Causa-efecto. Ojalá fuese tan sencillo, pero no hay una única causa para "La muñeca rusa". Como todo, es un cúmulo de cosas, de ideas, de sensaciones, de anhelos. Sin embargo sí hay un momento, una noche de hace justo diez años, saliendo del edificio donde trabajaba de teleoperador. No merece la pena que recuerde el nombre de la empresa. Todo era subcontrata de subcontrata. La empresa nos contrataba a través de una ETT y, cuando te explicaban tu trabajo, te dabas cuenta que ibas a vender productos financieros incomprensibles y hacer encuestas para una empresa contratada por otra que había sido contratada para realizar un estudio y una labor de marketing para un banco. Y a tí te pagaba una empresa que era la encargada de dotar de gente a esa tarea. Así funcionan las cosas; detrás de todo, lo malo es acabar viéndolo como normal. Por el camino se van depositando mordidas para intermediarios cuya labor es nula, simplemente la de estar ahí en medio, enriqueciéndose. Huelga decir que el sueldo era miserable. Aguanté tres meses allí. No me llegaba para mantenerme, pagar el alquiler del piso compartido, los gastos y la manutención. No tenía para libros. A los tres meses dije, o cambias tu vida o te mueres de pena. No podía languidecer más allí, haciendo algo que odiaba (engañar a la gente para que comprara cosas inútiles), sin posibilidad de nada más, relaciones, proyectos, futuro, solo subsistir. Decidí dejarlo todo y apostar mi vida (incluso lo que no tenía, pidiendo un préstamo leonino avalado por mi primo mayor) en montar una librería. La cosa salió mal, pero fue bonito mientras duró y me hizo estar donde estoy ahora. Como se puede ver, estoy repleto de ideas fantásticas.
Una noche, marzo de 2006, acabé mi turno intensivo de tarde, abandonando aquel edificio infame y a tomar por culo de todo a las once y diez de la noche. No logro recordar qué libro leía. Aún levaba discman, uno baratero al que se le había roto la tapa y que había conseguido que volviese a funcionar con una tira de velcro adhesivo. Llevaba el disco Yankee Hotel Foxtrot, de Wilco, uno de los pocos que conseguía mantenerme cuerdo. La noche estaba limpia, o todo lo limpio que puede estar el cielo de Madrid por la noche, siempre con una bruma anaranjada por culpa del alumbrado y la contaminación. Aún así, una luna llena enorme presidía todo, incluso mis pasos hasta la marquesina del autobús que debía tomar hasta la boca de metro. Aunque arrastraba los pies por el cansancio y la depresión, debía darme prisa porque era el último bus. Al llegar me apoyé en un árbol junto a la parada, rodeado de compañeros a los que no conocía, con los cascos puestos y atronando mis oídos con el giro ruidista de las clásicas composiciones de Jeff Tweedy. Me quedé mirando a la Luna. De golpe sentí una sensación de soledad enorme, sin cabos, y me eché a llorar. Durante los meses anteriores me había dedicado a emborronar una cuaderno con ideas para una novela que quería escribir pero que no sabía cómo porque no encontraba el hilo que la sustentara. Si aún seguía en Madrid era gracias al piso donde vivía, luminoso y apartado, muy tranquilo, con zonas verdes, perdido a la espalda de Arturo Soria. Me pillaba a tomar por culo de todos lados, pero era fantástico. Daba el sol todo el día, por todos lados. Era un edificio de tres plantas que lindaba con una guardería de monjas. Por las mañanas me sentaba a leer hasta que las monjas sacaban a los niños al patio a las doce, Los miraba jugar con algo de culpabilidad, me preparaba otro café y me duchaba. Luego, hacía la comida, leía algo más y me iba al trabajo. Aprovechaba los trayectos para escribir, apuntando notas sobre cualquier cosa. Escribía sobre una loca y sobre un celador enamorado de ella. No lograba saber por qué estaba loca, ni quiénes eran ellos, pero imaginaba situaciones. Mientras esperaba el autobús que me llevase casa, culpé a la luna de sentirme un fracasado. De haber llegado tarde todo o de no haber llegado, de haber perdido muchas cosas y de no saber qué hacer con un corazón remendado quirúrgicamente al que nadie me había dicho cómo cuidar. Me sentí como un cosmonauta perdido en mitad del espacio, a medio camino de la Tierra y la Luna, sin saber si podría llegar a ella o si por el contrario lo único que debía hacer era regresar. Pero, regresar, ¿a dónde? ¿para qué?
Con esas sensación entré en casa una hora y media después. Me preparé un té y me senté en el salón. Encendí el portátil y en google puse, "cosmonautas perdidos". Siempre me ha gustado más el término ruso, es más certero y, también, más evocador. Teníamos internet en casa porque una de mis compañeras era una irlandesa que daba clases en un colegio bilingüe y lo necesitaba para el trabajo y hablar con sus padres por skype. Se llamaba Cathleen. Como la canción de Phil Lynott. Era divertidísima y estaba loca por Gael García Bernal. No tenía ni idea de español y tampoco le preocupaba. A veces le pedía que me hablara de Rory Gallagher (su padre lo adoraba) y de Thin Lizzy. Me gustaba oirla hablar en gaélico con su madre. Me dejaba conectarme de vez en cuando porque nos llevábamos bien y muchos días cocinaba para ella y comíamos juntos. Ella siempre se reía de mi inglés.
La información que apareció en la pantalla del ordenado me explotó en la cara. Casi olvido todo, mi desazón, mi apatía, mi frustración. Encontré desde las teorías más disparatadas y conspiratorias, hasta la historia más académica. Después de un par de horas de "investigar", me quedé con un par de nombres, una supuesta conversación estelar y poco más. Aquella noche no dormí. Me levanté con la idea desde la cual podía partir: La hija de un cosmonauta perdido en una misión fallida a la Luna se encuentra interna en un psiquiátrico de Praga, allí le cuenta a un celador su historia y la de su padre, borrados de la historia por una burocracia inhumana. La noche que las fuerzas del Pacto de Varsovia entran en Checoslovaquia para acabar con la llamada Primavera de Praga en 1968, aquella mujer creerá que realmente han ido a por ella para acallarla definitivamente.
A la mañana siguiente me dirigí a la oficina de la ETT para comunicar que quería dejar el trabajo. Sorprendentemente no me pusieron ninguna pega. Salvo cuando dije que esa tarde ya no quería ir. Recuerdo perfectamente a la mujer que atendió. Todas las semanas tenía que ir a firmar los partes de asistencia y, en mi desbarajuste vital, me creía enamorado de ella. Eso no es relevante, porque en ese tiempo me enamoraba diez veces al día, pero me gustaba ir allí; me ponía nervioso y me sentía muy abatido si iba a sellar y no me la encontraba en la oficina. Ni idea de cómo se llamaba. Sentado frente a ella, mientras me hablaba despacio, explicándome que si aguantaba una semana más, podrían darme la carta de despido y así no perder la prestación por desempleo (que capitalicé para abrir la librería), le puse el nombre de Irina. Su apellido me lo daría el nombre del cosmonauta que apunté la noche anterior, Belokoneva. Era frágil, delgada, preciosa, y no estaba loca, pero yo sí. Cuando me despedía, le pregunté si querría tomar un café o comer conmigo. Se sonrojó y se puso nerviosa. Estoy casada, dijo. Lo siento, contesté, y deseé que la tierra me tragase.
