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domingo, 4 de diciembre de 2011

Abandoned gold mines. Desvaríos frente a una grabadora, I. Sobre concursos a vista de pájaro burlón

Si tiendo a ser duro con lo que escribo, lo soy más con lo que leo; y aquí he de hacer una apreciación, y es el formato "libro". Suena ridículo, lo sé; no se puede explicar que uno piense que el formato donde se lee algo le confiere una entidad que en folios impresos no tiene. Es raro, pero es así. Obviando el hecho de que pudiera tener acceso al manuscrito de algún escritor que admiro, cuando leo algo de alguien en unas hojas mecanografiadas o impresas, saco el cuchillo inconscientemente, como un crítico culinario sentado a la mesa de un restaurante recién abierto. Repito el hecho de que con lo que yo hago soy peor (que no quedó claro al principio, me temo, pero no voy a cambiar ni una coma...). Todo esto viene a que he sido jurado en un premio de cuentos, de relatos, o de lo que sea más correcto, pero de relatos. Llevo varios años en él, y todos los años pienso lo mismo al salir del fallo, que no quiero darle vueltas. Extrapolo y pienso que más o menos en todos los concursos debe ser igual (todos los que no están dados de antemano, claro; seremos pobres, pero honrados). El segundo año de ser jurado cometí la leonina idea de ofrecerme a leer todos lo relatos presentados; mi primera experiencia me había dejado el amargo sabor de boca de un fallo extraño a tenor de lo ocurrido con los 25 relatos finalistas que nos hicieron llegar. No entendía cómo de más de 200 relatos, hubiese tal descompensación en la calidad de los 25 finalistas. Así que me tiré en plancha el segundo año. En la distancia lo veo como algo gracioso, una penitencia que pagué por ingenuo, pero no pienso repetir, y menos por lo que me pagaron, que fue lo mismo que el año anterior y ha sido lo mismo en todos estos años, poco, pero ya se sabe, en este país si algo inútil te gusta los demás tienden a pensar que estás encantado de hacerlo "gratis" si te dan la oportunidad (nota: buscar artículo de Bolaño explicando porqué sólo escribe por dinero). Y ahí empezó mi esquizofrenia literaria. Que hay gente sin pudor ya se sabe, y que hay gente sin el más mínimo sentido de la autocrítica también. Escribir es una actividad que va del patetismo a la heroicidad en lo que dura un parpadeo, que fluctúa entre lo asquerosamente snob y lo puramente candoroso, y hay gente que es capaz de enviar un relato a un concurso de cierto eco pensando que puede ganar sin darse cuenta que lo que envía sólo sirve para limpiarse el culo ilustrada y literalmente. Pero hablamos de "arte", hablamos de algo que no admite objetividad pasado un límite (un límite fantasma que aparece y desaparece y que es inaprensible pero que uno tiene que fijarse a sí mismo y defenderlo con la vida si es necesario). Por eso mismo está el otro lado, el de aquel que envía un relato buenísimo y nadie se da cuenta. Lo que me importa, o de lo que quiero escribir en estos momentos para poder explicármelo a mí mismo, es qué pasa cuando cinco personas se juntan a decidir un premio. La imagen ideal sería la de cinco personas discutiendo y defendiendo unos relatos u otros, pero eso es lo ideal.  Pero antes de eso, está el gran fraude de la preselección. Lo que he contado antes de manera caótica (lo sé, sorry) es que uno acepta el margen de error, que es donde primero está la gran injusticia literaria, en la preselección, en esa manada de orcos literarios que a tropel piden ser tenidos en cuenta y del que el jurado no quiere hacerse cargo por una cuestión que tiene tanto de económica como de preservación de la salud mental; pero hay que elegir, y hay que hacerle llegar al jurado entre 20 y 30 relatos. Por el camino sabes que habrán caído sublimes maravillas, y te consuelas pensando que, por lógica, en otro lugar tendrán más suerte, pero algo dentro de ti te hace dudar de ello. Y piensas en ti como eterno aspirante a concursos de provincias, y al momento como miembro del jurado de un premio de provincias, y acabas asqueado de la literatura que nadie quiere, de esa literatura que pelea a codazos por ser tenida en cuenta, dando pena y aún más gloria a lo que significa hacer literatura. Pero piensas en hacerlo bien, asumes tu papel y lo ejerces como crees que debes hacerlo, y es leyendo a conciencia esos 25 relatos que te dan... Yo he llegado a tirar algún relato por la ventana (desde un primero, que no es un agravante) porque como soy así de tonto, en vez de dejar de leer al segundo párrafo, tal y como me pedían las vísceras, lo he terminado, y ese movimiento del brazo brusco y elegante, como de sembradora, lanzando al viento unos folios infames mientras espetas "venga hombre a la mierda ya", es la única justicia poética que se me ocurre. Ha habido años mejores y peores en cuanto a la selección de los finalistas, y sé que mi apatía en las últimas ediciones es más problema mío que problema de los relatos, pero asumo mi papel y lo ejerzo a conciencia y, además, es un dinero que me permite pagar una par de recibos del móvil y no hay más que hablar.

