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viernes, 17 de junio de 2016

Sergéi Pavlovich Korolev. El diseñador Jefe. Biografía gravitatoria


Artículo aparecido en la revista "La aventura de la Historia", número 212. Junio 2016


EL HOMBRE QUE NOS LLEVÓ AL COSMOS.

La humanidad siempre ha soñado con recorrer el cielo, no sólo como un pájaro, sino más allá, hasta la Luna y las estrellas. Un día lo hicimos por primera vez, lanzamos un cohete que salió de la atmósfera, enviamos un hombre al espacio que regresó con vida (un cosmonauta) y, entre otros grandes logros, otro hombre (un astronauta), pisó la Luna. Siglos y siglos soñando e imaginando llegar a ella, y lo que pasó después fue que la fuimos olvidando, como un amante que pierde el interés por el objeto deseado una vez que lo ha conquistado.

Doce hombres han paseado por la Luna. La última vez, en 1972. Ya no hemos vuelto a ir. Uno de los dos hombres que propició todos aquellos hitos no vivió para verlo. Seguramente, si hubiera vivido más, hubieran sido otros hombres, y otras banderas, las que hubiesen pisado la superficie de Selene. Este año se cumplen 50 años de su desaparición. Lo llamaban el Diseñador Jefe, y desde el más completo anonimato consiguió cosas que sólo pueden producir asombro y admiración. Su vida, sólo conocida tras su muerte, también produce el mismo efecto. Se llamaba Sergéi Pavlovich Korolev, genial ingeniero soviético y célebre diseñador de cohetes. Como suele ocurrir con los genios, fue un personaje singular: comunista represaliado por el estalinismo, austero, íntegro y frugal pero también mujeriego e infiel, hábil entre políticos grises y extraordinario inventor de astronaves.

Entre 1957 y 1966, la Unión Soviética asombró al mundo una y otra vez con los éxitos extraordinarios de su programa espacial, siendo la primera en hacer que la especie humana abandonara la cálida atmósfera que nos vio nacer. Aquellas hazañas dejaron lívidos a sus enemigos y cautivó el entusiasmo de millones de personas por todo el mundo. Tras todas ellas estaba la mano de Sergéi Pavlovich Korolev. Por desgracia su vida no fue larga: nació el 12 de enero de 1907 en la ciudad de Zhitómir (Ucrania) y falleció el 16 de enero de 1966 en Moscú. Su biografía, independientemente de sus increíbles logros, fue tan terrible como fascinante.

Korolev con su hija y su sobrina. © RIA Novosti / Sputnik
Korolev tuvo una infancia complicada, con unos padres ausentes y criado por sus abuelos. El segundo esposo de su madre, un ingeniero eléctrico, resultó ser una buena influencia, transmitiéndole la fascinación por inventar y crear artilugios mecánicos. Se mudaron a Odessa, donde vivió la Revolución y conoció el hambre y el tifus. En 1923 ingresó en la escuela de formación profesional, en la rama de carpintería. También comenzó a pilotar planeadores en el aeroclub local, uniéndose a una asociación aeronáutica y consiguiendo el título de piloto. Posteriormente ingresó en la Facultad de Aeromecánica del Instituto Politécnico de Kiev. Poco después se trasladó a Moscú, a la Escuela Técnica Superior, en donde se graduaría en 1929 bajo la tutela de Andrei Tupolev. Fue en aquellos años cuando conoció la obra de Konstantín Tsiolkovski, provocando que su pasión por el cielo se ampliara hasta el cosmos.  En 1931 entra a trabajar con Tupolev en una oficina de diseños aeronáuticos experimentales, y meses más tarde ayuda a fundar el GIRD (Grupo de Investigaciones en Propulsión a Chorro), que pronto dirigiría. En 1933 esta organización se fusiona con el Laboratorio de Dinámica de Gases de Leningrado, creándose el Instituto de Investigaciones en Propulsión a Chorro (El RNII). Allí coincide con otros ingenieros interesados en los viajes espaciales, entre ellos Valentin Glushko, el cual había conocido personalmente al citado Tsiolkovski.
Imagen extraída del libro "PS SP" AQUI