Cosmonauts Heaven por Skoparov
Las teorías acerca de los cosmonautas perdidos se basan principalmente en grabaciones sonoras de supuestas conversaciones, donde lo poco que se escucha parece más una psicofonía. Cualquier cosa sustenta esas historias, la especulación estalla y da pie a imaginar sucesos que de puro increíbles pueden perfectamente ser ciertos. Y más cuando la Luna está de por medio, la Luna y los gobiernos, lo viajes espaciales y las ganas de poner en entredicho la Historia Oficial de, en este caso, la Carrera Espacial. Cierto es que la realidad siempre supera a la ficción, y posiblemente quepa la posibilidad de que algún día aparezca un documento desclasificado que de un vuelco a esa narración oficial, pero de momento no hay nada seguro. Con respecto a las conversaciones que circulan por ahí intentando dar fe de esas misiones secretas fallidas (una sustenta La muñeca rusa, "soledad atroz, soledad atroz") la realidad es, en este caso, más prosaica: En las múltiples pruebas de despegue y orbitación se prueban los sistemas de comunicación con grabaciones, música y bromas. Por ejemplo, durante años se ha especulado sobre una grabación de 1961, Tras Laika, en marzo despega la Sputnik 5. Dentro viaja otra perrita, Zvyozdochka ("Estrellita"), bautizada con ese bonito nombre por el mismísimo Gagarin. Junto con el can, volará por segunda vez un maniquí con el traje de presión Sokol SK-1, apodado afectuosamente "Iván Ivanóvich". Durante la misión se prueba el sistema de comunicación, utilizando voces grabadas y música coral. Son los cinco cosmonautas del proyecto los que graban las conversaciones, dando rienda suelta a su humor y su sorna (a sus miedos y a su temeridad), Eso daría pie a las diversas leyendas sobre esos "cosmonautas perdidos". Como anécdota de aquella misión está la historia de "Iván". Tras una misión exitosa, el asiento eyectable con "Iván" se separa de la cápsula mientras ésta desciende por la atmósfera. Cuando el equipo de rescate llegó a la zona de aterrizaje, los aldeanos de la zona se indignaron al comprobar que el "piloto" permanecía tendido sin recibir ayuda. La revuelta se aplacaría después de que un representante de la aldea comprobase que "Ivan" no era un verdadero humano. lamentablemente, de "Estrellita", no he conseguido información. Mi ruso es nulo.
Yo inventé un cosmonauta, Alexei Belokonev, perdido en el cosmos tras no alcanzar la Luna tras las misiones de Gagarin y Titov. Y mezclé muchas más cosas, en principio por el placer de escribir (Praga, 1968, Hrabal, cine, libros...) pero luego apareció un pueblo llamado Almarga y una librería donde poder meter todas esas historias como, sí, como en una matrioska... Tardé en darle forma a todo, lo que me rodeaba ayudaba poco, así que escribir se convirtió en una actividad clandestina, Hasta que todo explotó y surgió la primera versión, en 2009. Después, con las editoriales mandándome negativa tras negativa, yo sumido en corrección tras corrección, y la Internazional Samizdat apareciendo para no sentir que había tirado mi vida a la basura. Varios años más y aparece la editorial Baile del Sol para encender la luz de la habitación donde andaba a oscuras, justo cuando termino una novela nueva con cuatro años a sus espaldas, más grande, más suicida, más inútil, y mis cuarenta primaveras para seguir insistiendo en juntar palabras.
A la espera de la contraportada con la sinopsis definitiva, me limito a recortar las citas que, como cantos de sirena, la enmarcan... Los días corren...
La editorial Baile del Sol va a publicar La muñeca rusa. Supongo que no debería añadir nada más, pero habida cuenta de lo que ha pasado con la historia de Milos Meisner, he de decir algo más. Imagino que los habituales de este espacio, si es que aún queda algún irredento por ahí, conocerán las peripecias de dicha novela, cómo hace varios años decidí autopublicarla inventándome una editorial llamada la Internazional Samizdat. Ni antes ni después tuvo la historia de Milos Meisner suerte, más allá de los conocidos y amigos, de algunos que no eran ni lo uno ni lo otro pero que se convirtieron en ello. La novela tuvo un periplo modesto y altamente agradable para su autor, yo, provocando que me animara a publicar también un libro de relatos llamado Cardiopatías, de los que todavía me quedan algunos ejemplares deambulando por casa.
Pues bien, animado por el siempre estimable Gonzalo Aróstegui y un correo de su pareja, en el que me decía que le había gustado mucho la historia de Milos e Irina, decidí hacérsela llegar a la editorial Baile del Sol. Anteriormente, en uno de esos envíos suicidas a editoriales, no se lo había enviado a ellos porque coincidía con la ya conocida nota en su web (conocida por ser de uso común en todas las editoriales) diciendo que "Actualmente, debido a la cantidad de manuscritos recibidos, no se admiten más hasta nueva orden" (más o menos). Debió de ser la única editorial a la que no le mandé la novela. Todas las demás me dijeron que no, todas. Me quedaban dos opciones, mandársela a Baile del Sol o publicarla yo. Opté por lo segundo, no me veía con entereza para un nuevo y definitivo NO. De ahí la peripecia cuando, un par de años después, sin saber cómo ni por qué, decido enviársela, tal cual salió por la Internazional Samizdat, convencido de que posiblemente no les interesase.
Pasaron los meses y me metí en otra novela. Había dado por finalizada la vida de La Muñeca Rusa. Salió una edición digital en una editorial Colombiana, tal cual la publiqué yo, pero no se vendió ni uno. Los meses siguieron pasando. Una mañana, el cinco de enero de 2015, mientras le limpiaba el culo a mi hijo pequeño, recibí el aviso de un correo en el móvil. Era un mensaje de Baile del Sol, que querían la novela. No sabía si llorar o reír, Opté por lo primero pero el pequeño Pavel en seguida me obligó a lo segundo con una de sus ocurrencias. No me lo podía creer. Y sigo sin creérmelo.
Me pedían si podría revisar ciertas cosas de la historia, de estilo y de desarrollo de la historia, como sugerencia. Podía decir que no sin problemas, pues aún así ellos seguirían interesados en publicarla. La leí de nuevo, y me dí cuenta de que, efectivamente, necesitaba una vuelta, o más que una vuelta necesitaba una reescritura. Me planteaban también la idea de contar qué pasaba finalmente con Irina, esa pobre rusa alrededor de donde gira la vida de Milos. Empecé y, creo, la historia se perfiló mucho mejor, se leía mejor pues la historia pedía contar qué pasaba con esa mujer preciosa que enloqueció o hicieron creer que estaba loca. Lo conté todo, salió natural, respetando el estilo y la lógica propia del libro y de cómo había decidido contarlo. Francamente, estoy contento con el resultado. No es soberbia, es sólo una historia en la que llevo metido más de cuatro años y, tras tantos meses alejado de ella, fui capaz de verla de una manera limpia, no sé si objetiva, pero sí con la distancia suficiente como para no tenerle miedo y borrar, cortar y contar. Quedó como quedó, ya no puedo hacer ni decir más. Dentro de poco estará en las librerías de un modo que hace mucho había dejado de imaginar para un libro mío, así que la satisfacción es suficiente como para estar ilusionado.