Cuando nos juntamos, para evitar confrontaciones crueles que puedan provocar peleas verbales y hasta físicas, se obvia toda consideración a quién, porqué y cómo se ha hecho la selección; así que se toma la más fría objetividad y "justicia" y se pasa a votar, llamando a los relatos por su número asignado y dejando de lado los que menos votos van teniendo hasta quedarse con uno. Se evita defender a los que caen, se evita pensar en porqué votas unos y no otros, sacas tu quiniela y punto, y que los dioses repartan suerte. Ver que un cuento que tu tienes por basura, alguien lo justifica no entra en esa imagen ideal de un jurado justo. Por eso los extremos se obvian. Y claro, si se obvia el extremo malo, el bueno quieras o no, también. En eso se resume todo. Se obvian los extremos y se premia lo del medio. Algún año, habiendo quedado dos relatos, se ha intentado defender uno u otro sacando argumentos y razones, pero el que decide es el presidente del jurado. En ese sentido me siento aliviado, intuyo que tenemos ideas muy parecidas y me parece bien lo que decide. Los primeros años aceptaba de mala gana que el relato que más me gustaba (el que me parecía más excelente, valga la tontería) siempre se quedase en la cuneta a las primeras de cambio, las votaciones a la eurovisión son así, y sé que se vota así para no entrar en batallas verdaderas, al fin y al cabo donde estoy es un premio de chichinabo que no tiene la más mínima importancia ni relevancia más allá de dar mediano lustre a currículums literarios de tristes aspirantes a escritores, lustre que se ve recompensado por un peculio que da para una buena cena con los amigos o un fin de semana con tu santo o santa, pero poco más. Pero desde hace un par de ediciones, la calidad de los finalistas deja mucho, pero mucho que desear (vamos, que cada vez salen volando por la ventana de mi casa más cuentos para pasmo de viandantes). A diario leo blogs con más vida y calidad literaria, amén de que cuentas cosas que me interesan y dicen más que otro cuento hueco con "sorprendente gran final", y me pregunto cómo es posible que se condense tanta medianidad con olor a rancio. Este año, ha habido una cantidad de relatos cuya trama argumental era "la sufrida vida del escritor" que me han dado hasta nauseas al acabar alguno de esos relatos vacíos, autoindulgentes, y viejos (y vuelta a pensar en los caídos, en ese desembarco de Normandía literario donde el fuego enemigo mata sin razón con su enjambre de balas perdidas, acabando sin miramientos ni distinciones con bravos héroes, es ahí donde está la verdadera tragedia). Como el jurado está compuesto por muy distintas personas, y a alguna de ellas uno las admira sinceramente, voy con los oídos bien abiertos para, luego, en esa cena infame donde los generales evintan pensar en sus soldados tras la batalla, escuchar y saber historias de otros concursos donde también están algunos del jurado, y tomo notas. Hay concursos donde la preselección la hace personal de una caja bancaria, otros donde funcionarios de ayuntamientos deciden quién pasa y quién no, otros donde editores eligen a los más malos para que el menos malo que él quiere que sobresalga, gane sin problemas, otros donde un bartleby con sueño dejó pasar un relato maravilloso sólo porque llevaba leídos diez infames y no pudo verlo... Hablo de los premios "medianamente" justos de los que oigo hablar. También están los amañados, aquellos donde se sabe quién está tras cada plica, aquellos donde miembros del jurado defienden a amigos sólo por seguir repartiéndose entre ellos un pastel rancio (y bien pagado, algunos, muchos, con dinero público), y curiosamente esto se da más en poesía, pero luego ves que si se da más en poesía es porque hay más premios de poesía que de narrativa. En narrativa, las batallas son más cruentas e infames, ahí flamantes caballeros caen en masa junto a escuderos que se creen caballeros. Y alrededor una industria que está hueca por culpa de las termitas endémicas y la nueva tecnología, a punto de desmoronarse. No defiendo que se desmorone, aún mantengo la idea de que el editor y las editoriales son un jugador necesario en este tablero, son de alguna manera un filtro, un garante de objetividad; pero del mismo modo estoy equivocado y son sólo los representantes de una burguesa industria caduca y elitista repleta de amiguismo y vendedores ambulantes de cacharrería donde, en el mismo lodo, sale de vez en cuando una voz brillante. Pero eso es la industria editorial, y yo hablaba de concursos de relatos. Yo hubiera declarado desiertas las tres últimas ediciones del premio donde estoy de jurado pero eso hubiera implicado muchas cosas, discutir sobre literatura ante todo, pero, amigo, aquí sólo jugamos al bingo, y me temo que yo siempre seré un ingenuo, un ingenuo cada vez más indolente y patético, pero un ingenuo al fin y al cabo, buscando la pepita de oro mientras espero que mi propia alquimia verbal me permita fabricar una pepita falsa que pueda hacer pasar por verdadera....