Tuvo una hija, Natasha, junto a Xenia Vincentini, y en 1935 obtuvieron su propio apartamento, coincidiendo con su nombramiento como Director de la Sección de Misiles de Crucero en el Instituto Científico de Investigación de la región de Moscú. Korolev adquirió fama de ser un gestor de proyectos capaz y exigente; pronto consiguió desarrollar un sistema giroscópico capaz de controlar los movimientos de una aeronave a largas distancias, origen de los modernos sistemas de navegación automáticos.
Pero llegaron los terribles años 1937 y 1938, cuando la URSS se vio inmersa en una delirante ola de purgas estalinistas. Cualquiera, a cualquier hora y por cualquier motivo, podía ser arrestado. El 28 de junio de 1938 detuvieron también a Sergéi Korolev. Se le acusó de afiliación a organización trotskista, sabotaje y ralentización premeditada de las labores en la fabricación de armamentos modernos para el Ejército Rojo. Hubo varios denunciantes, entre ellos Valentín Glushko. Fue condenado a diez años de trabajos forzados, primero en el ferrocarril transiberiano, y después en las minas de oro de Kolymá, donde estuvo más de un año, perdiendo todos los dientes y adquiriendo diversos problemas de salud que años después conducirían a su temprana muerte.

imagen extraída de libro "PS SP" AQUI

Los avatares de la guerra y el avance del ejército nazi hasta las puertas de Moscú, provocaron que a Stalin no le quedase más remedio que “rescatar” a multitud de represaliados; entre ellos estaba Andréi Tupolev, que también cumplía condena en una sharashka (un centro de detención para científicos e intelectuales útiles al estado, menos duro que los gulags, y con cierta calidad de vida). Se le había encomendado la creación de aviones de bombardeo, pero apenas contaba con personal cualificado. Tupolev envió una lista con 25 nombres al correspondiente Comisario de la NKVD. La guerra apremiaba más que la reeducación, por lo que así fue cómo Korolev, sin dejar de ser considerado preso, fue enviado a trabajar con su antiguo mentor.

Al acabar la Segunda Guerra Mundial, Korolev fue liberado, recibió su primera condecoración (la Insignia de Honor) y se le otorgó el grado de coronel del Ejército Rojo en el departamento científico. Pronto fue trasladado al OKB-1 (Oficina de Diseños Experimentales), donde estaban los científicos alemanes de los legendarios cohetes V-2 capturados por las fuerzas soviéticas, así como planos y componentes de los mismos. Es entonces cuando se le encomienda la tarea de diseñar el primer misil balístico intercontinental (ICBM) de la historia.

El equipo de Korolev tomó únicamente las partes más interesantes de la tecnología germana y desechó lo demás en favor de conceptos propios (bien es cierto que los Estados Unidos sólo habían dejado varias carcasas vacías de V-2 tras su paso por Peenemünde, dentro de la Operación Paperclip). Tras años de trabajo, el resultado sería el mítico cohete R-7, más conocido como Semyorka (“el siete”).

En 1957, durante el Año Geofísico Internacional, la idea de lanzar un satélite artificial  comenzó a aparecer en la prensa occidental. Anteriormente, en 1953, Korolev ya había propuesto utilizar uno de aquellos Semyorka para viajar al espacio, pero sus fantasías espaciales sólo interesaban para su uso militar. El equipo de Korolev pensó que podrían superar a los Estados Unidos, así que volvió a sugerirlo, consiguiendo finalmente el apoyo del gobierno. Oficialmente comenzaba la Carrera Espacial, un enfrentamiento que no sólo fue científico y tecnológico, sino también ideológico, moral, social, filosófico y político.

El desarrollo del Sputnik les llevó menos de un mes. Era un diseño muy sencillo: una bola metálica pulida, un transmisor, instrumentos de medición y las baterías. Finalmente, a las 22:28 del 4 de octubre de 1957, hora de Moscú, un cohete R-7 Semyorka despegó desde una plataforma secreta en Tyuratam, Kazajastán, en lo que hoy se conoce como Cosmódromo de Baikonur. Aquel acontecimiento tuvo un efecto electrizante. El impacto del Sputnik 1 fue inmenso en todo el planeta, propulsando instantáneamente a la Unión Soviética a la posición de superpotencia global dominante. Un Jrushchov pletórico decidió que debía haber un nuevo logro para el 40º aniversario de la Revolución de Octubre, el 3 de noviembre. Por tanto, Korolev disponía de menos de un mes para prepararlo. Esta vez el Sputnik 2 pesaría seis veces más, e incluiría como tripulante a la perra Laika. No hubo tiempo para pruebas. El lanzamiento fue un éxito, y Laika sobrevivió al despegue, aunque moriría poco después debido al agotamiento y al calor.