Y ahora llega la portada, y me parece magnífica, me gusta, mucho. La sinopsis no la enseño, es decir, la contraportada, porque hay algún error de redacción mío y hay que cambiarla. Aún no hay fecha de salida, pero será pronto.
A los que ya la leísteis no os diré que lo hagáis otra vez, bastante fue en su momento, pero debo apuntar que la historia, siendo la misma, es también distinta (no me atrevo a decir mejor, pero sí que está mejor escrita). Yo arrojo el guante, recójalo quien quiera. Para quien no lo haya leído, bueno, pronto saldrá y daré un poco la tabarra con ella.
Una nueva edición, revisada, corregida y ampliada será publicada próximamente por la editorial Baile del Sol...
Seguiremos informando...
Josef Koudelka, el día después de la invasión de Praga
Alondras en el alambre
David Lean frente a un puñado de almerienses
Exposición de Josef Koudelka y fotógrafa
Una vulgar librería, da igual que se llame Nautilus o La Pecera, en un pueblo de Almería
La luna en un set
Praga, agosto de 1968, fotografía de Josef Koudelka (subido a un tanque soviético)
Módulo con el que Yuri Gagarin orbitó el planeta tierra, siendo el primer humano en hacer semejante cosa, con un par
Vera Kresadlová, en la película checa, "El concurso", 1967
Cosmonautas rusos sentados con Korolev (en el centro), 1961
Homenaje a dos cosmonautas en la Plaza Roja. ¿Hubo más cosmonautas?
Taberna "El tigre dorado", Praga, antro favorito de Bohumil Hrabal, y donde desafortunadamente cenó un día Bill Clinton, provocando que odien servir a extranjeros (no niegan la entrada, pero le pides algo al camarero y te ignora e ignora hasta que uno decide marcharse sumamente avergonzado y muy triste)
Hospital Psiquiátrico de Bohnice, Praga, pabellón central
Recibo noticias de Andrés y se instala la desolación en mi piel, la pena compartida que no puede ofrecer compañía, los abrazos lejanos en la distancia, que no distantes, fogonazos de los momentos compartidos. "Espero (...)palabras tuyas que siempre, hablen de lo que hablen, serán literarias."...
No puedo hablar de su última novela, todas las palabras que escribo se me pudren en la boca por no saber hacerle justicia.
Todo lo que nos une merece la pena porque la vida no es otra cosa...
LUIS MARÍA
ANSON, DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA | Publicado
el 04/09/2015 en EL
CULTURAL de EL MUNDO
Conmovido por una intensa emoción he terminado de leer …y todo lo que es
misterio, la última creación de Andrés Sorel.
¡Qué gran novela! Hacía mucho tiempo que no leía yo un relato tan erizante, tan
profundo, tan bien articulado, tan excepcionalmente escrito. La
Literatura es, antes que nada, la expresión de la belleza por medio de la palabra. Andrés
Sorel
ofrece al lector una escritura hermosa y cimbreante en la que brilla la
adjetivación certera, la encendida metáfora, la sintaxis quebrada, el aliento
poético.
El autor ha novelado la preguerra mundial, la atroz contienda, la enervante
posguerra. Por sus páginas desfilan los grandes personajes de la vida
intelectual europea, fabulados unos, reales otros, interesantes todos. Los
amores entre Ingeborg Bachmann y Paul Celan arden en las páginas de …y
todo lo que es misterio. "Almendrada, que hablaste solo a medias
pero temblando toda desde el germen, a ti te hice yo esperar, a ti. Acógeme.
Estaba la pizca de higo en tu labio, estaba Jerusalén a nuestro alrededor. Yo
estaba en ti". Adrés Sorel se recrea en el "amado viejo libro de los
amores del rey Salomón" para evocar el erotismo de Ingeborg, la escritora
que fustigó a los nazis y admiró a Wittgenstein y a Günter Grass.
En la obra poética del judío Paul Celan alientan Emily Dickinson, Valery y,
sobre todo, Rimbaud. Tradujo el gran poeta a Marx, a Rosa Luxemburgo, a
Kropotkin. Escribió en alemán, la lengua del exterminador de los hebreos. Su
poesía se fue haciendo atonal como la música de Anton Webern. Su gran
poema Todesfuge, Muerte en fuga, se devasta,
entre añoranzas musicales, en Auschwitz. Y se derrama como un
presagio. La relación entre Paul y su antigua amante se cierra con el suicidio.
"Caía la noche en aquel jueves
santo de 1970 cuando Heidegger regresó a La Cabaña.
No transcurriría mucho tiempo antes de que recibiese el
comunicado informándole de lo que había presentido y expresado: Paul Celan se
había suicidado arrojándose al Sena y yacía en el silencio difunto que él
mismo, esa tarde, le había predestinado".
Especialmente atractivo resulta el personaje de Hannah Arendt, escritora a la
que leí en mi juventud con especial dedicación. Hannah tenía diecisiete
años menos que Heidegger pero desde el primer momento se sintió seducida por el
filósofo, al que lo único que preocupaba del nazismo, para indignación
de Celan, era "que no fueran algo más cultos". El autor de Sein
und Zeit se acostaba con alumnas, con damas de la alta sociedad, con
atractivas sirvientas y con cualquier amiga que se prestara al fornicio. El
filósofo "no prestó ninguna atención a los escritos que Hannah, desde su juventud,
ya había realizado. Solo deseaba su cuerpo. Se lo entregó en su despacho de la
Universidad…". A partir de entonces, el profesor y la alumna
mantuvieron una relación enmascarada. Hannah se sentía como un fantasma
y cuando se trasladó de Marburgo a Heildeberg, aunque el filósofo la visitaba
periódicamente, entabló relación con Günther Anders al que conoció en Berlín y
se casó con él, dejando a Heidegger chasqueado y contrito.
Al fin, según el novelista, el camino de las estrellas, Holderlin, con sus
palabras yacentes: "Este genio
a veces se ensombrecía y se hundía en los amargos pozos de su corazón".
Sobre aquel loco lúcido que fue Paul Celan - "todos los nombres quemados a
la par, tanta ceniza por bendecir"- Andrés Sorel
descarga el pensamiento de Theodor Adorno y, sobre todo, de Walter Benjamin: "Una
sola catástrofe que incesantemente va acumulando ruinas sobre ruinas y las
esparce por delante de mis pies". El escritor tiene un verso
atravesado en su garganta, cuando desgrana su último poema: "Viñadores
excavan el reloj de horas oscuras, de hondura en hondura".