lunes, 21 de marzo de 2011

El sillón para morirse

Todas las librerías tienen un sillón para morirse, todas; viene con la licencia de apertura. Un transportista con bigote y levita aparece el mismo día que vuelves tú del ayuntamiento con tu flamante licencia, pensando si ir directamente a plastificarla o a enmarcarla, y a medio día, puntuales como un reloj de arena, resulta que te dejan un paquete enorme donde hay un nota adjunta en la que se te comunica que el gremio de libreros de Canciones Tristes te obsequia con un auténtico sillón para morirse. El problema no es ya el sillón en sí, que es un arma en toda regla, y no precisamente cargada de futuro, sino dónde lo pones y, claro, hay que buscarle un sitio, y uno ya empieza su primer día como librero con estrés. Casi todos en el oficio esconden el sillón, lo meten en el almacén o lo ponen en un rinconcito de la oficina y ahí se queda. Un día, todo librero que se precie, acaba dejándose caer en él, algunos por despiste, otros por curiosidad, los más por accidente, pero casi ninguno se muere esa primera vez, porque resulta que el sillón nunca viene con hojita de instrucciones y resulta que sí, es un sillón para morirse, qué duda cabe, pero como los fabrican en Rusia, a veces funciona y a veces no, así que poco a poco el librero le va pillando cariño a leer en su sillón para morirse, y termina por no saber si ese libro con el que se esconde para leer en su sillón serán el último que lea. 

A fuerza de echarse siestas en él, la mayoría de los libreros creen que están inmunizados de por vida, aunque a veces les llegan cartas donde les comunican que tal librero ha fallecido sentado en un sillón de su librería, pero como no pueden dejar de sentarse a leer en él, el oficio de librero con el paso de los años se ha convertido en una profesión de alto riesgo, aunque no lo parezca. Por norma, cuando una librería va a cerrar, se suele sacar y poner el sillón a la vista porque saben que el mismo transportista con bigote y levita vendrá a llevarse el sillón para morirse pero nadie sabe cuándo, sólo que vendrán a por él, así que el librero, que con el paso de los años suele convertirse en un ser atormentado, prefiere sentarse él mismo en el sillón y pasar esos últimos días ahí, disimulando, haciendo como que lee, quedando como un maleducado cuando la gente le pide libros y él ni siquiera se levanta del sillón,  dando permiso para cojan lo que quieran (o quede en las estanterías en esos últimos días), respondiendo cuando la gente se cansa de esperar a que le cobren, "me levantaría, pero preferiría no hacerlo...", sin que nadie nunca llegue a saber que realmente les está salvando la vida... Melville lo sabía, y Cortázar también, pero nunca contaron toda la verdad del asunto.