Tras esos dos hitos, el equipo del Diseñador Jefe trabajaba a destajo en la OKB-1 de Moscú, desarrollando varios programas a la vez. Uno de ellos, aún ultrasecreto, se denominaba Mechta ("Sueño"). El sueño consistía en llegar hasta la Luna orbitando alrededor de la Tierra. El primer intento se produjo el dos de enero de 1959. La idea era estrellar una nave automatizada contra la Luna. Este lanzamiento, llamado Luna 1, erró por casi seis mil kilómetros; pero fue el primer artefacto humano en alcanzar la velocidad necesaria para escapar de la gravedad terrestre, además de convertirse de paso en el primero en orbitar el Sol (de hecho, ahí continúa, entre la Tierra y Marte).

El 13 de septiembre del mismo año, despegaba de Baikonur una segunda sonda espacial: se llamaba Luna 2. Treinta y tres horas y media después del lanzamiento, se estrelló deliberadamente entre los cráteres Arístides, Arquímedes y Autólico, al este del Mar de la Serenidad. Fue la primera vez en que un objeto creado por manos humanas entraba en contacto con un lugar extraterrestre. Menos de un mes después, el 6 de octubre, una tercera nave, Luna 3, dio la vuelta a nuestro satélite, fotografiando por primera vez su cara oculta, hasta entonces desconocida para la humanidad; es por ello que la mayoría de los cráteres tienen nombre ruso. El equipo del Diseñador Jefe estaba preparado para un éxito aún mayor. De manera muy discreta, durante los siguientes meses, hasta seis perros viajaron al espacio en naves cada vez más sofisticadas. Algunos lograron regresar con vida.

Sergei Korolev comunicándose con la Vostok de Yuri Gagarin. © RIA Novosti / Sputnik
También durante 1959 había comenzado la selección de cosmonautas. Korolev había dispuesto que fuesen pilotos preferiblemente jóvenes, con una edad comprendida entre 25 y 30 años y una estatura no superior a los 1,70 metros. El 11 de enero de 1960 se estableció un centro exclusivo de entrenamiento en unas instalaciones situadas cerca de la base aérea de Frunze, a las afueras de Moscú. El comandante Konstantin Vershinin elaboró la lista oficial de los veinte candidatos el 25 de febrero. Todo parecía suceder demasiado rápido, pero no había vuelta atrás. Resultaba obvio que los veinte candidatos no podrían participar al mismo tiempo, por lo que el 30 de mayo se crea un grupo con los seis mejores cosmonautas. Dos destacaban sobre sus compañeros: el brillante militar Gherman Stepanovich Titov, y el hijo de unos granjeros koljosianos, un piloto inteligente, vivaracho y ligón conocido como Yuri Alexéievich Gagarin.

A finales de 1960 comienzan a visitar las instalaciones donde se está construyendo la Vostok 3KA. Durante una de esas visitas tiene lugar el primer encuentro cara a cara entre Gagarin y Korolev. La fascinación y afecto entre ambos fue instantáneo. El entusiasmo contagioso de Gagarin, así como su honda comprensión de lo que para la humanidad significaba todo aquello, impresionaron muy favorablemente a Korolev. Sobre el papel, la opción más lógica era Titov, pero Sergéi Pavlovich sabía que Gagarin era una apuesta mejor. No sólo resultaba más propagandístico, sino que Yuri demostró ser un excelente técnico que había memorizado al detalle cada elemento tecnológico de la nave así como todos los pasos del vuelo.
 Sergei Korolev se despide de Yuri Gagarin antes del lanzamiento. © A. Sverdlov / Sputnik

Yuri Gagarin, vestido con su traje de presión Sokol SK-1, subiría en el ascensor que le conduciría hasta la parte superior del cohete, donde se encontraba el acceso a la cápsula, en la mañana del 12 de abril de 1961. A las 9:07 hora de Moscú, la Vostok 1 levantaría el vuelo. “¡Lanzamiento! Te deseamos buen viaje”, dijo Korolev. “Поехали! (¡allá vamos!) Hasta pronto, camaradas” respondería eufórico Gagarin. Durante los siguientes 108 minutos, Yuri describió una órbita completa alrededor de la vieja Tierra, alcanzando 327 km de altitud, y descendiendo un soleado y fabuloso día de primavera hasta tomar tierra cerca de Smelovka, un pequeño pueblo de la región de Saratov. El impacto en la opinión pública mundial fue tal, que resulta difícil de explicar. El camino parecía trazado con firmeza, por lo que sólo había que realizarlo Los Estadounidenses parecían estar a años luz, pero ni Korolev ni Jrushchev se querían confiar.

