. Me gustaría encontrar de nuevo esa agenda. 
Al  final me siento, escribo, pierdo el tiempo, y de camino de vuelta de  calentar agua para beberme otro té, cojo un nuevo libro de la estantería  del salón, que empiezo para no pensar si borro todo esto. Odio la  angustia de los lunes al sol por mucha planchaplacebo que me espere para  intentar relajarme.
 
 