Propiedades de un sillón (fragmento), Julio Cortázar, en Historias de Cronopios y de Famas (1962)  
"En casa del Jacinto hay un sillón para morirse. Cuando la gente se pone vieja, un día la invitan a sentarse en el sillón que es un sillón como todos pero con una estrellita plateada en el centro del respaldo. La persona invitada suspira, mueve un poco las manos como si quisiera alejar la invitación y después va a sentarse en el sillón y se muere. Los chicos, siempre traviesos, se divierten en engañar a las visitas en ausencia de la madre, y las invitan a sentarse en el sillón. Como las visitas están enteradas pero saben que de eso no se debe hablar, miran a los chicos con gran confusión y se excusan con palabras que nunca se emplean cuando se habla con los chicos, cosa que a éstos los regocija extraordinariamente.
Al final las visitas se valen de cualquier pretexto para no sentarse, pero más tarde la madre se da cuenta de lo sucedido y a la hora de acostarse hay palizas terribles. No por eso escarmientan, de cuando en cuando consiguen engañar a alguna visita cándida y la hacen sentarse en el sillón. En esos casos los padres disimulan, pues temen que los vecinos lleguen a enterarse de las propiedades del sillón y vengan a pedirlo prestado para hacer sentar a una u otra persona de su familia o amistad. Entretanto los chicos van creciendo y llega un día en que sin saber por qué dejan de interesarse por el sillón y las visitas. Más bien evitan entrar en la sala, hacen un rodeo por el patio, y los padres, que ya están muy viejos, cierran con llave la puerta de la sala y miran atentamente a sus hijos como queriendo leer su pensamiento. Los hijos desvían la mirada y dicen que ya es hora de comer o de acostarse.
Por las mañanas el padre se levanta el primero y va siempre a mirar si la puerta de la sala sigue cerrada con llave, o si alguno de los hijos no ha abierto la puerta para que se vea el sillón desde el comedor, porque la estrellita de plata brilla hasta en la oscuridad y se la ve perfectamente desde cualquier parte del comedor. "

viernes, 24 de diciembre de 2010

El transportista lector

Posteo al vuelo. Miro la librería, sentado en el taburete tras el mostrador y siento algo de pena, pero no sé el motivo de la misma. Estaré cansado. La culpa de todo la tiene el blues, que ha estado sonando casi todo el día, y de la gente que compra libros para regalar como quien compra una mascota de la que se cansará a la semana, y de que me pregunten qué libro está mejor, si el último de Mendoza o el Follett. Aprovecho que acabo de cerrar, saboreo este instante de tranquilidad en la Pecera para teclear sin pensar antes de marcharme a casa. Durante el resto del año los momentos de tranquilidad abundan en la Pecera, pero hoy es Nochebuena y nadie puede entrar en casa más tarde de las 8 sin algo bajo en brazo, da igual si es un libro o no. Yo iré con las manos vacías. Sorry. "Dame lo que sea para mi madre" me  ha dicho hoy un chaval de no más de 15 años. A veces me siento dolido, como si entraran en mi casa, mirasen mi biblioteca y cogiesen algún libro que yo revendo porque necesito dinero, y me duele que les dé igual lo que cojan. En el fondo es así, la Pecera es como mi casa, sobre todo viendo lo pequeña que es la tienda y, aunque ya no tan a menudo, porque duermo encima, en un estudio cartujo y lunático con la ventana rota y con manchas de humedad en las paredes, donde escribo todo eso que, salvo excepciones, no muestro aquí. Por eso me da pena que haya gente que se lleve libros sin importarles lo más mínimo; se podrían llevar 200 gramos de choped y daría igual, incluso sabes que se lo entregarán a sus madres, novias o padres como regalo con la misma cara de beatos canallas con la que se hacen los porros y miran en culo a las chicas de rimel lascivo y talle bajo. Yo nunca he regalado un libro que no hubiese leído antes, salvo, claro, cuando sabía que el susodicho o la susodicha quería un libro en concreto. Pero las cosas son así, tampoco sé por qué me quejo, la verdad. Mis contradicciones, supongo, que me pierden. Me sorprende la gratuidad con la que se viven y hacen ciertas cosas, nada más, tampoco me voy a poner ahora en plan santurrón cínico. Hace tiempo que convivo con los best seller y con la literatura sin maniqueísmos, no es eso de lo que estoy hablando (de vez en cuando viene bien variar la dieta, pero comer sano es importante. Un exceso de Dan Brown o de vacuidad vampírica adolescente puede provocar serios daños mentales. Como el cine palomitero, puede ser divertido de vez en cuando, pero de vez en cuando, y ya). hablo de currártelo. Que tu madre diga que le gusta en cine no significa que le lleves a ver cualquier bazofia para Navidad y encima esperes que te lo agradezca.