El 6 de agosto del mismo año, Gherman Titov subió también al cosmos, en la Vostok 2. Las Vostok 3 y 4, en 1962, se lanzaron simultáneamente y se aproximaron hasta comunicarse, ejecutando un ensamblaje. Luego fue el turno de Valentina Tereshkova, en 1963, convirtiéndose en la primera mujer en el espacio. En 1965 se produjo el primer paseo espacial, a cargo de Alekséi Leónov. El Diseñador Jefe aún tuvo tiempo para iniciar los proyectos Marte y Venus, que enviaron sondas a los respectivos planetas, y concebir el Programa Soyuz, tan clave hoy en día.

Korolev junto al cosmonauta Vladimir Komarov en Baikonur. © RIA Novosti / Sputnik

Sin embargo, no todo eran buenas noticias. En 1962 sus problemas de salud comenzaron a dar la cara: Una hemorragia intestinal obligó a ingresarle de urgencias. Anteriormente, el 3 de diciembre de 1960, cuatro meses antes del vuelo de Gagarin, Korolev había sufrido su primer ataque cardíaco. También se había diagnosticado un grave problema renal a consecuencia de su paso por los campos de trabajos forzados de Kolymá. En 1964, le diagnosticaron arritmia cardiaca en su ya muy débil corazón. Además se estaba quedando sordo, debido a su presencia en numerosas pruebas de lanzamiento. En diciembre de 1965, cuando la Venera 3 ya viajaba hacia Venus, le diagnosticaron pólipos intestinales. Ingresó en un hospital para operárselos, pero resultó ser un tumor abdominal de gran tamaño. La intervención se complicó y el Diseñador Jefe, muy debilitado, dejó su vida en la mesa de operaciones, el 14 de enero de 1966, un mes antes de que su Luna 9 se convirtiera en la primera en alunizar de manera automatizada. Tenía 59 años. Fue enterrado con honores en el muro del Kremlin.

El mundo descubrió su nombre el 16 de enero de 1966, cuando Pravda publicó su foto junto a su obituario. El legendario Diseñador Jefe del Programa Espacial Soviético resultó que se llamaba Sergéi Pavlovich Korolev (también transliterado como Koroliov): El hombre que había sacado a la especie humana del planeta donde había surgido por primera vez.

Los primero 20 cosmonautas soviéticos con Korolev en 1961 Foto: RIA Novosti

martes, 12 de abril de 2016

55 años del viaje de Yuri Gagarin al espacio. ¿Por qué los rusos no llegaron primero a la Luna?



Hoy se cumplen 55 años del primer viaje de un ser humano al espacio exterior, a bordo de una esfera metálica dentro de un cohete balistico intercontinental (el Semyorka, el 7) tuneado para la ocasión. ¿Valor? ¿Suicidio? ¿Arrojo desmesurado? No lo sé, y aún me cuesta definirlo. También en este 2016 se cumplen 50 años del fallecimiento del responsable de dicha hazaña, Sergei Pavlovich Korolev (Koroliov). Me han encargado un par de artículos sobre dicho suceso (de Korolev) para la revista La Aventura de la Historia, que saldrán en su número de Mayo. Como no suelo tener la suerte de que me busquen a mí para algo así, terminé haciendo más artículos de los que me habían pedido. Este que reproduzco a continuación lamentablemente (para mí), se quedó fuera. 
55 años de una de las mayores aventuras que un ser humano ha podido vivir. Grande Yuri, Yura, querido Gagarin, el de la gran sonrisa, el pequeño hombre que realizó un sueño anhelado durante muchísimos siglos. 




Imagen extraída del libro "Gagarin. Hijo de Rusia" 
 ¿Por qué los soviéticos no llegaron primero a la Luna?
Como en casi toda narración histórica, las causas de una derrota o un triunfo no tienen un desarrollo lineal, sino que se bifurcan y unas se mezclan con otras. Puede sonar extraño, pero suponer que la URSS no llegó a la Luna por diferencias personales entre los tres grandes ingenieros involucrados en la carrera espacial soviética no es tan descabellado y, posiblemente, sea una de las claves para conocer la verdad.
Además de los problemas de financiación con el buró soviético tras la guerra, Sergei Pavlovich Korolev, el Diseñador Jefe, tuvo que bregar con la enemistad y animadversión evidentes que existían entre él, Glushko y Vladímir Chelomei.