"Basta ya de nombrar a los asesinos -escribe Andrés
Sorel en esta novela sobrecogedora, que tendrá defectos pero
yo no se los he encontrado- los asesinos somos todos, y nuestras
palabras constituyen este tejido de polvo, sí, retumbar vacío de las sílabas,
cuando se va a morir, morir, morir". Menos mal que, sobre el
desierto de lágrimas que es la vida, se balanceará siempre el interrogante del
poeta: "¿Qué vale todo lo que los hombres hacen
y piensan durante milenios frente a un solo momento de amor?"
RESEÑA DE LA MISMA EN LA REVISTA FILOSOFÍA HOY, por Pilar Gómez...
Francamente, no hay otra razón... y teniendo en cuenta que la historia ha ido creciendo y el proyecto inicial se ha visto desbordado, imagino que no rescataré el blog pronto... Escribo cuando puedo y consigo tener algo de tiempo, pero con las cosas de la vida, los niños y su intendencia, el ritmo es mucho más lento del que me gustaría. Voy por el capítulo 16 de, calculo (según notas), unos 24 o 25...
También he de decir que no soy un escritor profesional, que estoy escribiendo porque no sé vivir de otra manera, y que, desgraciadamente, a veces pienso que estaría mejor y todo sería más fácil si lo abandonase o dedicase todo ese tiempo que robo principalmente al sueño a, claro, dormir, o a leer o a cualquier otra cosa de la que pudiera sacar alguna rentabilidad. Estoy a un mes de cumplir cuarenta y un años y cada día siento esto como una carga cada vez más pesada e inútil. El problema es que, cuando acabe esta "Balada de los niños ciegos", me gustaría abordar la biografía novelada de dos personas, abuelo y nieto, traductor y músico respectivamente, cuyas imágenes y vicisitudes me obsesionan. Triste futuro...
Lo que sí es motivo de cierta alegría es la próxima publicación de una nueva edición de "La muñeca rusa", corregida y ampliada, por parte de la editorial Baile del Sol, cuyas galeradas, me han dicho, deben llegarme pronto. No tengo palabras para expresar la gratitud que siento por la amabilidad que han mostrado y lo que ha significado corregir (creo que definitivamente) la historia de Milos e Irina, y que ésta vaya a formar parte de un catálogo que cuenta con John Williams (Stoner), Twain, Pessoa, Thoreau , Roque Dalton, así en plan fan alocado, y luego, en otro plano, igual de importante, personalmente hablando, pero menos conocido, estar junto a Gonzalo Aróstegui, David Pérez Vega, Markéta Pilátova o Ivica Prtenjaca (de su gran catálogo, son los que de momento he leído y, además, con sumo gusto), es muy gratificante y hace que piense que, bueno, por cosas así, merece la pena dedicarle varios años de tu vida a escribir una historia, porque, desde luego, por el dinero, la fama y el desfase no es. Teniendo en cuenta lo que me gustan las portadas que hacen últimamente en Baile del Sol, después de su positivo cambio de diseño, tengo unas ganas inmensas de ver cómo será la de Milos...
Lo dicho, pasar cosas, pasan, ganas de contar o escribir sobre discos, músicos, libros que leo o chorradas que me pasan, tengo también, muchas, pero las necesidades literarias, cuando te atrapan, no dejan lugar para otra cosa...
y ahora, pido disculpas, Pavel Ivánovich está entretenido con sus juguetes, la comida está hecha y dispongo de media hora...
Iba a decir que me llamó la atención la portada del libro, pero no fue la portada lo primero que vi, sino el lomo.
UNO:
Empezaré por otro lado.
Una vez a la semana me escapo por la tarde a la biblioteca, a escribir algo de la novela que estoy escribiendo, o al menos a intentarlo; y digo intentarlo porque me cuesta encontrar el estado mental necesario para meterme en la historia y no traicionarla. Me siento en el extremo de una de las mesas largas, al lado de la pared. Enchufo el ordenador, me pongo los cascos y dejo que la música de Magma me ayude a retomar el hilo de la historia que desde hace más de un año intento abordar y desarrollar. Dispongo de tres horas, por lo que intento aprovechar al máximo, cosa que no siempre consigo. La historia de la novela es lo suficientemente frágil (desarrollada en tres tramas paralelas) como para que no logre más un que par de frases decentes que salvar, lo cual puede resultar bastante frustrante, pero es lo que hay. Estoy animado, "la muñeca rusa" ha sido comprada por la editorial Baile del Sol y, tras corregirla y añadir un capítulo nuevo, concretar la trama, limpiar incongruencias y centrar a los personajes, saldrá a mediados de este año en una editorial que admiro por muchas cosas, y no precisamente por atreverse a publicarme. A veces, si la música del grupo de Christian Vander no ayuda, lo intento con algo más liviano, me levanto, cojo libros de las estanterías y leo cosas al azar, buscando la chispa que haga que encuentre la frase que necesito y así pueda volver a mi sitio a escribir. Si no, me conformo con corregir lo hecho, que no es poco (182 páginas definitivas más 103 más de notas). A veces saco más provecho a corregir lo ya hecho, lo cual ayuda a que pueda volver a casa medianamente contento, aunque deseando poder pasar horas y horas y horas sentado, escribiendo y dando fin a esta novela que temo me llevará al menos otro año más, mínimo. ¿Aún me merece la pena, me pregunto a veces? Salté la barrera de los cuarenta y sigo empeñado en dar cuenta de una historia que me haga sentir digno de mí mismo.
Sin embargo, un día que sí que estaba trabajando, me tomé un descanso y fui al baño a lavarme la cara, despejarme y estirar las piernas (maldita variz). A la vuelta me paré en la estantería de la selección que las bibliotecarias hacen para no tener a los usuarios habituales perdiendo el tiempo en pasillos más largos y con más libros. Vi algunas cosas que me interesaron, hasta que reparé en un lomo en que pude leer "Agota Kristof. Claus y Lucas. El Aleph ediciones. 258".
Recordaba ese libro de haberlo tenido en mi librería, de leer reseñas de él, de ojearlo brevemente pero poco más. En su momento quise leerlo, pero ante el aluvión de trabajo y novedades editoriales, lo perdí; no sé si lo vendí o lo devolví. El caso es que aquella tarde lo cogí prestado, junto con "Limonov" de Carrère (del cual quiero releer ciertas páginas) y "La sinagoga vacía" de Gabriel Albiac, aún sabiendo que, si leía alguno completo, sería sólo el de Kristof. Pero me gusta sacar a pasear libros de la biblioteca. Luego en casa los pongo en el escritorio, junto a las tres torres de libros pendientes que rodean el portátil, y los miro, como si esperase que hicieran algo, echar a andar o desaparecer.
DOS.
La sensación de desahogo y de pérdida cuando un libro te agarra del estómago y no te suelta.