De todos modos, prefiero acordarme de los clientes que animan a seguir sintiéndome librero, esa media docena, o un poco más, de la que quizá no sepa los nombres de la mayoría pero que ennoblecen la Pecera. Hay uno en particular que hoy ha vuelto, un conductor de camiones que cada quince días viene a por una novela y que ha crecido como lector por sí solo, y yo lo he visto. Vino por primera vez hace casi tres años. Me confesó que no tenía hábito de lectura y quería que le recomendase algo. Se llevó "Los hechos de Rey Arturo" de Steinbeck. Hasta la semana pasada yo no sabía que era transportista. Me lo dijo mientras comentábamos algo sobre la extensión del último libro que se llevaba; "es que esta vez me toca un viaje largo", me dijo. Después de tanto tiempo ya tocaba estrechar lazos. Se ha aficionado a leer en sus trayectos y ahora no puede dejarlo. Él hace trayectos, no viajes, me puntualizó. Los viajes los hago por placer; cuando me toca llevar algo por trabajo, hago trayectos, me dijo también. No le aplaudí ni le abracé, pero tuve ganas. Tiene voz nasal y  ojeras de lumpen mal remunerado, aunque sonríe siempre que entra y más de una vez  me ha echado la bronca por dejarle llevarse algún truño que otro. Antes me pedía consejo; ahora le gusta mirar y elegir por sí mismo. A mi pesar, Italo Calvino no le gusta ("El barón rampante" lo cogió demasiado pronto, me temo) pero Sandor Marai le ha gustado bastante. Ya va teniendo sus preferencias y yo le dejo solo, él sabe que me gusta que venga a mirar tranquilamente y últimamente husmea como pez en el agua. Hay algo que sólo hago con él, cuando quiere probar alguna lectura nueva, le dejo que se lleve el libro y yo le digo que si lo empieza y no le gusta que me lo traiga y lo cambie. A nadie más se lo digo. Es duro dormir en un camión, aparcado en una vía de servicio y leer un libro que no te está gustando. Él lo empieza antes de irse y si no lo ve claro, vuelve al día siguiente y se lleva otro. A veces hablamos de trabajo, de mi trabajo, y me sonríe amable cuando sale el tema del traspaso. La última vez me dijo que estaba enfadado conmigo, porque ahora que se había aficionado a leer se iba a quedar sin su librería. Me gustó que me dijera que ésta era su librería. Hasta ese momento nadie me había dicho nada similar.

Hoy ha venido a llevarse "El cementerio de Praga" de Umberto Eco, se ha llevado el último ejemplar que me quedaba y que yo había escondido para mí porque Random lo ha distribuido fatal y a las librerías pequeñas como ésta no llegan porque han decidido distribuir la primera edición en grandes superficies (a mí  me han llegado 3 ejemplares por un favor personal de mi comercial). No he podido decirle que no lo tenía. Ha entrado, ha visto que había gente, ha vacilado un momento y ha venido directo a preguntarme si tenía el último libro de Umberto Eco. Recuerdo que e entusiasmo "El nombre de la Rosa". Ese día le di cuatro o cinco libros y estuvo un rato viendo a ver cuál se llevaba y se llevó el de Eco. le he preguntado y me ha dicho que hoy cenaba aquí con su familia pero que mañana se marchaba a uno de sus trayectos. No me ha dado tiempo preguntarle dónde iba, un chaval nos ha interrumpido para preguntame si tenía el libro de Pepe Reina, y cuando he querido darme cuenta, me deseaba feliz año antes de marcharse, mezclándose su peculiar voz con la de Bo Diddley, la campanilla de la puerta y los murmullos de los tres clientes que en ese momento había en la Pecera. Tendrá un trayecto largo si  no piensa volver hasta el año que viene. Espero que el libro de Eco le guste. Cuando vuelva prometo que le preguntaré su nombre, ya es hora de que lo sepa.