I.
Valentín Petrovich Glushko, principal rival de Sergei Pavlovich y responsable de la denuncia que llevó a Korolev a Kolyma, era el ingeniero jefe del laboratorio que ayudó a crear los motores de combustible líquido de los primeros cohetes rusos, en 1929. Sucedió en Leningrado. Al igual que Korolev, Glushko era ucraniano, aunque nacido en Odessa.
Los equipos de Korolev y Glushko fueron unidos en 1933, creando así el RNII, el Instituto de Estudios Científicos de Propulsión a Reacción. Su relación se truncó de manera terrible con la entrada en escena de Stalin. Ambos fueron detenidos durante las purgas de 1938. La denuncias, inducidas u obligadas, se cruzaron y la de Glushko llevó a Korolev a Kolyma. Al declararse la guerra contra los nazis, Valentín Pretóvich fue liberado y enviado a un bureau, donde trabajó en el diseño de aviones de combate.
En 1944, los caminos de Korolev y Glushko se cruzan definitivamente con el de Chelomei, al ser enviados a trabajar bajo la dirección de éste en el diseño de un proyectil semejante al V1 alemán. Durante este periodo final de la guerra, se hace patente la rivalidad entre los tres ingenieros, aunque aún no comparable a la que se verían abocados en años posteriores, evitando quizá que fuese la URSS la primera en llevar un hombre a la Luna.
Si los tres hubiesen sido amigos, la historia podría haber sido diferente, pero la lucha por conseguir fondos y, sobre todo, por hacer prevalecer criterios tan distintos en un ambiente tan difícil, hizo que fuese imposible.
En agosto de 1946 se crea el NII-88, el Instituto de Desarrollo Científico Ruso. Korolev, libre de cargos, y habiéndose restablecido su reputación (que no así su “existencia”), crea el OKB-1. El 1 de abril de 1953 se le encarga construir el cohete intercontinental R7, siendo Glushko el ingeniero de motores. La idea de Korolev es hacer un cohete de cinco motores, pero Glushko le da un diseño con veinte, rodeando un cuerpo central, cercado de cuatro cohetes menores. A día de hoy, los cohetes Soyuz siguen manteniendo ese diseño. Puede resultar incomprensible que se aprobara dicho diseño, pero las aplicaciones militares del diseño de Glushko de cara a crear misiles de largo alcance resultaban tan evidentes que a Korolev no le quedó más remedio que trabajar con ese diseño. A todo ello hay que añadir que Korolev quería utilizar combustible criogénico, mientras que Glushko quería usar combustible hipergólico, más tóxico, pero también más barato.
Los problemas se multiplicaron para Korolev. Las bombas que llevarían los R7 debían pesar en teoría tres toneladas, pero con el diseño de Glushko llegaban a pesar casi seis, lo que obligaba a aumentar el tamaño del cohete. Los militares se frotaban las manos. Quizá no fuese un arma muy manejable, pero sus efectos propagandísticos y disuasorios resultaban evidentes. Korolev, evidentemente, no daba crédito, pero no tenía más remedio que transigir.

Imagen extraída del libro "Gagarin. Hijo de Rusia" 