"Claus y Lucas" está formado por tres novelas breves, "El gran cuaderno" (1987), publicada cuando Agota contaba con 51 años, "La prueba" (1988) y "La tercera mentira" (1991). Agota Kristof nació en Hungría en 1935 y el 1956 abandonó su país clandestinamente junto a su marido y su hija recién nacida. Se refugiaron en Neuchatel, en la Suiza francófona, donde ella comenzó a trabajar en una fábrica de relojes. Publicó, como dije antes, "El gran cuaderno", en 1987; si no hubiese publicado nada más tampoco hubiera cambiado nada, pues "El gran cuaderno" es, por sí mismo, un libro absolutamente maravilloso, brutal hasta el dolor, seco, doloroso, embriagador, sin duda uno de los mejores libros, y de más profunda huella, que he leído nunca. Y no me estoy dejando llevar por el entusiasmo, hace semanas que lo acabé. Estuve tentado a no continuar, a no leer las otras dos novelas breves, a no querer saber más de la historia de Claus y Lucas, pero la afilada pesadumbre que me había dejado la lectura de "El gran cuaderno", hizo que siguiese pasando hojas, sumergiéndome en la lectura de "La prueba".
Debería hacer un inciso y hablar de la historia. Claus y Lucas son dos hermanos gemelos que, en plena segunda guerra mundial, son llevados por su madre a vivir con su abuela, una reseca y bestial mujer que les odia, en una pequeña ciudad fronteriza porque ya no están seguros con su madre. Desde ese momento, ambos hermanos comienzan a sufrir una transformación, habida cuenta de las cosas que les suceden tanto con su abuela como en esa pequeña ciudad. Cada vez son más literales, más brutales, más objetivos, más aparentemente insensibles; la guerra siempre está presente, las carencias, el hambre, el trabajo necesario para sobrevivir, la lucha por esa vida que cada vez es menos humana... El estilo de Agota es inmenso, el despojamiento de toda floritura es deslumbrante, la profundidad de su narrativa es imponente, los capítulos (breves, como deben ser) se suceden sin descanso azotando al lector. Wittgensteniano sería un adjetivo acorde con su escritura. Concisa, breve, objetiva, potente, deslumbrante. Sólo esa novela breve, independientemente de las otras dos que le siguen, vale por si misma el calificativo de obra maestra.
Por eso tenía miedo de seguir leyendo, de comenzar "La prueba" y ver si Kristof había podido mantener el sobresaliente nivel. Afortunadamente, seguí, y si bien la prosa cambia, el estilo es distinto, el nivel no decae lo más mínimo. De hecho, anoche, mientras leía la historia de Lucas, de Mathias, de Clara, de Peter, en ese país, Hungría seguramente, pero también Rumanía, Checoslovaquia, Polonia, es decir, todos los países que quedaron bajo el influjo soviético tras la segunda Guerra mundial, sufrí lo que hacía años que no me sucedía, y es que comencé a llorar, sentí como un dolor dentro por lo que acababa de leer y no podía dejar de leer que comencé a llorar como hacía tiempo, empatizando de tal manera con la historia de Mathias y Lucas, de Clara y Lucas, de Peter y Lucas, que sentí una pena casi catártica, pero pena al fin y al cabo. Hay libros que te dan la vuelta de tal modo que sabes que nunca, y digo nunca, podrás olvidar. Este es uno de ellos.
Ahora me enfrento de nuevo a la duda de, una vez terminada "La prueba", seguir y adentrarme en "La tercera mentira". Sé que no tardaré en comenzar, pero reconozco que la duda me corroe. ¿Qué más puede pasar? ¿Qué más puede haber escrito Agota Kristof tras esas dos obras maestras, dolorosas y hermosas hasta la verdad? Leo en la contraportada que con "La tercera mentira" ganó el Prix du Livre Inter en 1992. Me cuesta creer que sea mejor que las dos novelas anteriores, aunque, quién sabe. Yo, de momento, sigo descolocado totalmente, como hacía tiempo que no estaba. "Stoner" de John Williams ya me causó hace meses una sensación similar, y como ya me había pasado hacía relativamente poco tiempo, no esperaba que fuese a pasarme de nuevo, pero así ha sido, y no puedo evitar escribirlo aquí... Temo encontrarme en "La tercera mentira" la constatación de que no hay esperanza, sin ni tan siquiera la redención de la belleza.
TOPO,
una historia al ritmo de la calle. Honestidad y tozudez en el país de los
tuertos.
Por
Juan Miguel Contreras
PARTE
1.
Topo
es una de las grandes formaciones de la historia del Rock Español. Hay cosas
que cuanto antes se digan, mejor. También han sido uno de los grupos más
ninguneados y con más mala suerte del negocio, algo que ha sido moneda común de
la inmensa mayoría de las bandas de este país, pero Topo pertenece además al
reducido grupo de los perseverantes, los tozudos y los seguros de sus capacidades…
Como Burning, como Sex Museum, como… (sigan ustedes mismos). El problema con
Topo es cómo se les considera cuando se les tiene en cuenta y en que categoría
se les ubica.
Surgieron
en 1978 como una escisión de Asfalto y durante un breve periodo de tiempo
volaron muy alto, aunque nadie pareció darse cuenta. Topo es un gran grupo, con
diferentes etapas, con altibajos, con éxitos y fracasos, con muchas de las
miserias y con muchas más glorias (en forma de canciones) de eso del rock, pero
sin duda es una banda merecedora de ser considerada de primer nivel y, por qué
no decirlo, histórica. Sin embargo, si hay algo con lo que cargan sobre sus
espaldas José Luís Jiménez y Lele Laina a la hora de observar su biografía
musical son prejuicios. Se les englobó bajo esa indeterminada y maliciosa
etiqueta del Rock Urbano, vaya uno a saber qué sea eso, e incluso ellos mismos
en más de una canción han usado el adjetivo con convicción, pero también es
cierto que, a la hora de acercarse a su trabajo, quizá esa denominación haya
sido más una losa que una aclaración. Y si no tenían suficiente con la viciada
forma de hacer las cosas del que fue su primer sello, Chapa Discos (un sello
prototípico de la visión carpetovetónica del negocio del rock en este país, con
más sombras que luces), se “apropió” de ellos todo un “capo” como Vicente
Romero (ejemplo de integridad más entendida como cabezonería que como defensora
de ciertos principios).
Básicamente
Topo son José Luís Jiménez (1948) y Lele Laina (1952), aunque haya habido
momentos en los que la nave la ha dirigido solamente Jiménez y por mucho que la
llamada “formación clásica” sean ellos dos más los desaparecidos Terry Barrios (1952-1992) y Víctor Ruíz (1952-2005). Como se ha
apuntado antes, Topo surgió en 1978 como una escisión de la mítica formación
Asfalto, los cuales, en ese mismo año, habían publicado su disco debut tras un
reseñable número de años pateándose escenarios y siendo grupo de apoyo de
muchos otros como Vainica Doble, una obra con la que nadie del grupo quedó
satisfecho y que Chapa ninguneo hasta que la canción “Capitán Trueno” comenzó a sonar en la radio. Para cuando esto
último sucedió, Asfalto ya había roto peras; por un lado estaban los citados
Jiménez y Laina y por otro Enrique Cajide (batería) y Julio Castejón (guitarra
y voz). Ese primer disco de Asfalto, a pesar de la insatisfacción que provocó a
sus autores, sigue siendo una obra más que disfrutable, conteniendo un conjunto
de canciones sumamente memorables, tanto en composición como en ejecución. En
él se conjugan como pocas veces en este país luminosas influencias
beatlelianas, psicodelia, rock progresivo de altura y una lírica tan naif como
preclara (en la, quizá, ficticia e ingenua distinción entre compositores con carga
política o no, el caso de Laina y Jiménez aparece como totalmente banal, pues
en su ADN siempre ha estado impreso cantar sobre y para la gente de dónde
vienen). Entre toda esa mixtura, sobresalen ciertos aspectos que seguirán
siendo señas de identidad posteriormente en Topo: una conjunción y arreglos
vocales muy a tener en cuenta, y por los que nunca han sido suficientemente
reconocidos, una destreza instrumental notabilísima y unas ambiciones
compositivas tan clásicas como valiosas.