viernes, 12 de marzo de 2010

Tripas, de Chuck Palahniuk


Durante la gira de promoción de una de sus obras ("Fantasmas") Palahniuk decidió experimentar con su público, leyéndole como parte central del acto el cuento Tripas, que despierta atractiva repulsión, desconcierto y visceral excitación entre quienes lo escuchan y donde la masturbación es el eje temático que Chuck descarga sobre su audiencia, en un escabroso relato de forzoso masoquismo. Dicho relato aparece en aquel libro. Se dice que unas 35 personas se desmayaron mientras oían la lectura. La revista Playboy publicaría más tarde la historia en su número de marzo de 2004. En su gira para promocionar "Stranger Than Fiction: True Stories" en el verano de 2004, volvió a leer la historia a la audiencia, elevando el total de desmayos a 53, y más tarde a 60, durante la gira para promocionar la edición de bolsillo de "Diario: Una novela". El último desmayo en una lectura de "Tripas" ocurrió en noviembre de 2004 en Durham (Carolina del Norte).

TRIPAS
Por Chuck Palahniuk

"Tomen aire.

Tomen tanto aire como puedan. Esta historia debería durar el tiempo que logren retener el aliento, y después un poco más. Así que escuchen tan rápido como les sea posible.

Cuando tenía trece años, un amigo mío escuchó hablar del “pegging”. Esto es cuando a un tipo le meten un pito por el culo. Si se estimula la próstata lo suficientemente fuerte, el rumor dice que se logran explosivos orgasmos sin manos. A esa edad, este amigo es un pequeño maníaco sexual. Siempre está buscando una manera mejor de estar al palo. Se va a comprar una zanahoria y un poco de jalea para llevar a cabo una pequeña investigación personal. Después se imagina cómo se va a ver la situación en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la jalea moviéndose sobre la cinta de goma. Todos los empleados en fila, observando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.

Entonces mi amigo compra leche y huevos y azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes para una tarta de zanahorias. Y vaselina.

Como si se fuera a casa a meterse una tarta de zanahorias por el culo.

En casa, talla la zanahoria hasta convertirla en una contundente herramienta. La unta con grasa y se la mete en el culo. Entonces, nada. Ningún orgasmo. Nada pasa, salvo que duele.

Entonces la madre del chico grita que es hora de la cena. Le dice que baje inmediatamente.

El se saca la zanahoria y entierra esa cosa resbaladiza y mugrienta entre la ropa sucia debajo de su cama.

Después de la cena va a buscar la zanahoria, pero ya no está allí. Mientras cenaba, su madre juntó toda la ropa sucia para lavarla. De ninguna manera podía encontrar la zanahoria, cuidadosamente tallada con un cuchillo de su cocina, todavía brillante de lubricante y apestosa.

Mi amigo espera meses bajo una nube oscura, esperando que sus padres lo confronten. Y nunca lo hacen. Nunca. Incluso ahora, que ha crecido, esa zanahoria invisible cuelga sobre cada cena de Navidad, cada fiesta de cumpleaños. Cada búsqueda de huevos de Pascua con sus hijos, los nietos de sus padres, esa zanahoria fantasma se cierne sobre ellos. Ese algo demasiado espantoso para ser nombrado.

Los franceses tienen una frase: “ingenio de escalera”. En francés, esprit de l’escalier. Se refiere a ese momento en que uno encuentra la respuesta, pero es demasiado tarde. Digamos que usted está en una fiesta y alguien lo insulta. Bajo presión, con todos mirando, usted dice algo tonto. Pero cuando se va de la fiesta, cuando baja la escalera, entonces, la magia. A usted se le ocurre la frase perfecta que debería haber dicho. La perfecta réplica humillante. Ese es el espíritu de la escalera.

El problema es que los franceses no tienen una definición para las cosas estúpidas que uno realmente dice cuando está bajo presión. Esas cosas estúpidas y desesperadas que uno en verdad piensa o hace.

Algunas bajezas no tienen nombre. De algunas bajezas ni siquiera se puede hablar.