II
¿Y el papel de Cheloméi en esta historia?
Vladímir Cheloméi es descrito como alguien ambicioso políticamente, pero igual de resuelto que Korolev en explorar el cosmos y formar parte de la carrera espacial. En 1959 fue designado Jefe Constructor de la Industria Aérea. Su primer golpe de efecto fue llamar al hijo de Nikita Jruschev, Sergei, a trabajar junto a él. Comenzó a diseñar naves espaciales y, en 1961, inició los trabajos del poderoso misil UR-500, con el objetivo de lanzar con él la primera estación espacial militar.
Los trabajos en paralelo de ambos ingenieros jefes quizá se hubiesen podido complementar, pero las pretensiones políticas de Cheloméi lo impedían, alimentando su rivalidad. El 13 de octubre de 1964 puede verse como la fecha de inicio del declive ruso, a pesar incluso de los logros de Korolev, pues Jruschev es destituido como Primer Secretario del Partido Comunista, siendo nombrado en su lugar Lenoid Brezhnev. Cheloméi es apartado de la carrera espacial, cancelándose casi todos sus proyectos no militares. En 1965, Sergei Pavlovich Korolev recobró el control de todos los proyectos lunares tripulados. El rencor de Cheloméi le hizo negar toda ayuda a Korolev, el cual volvía a tener problemas con Glushko, además de los habituales de financiación.
La muerte de Korolev el 14 de enero de 1966 en la mesa de operaciones, puso fin a los sueños lunares soviéticos. Su sucesor, Vasili Mishin, no tenía ni el genio ni la capacidad de motivación del Diseñador Jefe, además de carecer de los contactos políticos o la confianza de otros bureaus para conseguir llevar el programa adelante. Por si fuera poco, el primer vuelo tripulado soviético, Soyuz-1 (cuyos cosmonautas fueron seleccionados por el propio Korolev: el malogrado Vladímir Mijailovich Komarov y Yuri Gagarin, el cual terminó como suplente, ya que las autoridades le consideraban demasiado valioso para arriesgar su vida, lo cual da la medida de las esperanzas en dicha misión), acabó en tragedia el 24 de abril de 1966. Las grabaciones de dicha misión son terribles, afectando sobremanera al propio Gagarin, que había pedido hasta el último momento ser él el cosmonauta titular, quizá temiendo el desenlace, sumiéndole en una terrible depresión. El primer ser humano en el espacio nos dejaría pronto, dinamitando definitivamente las ya pocas esperanzas de llegar primeros a la Luna. El 27 de marzo de 1968 fallecería, a los 34 años, en un accidente mientras realizaba un vuelo de entrenamiento con un MiG-15.
Partes desmontadas de los cohetes y las lanzaderas aún se pueden ver paseando por el cosmódromo de Baikonur, abandonados y cubiertos de polvo, como las ruinas de uno de los sueños más ambiciosos de la humanidad.
La era romántica de los viajes espaciales se había acabado. Ahora, comenzaba el espectáculo.


miércoles, 20 de enero de 2016

Origen de La muñeca rusa. Teorías conspiratorias y tozudez incomprensible.

Lance Miyamoto 1981
Causa-efecto. Ojalá fuese tan sencillo, pero no hay una única causa para "La muñeca rusa". Como todo, es un cúmulo de cosas, de ideas, de sensaciones, de anhelos. Sin embargo sí hay un momento, una noche de hace justo diez años, saliendo del edificio donde trabajaba de teleoperador. No merece la pena que recuerde el nombre de la empresa. Todo era subcontrata de subcontrata. La empresa nos contrataba a través de una ETT y, cuando te explicaban tu trabajo, te dabas cuenta que ibas a vender productos financieros incomprensibles y hacer encuestas para una empresa contratada por otra que había sido contratada para realizar un estudio y una labor de marketing para un banco. Y a tí te pagaba una empresa que era la encargada de dotar de gente a esa tarea. Así funcionan las cosas; detrás de todo, lo malo es acabar viéndolo como normal. Por el camino se van depositando mordidas para intermediarios cuya labor es nula, simplemente la de estar ahí en medio, enriqueciéndose. Huelga decir que el sueldo era miserable. Aguanté tres meses allí. No me llegaba para mantenerme, pagar el alquiler del piso compartido, los gastos y la manutención. No tenía para libros. A los tres meses dije, o cambias tu vida o te mueres de pena. No podía languidecer más allí, haciendo algo que odiaba (engañar a la gente para que comprara cosas inútiles), sin posibilidad de nada más, relaciones, proyectos, futuro, solo subsistir. Decidí dejarlo todo y apostar mi vida (incluso lo que no tenía, pidiendo un préstamo leonino avalado por mi primo mayor) en montar una librería. La cosa salió mal, pero fue bonito mientras duró y me hizo estar donde estoy ahora. Como se puede ver, estoy repleto de ideas fantásticas. 