Presiones
de la compañía hacen que Cajide y Castejón continúen bajo la nomenclatura
original a pesar de tener nuevo nombre y nuevos compañeros. Por su lado, Jiménez
y Laina, intérpretes vocales principales de las canciones más recordadas de
dicho LP, deciden formar otro grupo y permiten el uso por parte de aquellos del
nombre de Asfalto. Así pues, José
Luis Jiménez (bajo y voz) y Lele Laina (guitarra y voz) se embarcan en la creación de Topo
junto a Terry Barrios(Batería
y voz) y Víctor Ruiz (Teclados).
Rápidamente graban su primer plástico, de titulo homónimo, el cual, comparado
con la obra seminal del que fuese su primer grupo, se muestra como una gloriosa
evolución lógica. La inclusión del teclado de Ruiz hace que las nuevas
composiciones adquieran músculo y fluyan densas, muy acordes con el rock
progresivo de la época. Dicho álbum, producido brillantemente por Teddy
Bautista en los estudios Kirios, incluye composiciones ilustres como "Vallekas
1996" o "Mis amigos dónde estarán". Es un disco
difícil y a la vez naif. Difícil porque es progresivo, enrevesado y complejo, y
naif por unas letras directas, cargadas de una marcada y sencilla pátina
social, pero también con enjundia. Ecos de Traffic, Mott the Hoople (de Brain
Capers) o Humble Pie resuenan en cada surco, aunque siempre primando su marcada
personalidad. Abre el disco "Autorretrato", trepidante gema de
riff con olor a clásico, un teclado llenándolo todo que parece robado
directamente de Vanilla Fugde y un interludio acústico que muestra a unos
compositores tan seguros como ambiciosos; le sigue "Abélica", otra
joya progresiva con un nuevo juego de voces inmenso, y, cerrando la cara A,
"La catedral", cuya lírica parece extraída de un guión de
Moebius y que musicalmente es como si Pink Floyd estuviesen tocando un descarte
del primer disco de King Crimson, esta vez bajo la voz principal de Terry
Barrios, secundado por unos Jiménez y Laina poseídos por Crosby, Stills y Nash.
Y si la cara A era asombrosa, la cara B es ya para llorar de placer; "Mis
amigos dónde estarán" es uno de esos himnos sencillos y emotivos por los
que no pasa el tiempo, y "Qué es esta vida" siempre me ha
parecido el "Because" beatleliano patrio. "El periódico"
es una composición tan sencilla como emotiva, antesala perfecta para que cierre
el disco de nuevo un pletórico Terry Barrios a la voz principal con "Vallekas
1996" (o cómo incitar a la lectura de Orwell y Bradbury desde una
canción). No sólo eran unos músicos arriesgados y virtuosos, sino que
posiblemente hayan sido uno de los poquísimos grupos que en este país han
cuidado las voces y las armonías vocales de una manera tan exquisita. Terry,
José Luis y Lele se compenetraban de manera emocionante, y las armonías que se
sacaban de la manga son de lo mejor que nunca nadie se ha dignado a reivindicar
en este país.
Lele Laina y José Luis Jiménez - Foto. Luis Sevillano
Un
disco como ese hoy debería estar reseñado como la maravilla que es dentro de
cualquier historia decente del rock español, y no como un Wally que nadie sabe
dónde está, ninguneado por modernos y gafapastas cuyas carnes se abren ante productos
contemporáneos de dicho disco que son presentadas como epítomes de lo más de lo
más. Sin embargo Topo sufrió lo que sufrieron las otras bandas de su
compañía, Chapa, que, lejos de apoyar incondicionalmente la música
de su escudería, mostró con el tiempo que sólo buscaba formas de enriquecerse
rápida y fácilmente, maltratado sin ningún problema cantera y catálogo, dando
al traste con bandas mientras su propia ineptitud interna provocaba situaciones
kafkianas tales como la grabación de discos claves que no eran mínimamente
apoyados (como el de Mezquita, Mermelada o Cucharada) o cambios de imagen tan
descorazonadoras como el que hicieron los propios Topo para su segundo disco. No
hay que olvidar que esto es España y Topo se topó (perdón) con la Movida,
entrando inmediatamente a formar parte de ese saco donde han acabado todos los
grupos que, parafraseando a Tierno Galván, no estuvieron al loro, no se
colocaron, se movieron y no salieron en la foto. No hablo de teorías conspiratorias,
sino simple y llanamente de cutrerío patrio; aquí la música era considerada (y
es) como un simple negocio de guapos y guapas manejables y no como una
forma de arte comercializable, pero arte al fin y al cabo.
Con
estas premisas, en 1980, Chapa les "anima" a realizar un disco
"nuevaolero", al estilo de lo que funcionaba en Gran Bretaña, con un
sonido próximo a The Police. Para estos cuatro proles curtidos durante años en
el local de ensayo y en bolos infames, el caramelo no les pareció mal, pero,
hablando mal y pronto, se la metieron doblada. Este intento de reformularlos,
concretado en un disco llamado "Pret a portet", fracasa
estrepitosamente y hace que Topo abandone la discográfica. Produce de nuevo
Teddy Bautista, pero pocos rastros hay de la obra anterior. Visto en
perspectiva no es un mal disco, tiene sus momentos, pero no era apropiado para
un grupo como Topo. De hecho no parecían el mismo grupo. Una cosa es evolución
y otra el triple salto mortal sin red estilístico que hicieron. De todos modos,
hay que insistir en que no es un mal álbum (si lo hubiera firmado un grupo
novel). Sobre él reposa la losa de ser un disco indigno, pero tras esa pátina
sonora tan típica de la época, se esconden un puñado de composiciones que, con otra
producción más orgánica y natural, hubieran hecho un trabajo menos sonrojante.
A pesar de tener que echarle imaginación para ver que los huesos de esas
canciones eran buenos, se mantienen muy a la luz la destreza instrumental y los
arreglos vocales con enjundia. Perlas como “Inesperadamente”,
la versión de Sam Cooke “Bring it on home
to me” bautizada como “Trae a casa tu
amor”, o “Te siento cerca”,
siguen brillando debajo del lodo y la purpurina (aunque otras como “Extraterrestre” le hagan a uno llorar de
espanto).