Mirando atrás, muchos psiquiatras expertos en jóvenes y psicopedagogos ahora dicen que el último pico en la ola de suicidios adolescentes era de chicos que trataban de asfixiarse mientras se masturbaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello, atada al ropero de la habitación, el chico muerto. Esperma por todas partes. Por supuesto, los padres limpiaban todo. Le ponían pantalones al chico. Hacían que se viera... mejor. Intencional, al menos. Un típico triste suicidio adolescente.

Otro amigo mío, un chico de la escuela con su hermano mayor en la Marina, contaba que los tipos en Medio Oriente se masturban de manera distinta a como lo hacemos nosotros. Su hermano estaba destinado en un país de camellos donde los mercados públicos venden lo que podrían ser elegantes cortapapeles. Cada herramienta es una delgada vara de plata lustrada o latón, quizá tan larga como una mano, con una gran punta, a veces una gran bola de metal o el tipo de mango refinado que se puede encontrar en una espada. Este hermano en la Marina decía que los árabes se la ponen dura y después se insertan esta vara de metal dentro de todo el largo de su erección. Y se masturban con la vara adentro, y eso hace que masturbarse sea mucho mejor. Más intenso.

Es el tipo de hermano mayor que viaja por el mundo y manda a casa dichos franceses, dichos rusos, útiles sugerencias para masturbarse. Después de esto, un día el hermano menor falta a la escuela. Esa noche llama para pedirme que le lleve los deberes de las próximas semanas. Porque está en el hospital.

Tiene que compartir la habitación con viejos que están ahí por sus tripas. Dice que todos tienen que compartir la misma televisión. Su única privacidad es una cortina. Sus padres no lo visitan. Por teléfono, dice que sus padres ahora mismo podrían matar al hermano mayor que está en la Marina.

También dice que el día anterior estaba un poco drogado. En casa, en su habitación, estaba tirado en la cama, con una vela encendida y hojeando revistas porno, preparado para masturbarse. Todo esto después de escuchar la historia del hermano en la Marina. Esa referencia útil acerca de cómo se masturban los árabes. El chico mira alrededor para encontrar algo que podría ayudarlo. Un bolígrafo es demasiado grande. Un lápiz, demasiado grande y duro. Pero cuando la punta de la vela gotea, se logra una delgada y suave arista de cera. La frota y la moldea entre las palmas de sus manos. Larga y suave y delgada.

Drogado y caliente, se la introduce dentro, más y más profundo en la uretra. Con un gran resto de cera todavía asomándose, se pone a trabajar.

Aun ahora, dice que los árabes son muy astutos. Que reinventaron por completo la masturbación. Acostado en la cama, la cosa se pone tan buena que el chico no puede controlar el camino de la cera. Está a punto de lograrlo cuando la cera ya no se asoma fuera de su erección.

La delgada vara de cera se ha quedado dentro. Por completo. Tan adentro que no puede sentir su presencia en la uretra.

Desde abajo, su madre grita que es hora de la cena. Dice que tiene que bajar de inmediato. El chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero tienen vidas muy parecidas.

Después de la cena, al chico le empiezan a doler las tripas. Es cera, así que se imagina que se derretirá adentro y la meará. Ahora le duele la espalda. Los riñones. No puede pararse derecho.

El chico está hablando por teléfono desde su cama de hospital, y de fondo se pueden escuchar campanadas y gente gritando. Programas de juegos en televisión.

Las radiografías muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro suyo está almacenando todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y dura, cubierta con cristales de calcio, golpea y desgarra las suaves paredes de su vejiga, obturando la salida de su orina. Sus riñones están trabados. Lo poco que gotea de su pene está rojo de sangre.

El chico y sus padres, toda la familia mirando las radiografías con el médico y las enfermeras parados allí, la gran V de cera brillando para que todos la vean: tiene que decir la verdad. La forma en que se masturban los árabes. Lo que le escribió su hermano en la Marina. En el teléfono, ahora, se pone a llorar.

Pagaron la operación de vejiga con el dinero ahorrado para la universidad. Un error estúpido, y ahora jamás será abogado. Meterse cosas adentro. Meterse dentro de cosas. Una vela en la polla o la cabeza en una horca, sabíamos que serían problemas grandes.