Una noche, marzo de 2006, acabé mi turno intensivo de tarde, abandonando aquel edificio infame y a tomar por culo de todo a las once y diez de la noche. No logro recordar qué libro leía. Aún levaba discman, uno baratero al que se le había roto la tapa y que había conseguido que volviese a funcionar con una tira de velcro adhesivo. Llevaba el disco Yankee Hotel Foxtrot, de Wilco, uno de los pocos que conseguía mantenerme cuerdo. La noche estaba limpia, o todo lo limpio que puede estar el cielo de Madrid por la noche, siempre con una bruma anaranjada por culpa del alumbrado y la contaminación. Aún así, una luna llena enorme presidía todo, incluso mis pasos hasta la marquesina del autobús que debía tomar hasta la boca de metro. Aunque arrastraba los pies por el cansancio y la depresión, debía darme prisa porque era el último bus. Al llegar me apoyé en un árbol junto a la parada, rodeado de compañeros a los que no conocía, con los cascos puestos y atronando mis oídos con el giro ruidista de las clásicas composiciones de Jeff Tweedy. Me quedé mirando a la Luna. De golpe sentí una sensación de soledad enorme, sin cabos, y me eché a llorar. Durante los meses anteriores me había dedicado a emborronar una cuaderno con ideas para una novela que quería escribir pero que no sabía cómo porque no encontraba el hilo que la sustentara. Si aún seguía en Madrid era gracias al piso donde vivía, luminoso y apartado, muy tranquilo, con zonas verdes, perdido a la espalda de Arturo Soria. Me pillaba a tomar por culo de todos lados, pero era fantástico. Daba el sol todo el día, por todos lados. Era un edificio de tres plantas que lindaba con una guardería de monjas. Por las mañanas me sentaba a leer hasta que las monjas sacaban a los niños al patio a las doce, Los miraba jugar con algo de culpabilidad, me preparaba otro café y me duchaba. Luego, hacía la comida, leía algo más y me iba al trabajo. Aprovechaba los trayectos para escribir, apuntando notas sobre cualquier cosa. Escribía sobre una loca y sobre un celador enamorado de ella. No lograba saber por qué estaba loca, ni quiénes eran ellos, pero imaginaba situaciones. Mientras esperaba el autobús que me llevase casa, culpé a la luna de sentirme un fracasado. De haber llegado tarde todo o de no haber llegado, de haber perdido muchas cosas y de no saber qué hacer con un corazón remendado quirúrgicamente al que nadie me había dicho cómo cuidar. Me sentí como un cosmonauta perdido en mitad del espacio, a medio camino de la Tierra y la Luna, sin saber si podría llegar a ella o si por el contrario lo único que debía hacer era regresar. Pero, regresar, ¿a dónde? ¿para qué?


Con esas sensación entré en casa una hora y media después. Me preparé un té y me senté en el salón. Encendí el portátil y en google puse, "cosmonautas perdidos". Siempre me ha gustado más el término ruso, es más certero y, también, más evocador. Teníamos internet en casa porque una de mis compañeras era una irlandesa que daba clases en un colegio bilingüe y lo necesitaba para el trabajo y hablar con sus padres por skype. Se llamaba Cathleen. Como la canción de Phil Lynott. Era divertidísima y estaba loca por Gael García Bernal. No tenía ni idea de español y tampoco le preocupaba. A veces le pedía que me hablara de Rory Gallagher (su padre lo adoraba) y de Thin Lizzy. Me gustaba oirla hablar en gaélico con su madre. Me dejaba conectarme de vez en cuando porque nos llevábamos bien y muchos días cocinaba para ella y comíamos juntos. Ella siempre se reía de mi inglés. 

La información que apareció en la pantalla del ordenado me explotó en la cara. Casi olvido todo, mi desazón, mi apatía, mi frustración. Encontré desde las teorías más disparatadas y conspiratorias, hasta la historia más académica. Después de un par de horas de "investigar", me quedé con un par de nombres, una supuesta conversación estelar y poco más. Aquella noche no dormí. Me levanté con la idea desde la cual podía partir: La hija de un cosmonauta perdido en una misión fallida a la Luna se encuentra interna en un psiquiátrico de Praga, allí le cuenta a un celador su historia y la de su padre, borrados de la historia por una burocracia inhumana. La noche que las fuerzas del Pacto de Varsovia entran en Checoslovaquia para acabar con la llamada Primavera de Praga en 1968, aquella mujer creerá que realmente han ido a por ella para acallarla definitivamente.