Para
resarcirse grabaron su tercer disco intentando que las injerencias de la
compañía fuesen las menos posibles. Con "Marea negra" pusieron las cosas en su sitio, volviendo a su
sonido, sus riffs, sus juegos vocales y su teclado musculoso. Un disco
magnífico grabado en Madrid y mezclado en Ámsterdam que con el tiempo se ha
convertido en su obra más representativa. Fichan por Sony y produce Carlos Narea con la ayuda de Miguel Ríos. Terry
Barrios catalizó las inquietudes del grupo y puso las cosas en orden (aparte de
ser un batería contundente y preciso, tenía un sonido y una pegada muy
característica, y en grabaciones posteriores se le echó en falta, lo cual es
mucho decir a la hora de hablar de un batería). “Cantante urbano” abre el disco de una manera poderosa, abriendo el
listado de nuevos clásicos de la banda, soberbia, auto afirmante y que expone
la tónica de lo que vendrá, la de unos músicos en estado de gracia que confían
en unas canciones de nuevo primorosas pero, esta vez sí, grabadas y producidas
como desean. Desaparecen los restos progresivos más evidentes por mor de un
rock más directo. “Guerra fría”
mantiene el pulso sustentada por el piano de Víctor Ruiz, que encuentra más
espacio para reclamar su importancia capital dejando que un pantagruélico Terry
Barrios se haga con ella y la saque a flote y le de brillo. Sigue “El Blues del Dandy”, poderosa sátira
deudora de unos Humble Pie incisivos y socarrones. “Marea negra” es un himno preclaro y trepidante donde todos brillan
y a la vez les muestra compenetradísimos. Justo después Lele Laina imprime su
raigambre beatle con la harrisoniana “Colores”,
emocionante descripción sentimental de un trotamundos apátrida. La cara B se
abre con “Los chicos están mal”, una
nueva muesca en su lista de clásicos, y si cito todas las canciones del álbum
es para reivindicar una obra que debería haber tenido mejor suerte en el
imaginario colectivo rockero patrio. Jiménez de nuevo apabulla con su bajo,
dirigiendo a un grupo que se gusta y disfruta. “Después del concierto” y “El apagón”
se siguen con un José Luís Jiménez cantando pletórico y dibujando unas líneas
de bajo imaginativas y contundentes que culminan en la última de las gemas del álbum,
“Ciudadano universal”, cantada por
Terry, la cual muestra sus restos progresivos en una composición acertada y
adaptada al momento que viven.
PARTE
2.
A
pesar de tener la certeza de haber firmado un magnífico disco y de gozar de la
tutela de un Miguel Ríos que les lleva de teloneros, la compañía no hace nada
por ubicarlos y sacarlos de ese cajón desastre del llamado rock urbano donde
les es imposible romper los límites que su propio nombre impone (en
radiodifusión y trasvase periodístico); la moral del grupo está en su peor momento
y, a finales del 84, Terry, Lele y Víctor deciden tirar la toalla y abandonan,
cansados de la compañía y con la sensación de que la mala suerte que siempre
les ha acompañado nos les dará tregua por más que se esfuercen. Se queda solo
José Luís Jiménez, que sobrevive alquilando su equipo de sonido y buscando nuevos
músicos. Decide mantener el nombre y ficha a Luis Cruz (Guitarra), Kacho
Casal (Batería) y Pablo Salinas
(Guitarra, teclados). Esa formación grabará en 1986 "Ciudad de Músicos",
editado a través del sello SNIF,
compañía auto gestionada por los propios músicos donde también editan los
igualmente tenaces Asfalto en su nueva reencarnación junto a Miguel Oñate. “Ciudad
de músicos” es totalmente un producto de la época, delicioso y culposo a la vez.
Muy influido por el rock metalizado de guitarristas corre mástilesgracias al ímpetu y talento de Cruz y
Casal (hoy en Burning), el bajo y voz de Jiménez pivota sabiamente e intenta
atar en corto a sus nuevos compañeros con unas composiciones que, tras los
arreglos “hard-metálicos”, se vuelven a mostrar clásicas y preciosistas. A
pesar del satisfactorio trabajo, éste vuelve a pasar totalmente desapercibido,
lo cual, añadido a que José Luís Jiménez busca sonoridades más clásicas,
precipita el fin del primer acto de Topo.
Como
telón del mismo, en 1988 aparece "Mis amigos están vivos". Doble
LP en directo editado por la tenaz voluntad de José Luís Jiménez. Vista
hoy en día es la muestra más evidente de la historia de Topo, es decir, un lujo
perdido en el olvido de los medios (nunca se ha editado en CD, y sólo se
encuentra ripeado en algunos blogs). Un disco doble en directo que tenía que
haber puesto las cosas en su sitio, un disco que en cualquier otro lugar sería
una pieza indiscutible pero que aquí se quedó en nada (salvo en el testamento
del grupo hasta su vuelta en el 2000). El concierto se graba el 30 de octubre
de 1987 en la sala Canciller, y en él Jiménez reúne a todos los músicos que
habían pasado por la banda más numerosos invitados ligados a la historia de la
misma. Sonaron todos sus “himnos”, plasmando el momento actual de Topo en ese
momento y su historia. Quizá el baile de invitados diluya el resultado, pero es
el mejor testamento posible (aunque no ratificado por su vuelta doce años
después) de una banda que hubiera merecido mejor trato y proyección.
TOPO. Foto. Adán Cabello
A
partir de ahí comienza un periodo caótico y silencioso. Reuniones de Asfalto,
primero con Terry Barrios a la batería (“Sólo por dinero”, 1990, irregular
trabajo, quizá demasiado autocomplaciente pero aún así con una joya como “Lo que el viento no se llevó”), cuyo concierto homenaje tras su fallecimiento provoca la reunión de los cuatro
miembros originales de Asfalto, dando como resultado un más que reseñable álbum,
“El planeta de los locos” (1994). Proyectos alimenticios y grupos de versiones (Rockorquesta,
Black Dog) hacen que finalmente pase una década donde Topo desaparece completamente
y se le da por finiquitado. Sin embargo, la aparición en el año 2000 de "La
jaula del silencio" en el sello Pies, les vuelve a poner en marcha.
Continúan Lele Laina y José Luís, no así Víctor Ruiz; lo sustituye Sergio Cisneros y en la batería se
sienta Roger Castro. A pesar de ser
un gran disco, pasó totalmente desapercibido (más incluso que obras anteriores).
Lejos de ser un álbum anecdótico, “La jaula del silencio” se presenta orgulloso
y lleno de canciones notables. Composiciones como “La vida” (emocionante), “Cruce
de caminos” (brutal), “El bar”(emotiva)
o “Soy una montaña” (preciosa), por
citar sólo unas pocas, les muestran inspiradísimos y tan seguros como siempre.
De nuevo el profundo bagaje de la pareja compositora y las raíces de las que
siempre se han nutrido salen a la luz. Una brillante relectura de “I´m tired” de Savoy Brown pone la guinda
a un loable trabajo de cuya existencia lamentablemente nadie se enteró.