A la mañana siguiente me dirigí a la oficina de la ETT para comunicar que quería dejar el trabajo. Sorprendentemente no me pusieron ninguna pega. Salvo cuando dije que esa tarde ya no quería ir. Recuerdo perfectamente a la mujer que atendió. Todas las semanas tenía que ir a firmar los partes de asistencia y, en mi desbarajuste vital, me creía enamorado de ella. Eso no es relevante, porque en ese tiempo me enamoraba diez veces al día, pero me gustaba ir allí; me ponía nervioso y me sentía muy abatido si iba a sellar y no me la encontraba en la oficina. Ni idea de cómo se llamaba. Sentado frente a ella, mientras me hablaba despacio, explicándome que si aguantaba una semana más, podrían darme la carta de despido y así no perder la prestación por desempleo (que capitalicé para abrir la librería), le puse el nombre de Irina. Su apellido me lo daría el nombre del cosmonauta que apunté la noche anterior, Belokoneva. Era frágil, delgada, preciosa, y no estaba loca, pero yo sí. Cuando me despedía, le pregunté si querría tomar un café o comer conmigo. Se sonrojó y se puso nerviosa. Estoy casada, dijo. Lo siento, contesté, y deseé que la tierra me tragase.

Cosmonauts Heaven por Skoparov
Las teorías acerca de los cosmonautas perdidos se basan principalmente en grabaciones sonoras de supuestas conversaciones, donde lo poco que se escucha parece más una psicofonía. Cualquier cosa sustenta esas historias, la especulación estalla y da pie a imaginar sucesos que de puro increíbles pueden perfectamente ser ciertos. Y más cuando la Luna está de por medio, la Luna y los gobiernos, lo viajes espaciales y las ganas de poner en entredicho la Historia Oficial de, en este caso, la Carrera Espacial. Cierto es que la realidad siempre supera a la ficción, y posiblemente quepa la posibilidad de que algún día aparezca un documento desclasificado que de un vuelco a esa narración oficial, pero de momento no hay nada seguro. Con respecto a las conversaciones que circulan por ahí intentando dar fe de esas misiones secretas fallidas (una sustenta La muñeca rusa, "soledad atroz, soledad atroz") la realidad es, en este caso, más prosaica: En las múltiples pruebas de despegue y orbitación se prueban los sistemas de comunicación con grabaciones, música y bromas. Por ejemplo, durante años se ha especulado sobre una grabación de 1961, Tras Laika, en marzo despega la Sputnik 5. Dentro viaja otra perrita, Zvyozdochka ("Estrellita"), bautizada con ese bonito nombre por el mismísimo Gagarin. Junto con el can, volará por segunda vez un maniquí con el traje de presión Sokol SK-1, apodado afectuosamente "Iván Ivanóvich". Durante la misión se prueba el sistema de comunicación, utilizando voces grabadas y música coral. Son los cinco cosmonautas del proyecto los que graban las conversaciones, dando rienda suelta a su humor y su sorna (a sus miedos y a su temeridad), Eso daría pie a las diversas leyendas sobre esos "cosmonautas perdidos". Como anécdota de aquella misión está la historia de "Iván". Tras una misión exitosa, el asiento eyectable con "Iván" se separa de la cápsula mientras ésta desciende por la atmósfera. Cuando el equipo de rescate llegó a la zona de aterrizaje, los aldeanos de la zona se indignaron al comprobar que el "piloto" permanecía tendido sin recibir ayuda. La revuelta se aplacaría después de que un representante de la aldea comprobase que "Ivan" no era un verdadero humano. lamentablemente, de "Estrellita", no he conseguido información. Mi ruso es nulo.

Yo inventé un cosmonauta, Alexei Belokonev, perdido en el cosmos tras no alcanzar la Luna tras las misiones de Gagarin y Titov. Y mezclé muchas más cosas, en principio por el placer de escribir (Praga, 1968, Hrabal, cine, libros...) pero luego apareció un pueblo llamado Almarga y una librería donde poder meter todas esas historias como, sí, como en una matrioska...  Tardé en darle forma a todo, lo que me rodeaba ayudaba poco, así que escribir se convirtió en una actividad clandestina, Hasta que todo explotó y surgió la primera versión, en 2009. Después, con las editoriales mandándome negativa tras negativa, yo sumido en corrección tras corrección, y la Internazional Samizdat apareciendo para no sentir que había tirado mi vida a la basura. Varios años más y aparece la editorial Baile del Sol para encender la luz de la habitación donde andaba a oscuras, justo cuando termino una novela nueva con cuatro años a sus espaldas, más grande, más suicida, más inútil, y mis cuarenta primaveras para seguir insistiendo en juntar palabras.
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