Foto. Chema Pérez
De
nuevo otro parón habida cuenta del silencio (profético título para un trabajo
cuyos logros resultan inversamente proporcionales a su eco en los medios), los
deja en barbecho, de vuelta a sus cuarteles de invierno, hastiados y con la
sensación de estar perpetuamente comenzando y no siendo capaces de trascender
el saco donde se les ha metido. Lele Laina entra a formar parte de una
reencarnación de Los Brincos mientras no dejan de ensayar y componer, hasta que el productor Ángel Romero les
propone recuperar parte de su cancionero (de Topo y Asfalto) en formato
acústico, publicando “Canciones básicas”
en 2004 bajo sus propios nombres en formato trío (con Miguel Bullido a la batería) en una compañía integrada en el
todopoderoso Grupo Prisa llamada El Diablo. El disco se vende bien (al menos
para lo que están acostumbrados sus autores) pero no piensa así su compañía,
que les da carta de libertad. Compaginan trabajos y bandas con esporádicas
actuaciones (de gran nivel) hasta que casualmente se les une Luis Cruz en un
ensayo y deciden recuperar Topo discográficamente, aunque para ello abandonen
el teclado por una formación con dos guitarras (primando más la sintonía personal
y musical que su original alineación). De todo ello surge “Prohibido mirar atrás” (2010), publicado por The Fish Factory,
compañía que les da estabilidad y apoyo incondicional. Una más que asumida
madurez compositiva da luz a unas canciones con su sello característico, las
cuales, al carecer del personal sonido orgánico del teclado, les empareja más a
la primigenia formación y espíritu de Asfalto. Una producción cristalina y
cuidada de la mano de Jiménez y Laina es un aspecto también destacable de un
álbum donde el continuismo de su guadianesca carrera se convierte una vez más
en una orgullosa recopilación de canciones que van de lo auto afirmativo (“Cambios” o la que da título al disco) a
lo amoroso (una joya como “Empezar”,
que muestra que se pueden contar aún cosas sobre tan recurrente tema desde una
visión propia y acorde con su evolución vital). También están presentes las
típicas canciones suyas donde se narran historias cotidianas (“La guitarra del inglés”) y emociones tan
mundanas como empáticas (la preciosa “Santo
Grial”). En perspectiva resulta obvio que no es un trabajo redondo
completamente, situándose un paso por detrás del reivindicable “La jaula del
silencio”. Es como si la nueva formación se encontrara dubitativa en su
conjunción, mostrándoles menos sutiles en algunos pasajes ante la ausencia del
teclado, aunque bien es cierto que la producción es magnífica y los arreglos de
las guitarras les hacen sonar primorosos pero no del todo ensamblados. Esto se
constatará en directo, donde poco a poco se ve que Laina y Cruz cada vez están
más seguros, doblándose con gusto (evocan muchísimas veces el espíritu de Thin
Lizzy, sobre todo en la citada “Empezar”)
tanto en los nuevos arreglos de su cancionero clásico como en las nuevas
composiciones que pasan a formar parte del mismo. Aprovechan la presentación
madrileña para grabar dicho concierto, el 14 de enero de 2011, y publicar un
nuevo doble en directo. Vuelven a aparecer invitados ligados a su historia
(destacando sobre todos ellos un Kacho Casal pletórico en “Todos a Bordo”). Editan “Cierta
noche en Madrid” en doble cd y doble dvd. Mezcla y edita el audio el propio
Lele Laina, aunque si bien eso siempre ha sido una garantía para el grupo, esta
vez palidece en ciertos momentos, quizá por la ausencia total de overdubs y
enmascaramientos posteriores, sonando a veces muy crudo y mate. Lo que se oye
(y ve) es lo que son, para lo bueno y lo malo. El problema aparece en los
extras, donde José Luís y Lele cuentan durante una hora lo que ha sido su historia
musical y la de Topo. Siendo ésta como es una historia no sólo atractiva y
disfrutable sino, sobre todo, paradigmática y fundamental, se echa en falta un
trabajo de edición visual que dote de brillo al peso histórico que ambos tienen.
Ese síndrome de haber empezado una y mil veces desde cero a base de
perseverancia y lucidez quizá les hace descuidar esa ansiada entrevista. De
todos modos, pecata minuta de cara a
los fieles seguidores que durante años esperaban algo así.
Viendo
que la nueva formación da y puede dar buenos resultados, esta vez no dejan que
Topo languidezca como otras veces, y ante el abandono de Miguel Bullido, se
hacen con un batería tan respetado como José Martos. En 2014 entran a grabar su
noveno disco, perfectamente a gusto en su formación de dos guitarras, bajo y
batería. En febrero de 2015 aparece “El
ritmo de la calle”, flamante nuevo capítulo de una historia que se ha visto
obligada a comenzar tantas veces ante la desidia de medios que sería una pena
que terminara ahora. Como si el círculo se hubiese cerrado para Lele y José
Luís dentro de ese uróboros particular en el que parecen estar inmersos, “El
ritmo de la calle” constata la rabia por demostrar que su historia sigue
vigente y también por evidenciar la importancia que tuvieron. De nuevo ofrecen
un trabajo redondo, quizá uno de los mejores de su carrera. La tónica lírica es
ya un marchamo personal: denuncia, historias, emociones, sentimientos. No
sorprenden pero siguen siendo letras certeras y arrobadas. Musicalmente tampoco
esperan sobresaltar a ninguno pero es tan alto el nivel que poco importa. Puede
sonar a lugar común, pero reseñar un tema en detrimento de otro se torna
difícil habida cuenta del nivel ofrecido. De igual modo, resulta sorprendente
escuchar este disco a la luz de lo que ha sido su carrera. Desde la inicial y
afilada “El ritmo de la calle” al
rabioso final de tremebundo riff con “Policías
y ladrones”, se reúnen 14 canciones que rallan lo notable, cuando no lo
sobresaliente en algunos casos. El sonido de dos guitarras les hace incluso
regresar al espíritu de aquel lejano y germinal primer disco de Asfalto (sobre
todo en las preciosas “La dama y el
juglar” y “La cosecha”, las
cuales desprenden psicodelia beat por todos lados). Suenan contundentes gracias
a la labor de José Martos tras la batería, el cual parece haberle inyectado un
plus de energía a la ya trasmitida por la incorporación de Luís Cruz, pero
también gracias a una sabiduría compositiva que, ayudada por unos arreglos distinguidos,
elevan las canciones. Ejemplos como “Blues
de cristal”, donde parecen darse cita unos Whishbone Ash secundados por
Warren Haynes y sir Paul McCartney, o “El
guitarrista de Hamelín”, que trae a la memoria un supervitaminado “(I´m not your) Steppin´Stone” de The
Monkees, dan buena prueba de que la pareja compositiva Laina/Jiménez merece un respeto
cuando no un altar. ¿Suena exagerado? Va a ser que no. La producción vuelve a recaer
sobre la pareja fundadora, endureciendo el sonido donde es necesario y dejando
respirar a las canciones cuando hace falta, en un resultado final meritorio y
valiente, el cual debería romper no ya sólo el corsé público que les ignora
sino las estúpidas etiquetas que hacen que no haya otros focos siguiendo sus
pasos (Azkenza, Cazorla, Ruta66 o Efe Eme, por ejemplo). Sea o no el capítulo
final de una historia tan heroica como reivindicable, habrá merecido la pena si
finaliza así. Conociendo el camino que han recorrido y cómo lo han hecho, me
temo que, afortunadamente, no lo será.