A lo que me metió en problemas a mí lo llamo “Bucear por perlas”. Esto significaba masturbarse bajo el agua, sentado en el fondo de la profunda piscina de mis padres. Respiraba hondo, con una patada me iba al fondo y me deshacía de mis shorts. Me quedaba sentado en el fondo dos, tres, cuatro minutos.

Sólo por masturbarme tenía una gran capacidad pulmonar. Si hubiera tenido una casa para mí solo, lo habría hecho durante tardes enteras.

Cuando finalmente terminaba de bombear, el esperma colgaba sobre mí en grandes gordos globos lechosos.

Después había más buceo, para recolectarla y limpiar cada resto con una toalla. Por eso se llamaba “bucear por perlas”. Aun con el cloro, me preocupaba mi hermana. O, por Dios, mi madre.

Ese solía ser mi mayor miedo en el mundo: que mi hermana adolescente virgen pensara que estaba engordando y diera a luz a un bebé de dos cabezas retardado. Las dos cabezas me mirarían a mí. A mí, el padre y el tío. Pero al final, lo que te preocupa nunca es lo que te atrapa.

La mejor parte de bucear por perlas era el tubo para el filtro de la pileta y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse allí.

Como dicen los franceses, ¿a quién no le gusta que le chupen el culo? De todos modos, en un minuto se pasa de ser un chico masturbándose a un chico que nunca será abogado.

En un minuto estoy acomodado en el fondo de la piscina, y el cielo ondula, celeste, através de un metro y medio de agua sobre mi cabeza. El mundo está silencioso salvo por el latido del corazón en mis oídos. Los shorts amarillos están alrededor de mi cuello por seguridad, por si aparece un amigo, un vecino o cualquiera preguntando por qué falté al entrenamiento de fútbol. Siento la continua chupada del tubo de la pileta, y estoy meneando mi culo blanco y flaco sobre esa sensación. Tengo aire suficiente y la polla en la mano. Mis padres se fueron a trabajar y mi hermana tiene clase de ballet. Se supone que no habrá nadie en casa durante horas.

Mi mano me lleva casi al punto de acabar, y paro. Nado hacia la superficie para tomar aire. Vuelvo a bajar y me siento en el fondo. Hago esto una y otra vez.

Debe ser por esto que las chicas quieren sentarse sobre tu cara. La succión es como una descarga que nunca se detiene. Con la polla dura, mientras me chupan el culo, no necesito aire. El corazón late en los oídos, me quedo abajo hasta que brillantes estrellas de luz se deslizan alrededor de mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de las rodillas rozando fuerte el fondo de concreto. Los dedos de los pies se vuelven azules, los dedos de los pies y las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.

Y después dejo que suceda. Los grandes globos blancos se sueltan. Las perlas. Entonces necesito aire. Pero cuando intento dar una patada para elevarme, no puedo. No puedo sacar los pies. Mi culo está atrapado.

Los paramédicos de emergencias dirán que cada año cerca de 150 personas se quedan atascadas de este modo, absorvidas por la bomba de circulación. Queda atrapado el pelo largo, o el culo, y se ahoga. Cada año, cantidad de gente se ahoga. La mayoría en Florida.

Sólo que la gente no habla del tema. Ni siquiera los franceses hablan acerca de todo. Con una rodilla arriba y un pie debajo de mi cuerpo, logro medio incorporarme cuando siento el tirón en mi culo. Con el pie pateo el fondo. Me estoy liberando pero al no tocar el concreto tampoco llego al aire. Todavía pateando bajo el agua, revoleando los brazos, estoy a medio camino de la superficie pero no llego más arriba. Los latidos en mi cabeza son fuertes y rápidos.

Con chispas de luz brillante cruzando ante mis ojos me doy vuelta para mirar... pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, una especie de serpiente azul blancuzca trenzada con venas, ha salido del desagüe y está agarrada a mi culo. Algunas de las venas gotean rojo, sangre roja que parece negra bajo el agua y se desprende de pequeños rasguños en la pálida piel de la serpiente. La sangre se disemina, desaparece en el agua, y bajo la piel delgada azul blancuzca de la serpiente se pueden ver restos de una comida a medio digerir.

Esa es la única forma en que tiene sentido. Algún horrible monstruo marino, una serpiente del mar, algo que nunca vio la luz del día, se ha estado escondido en el oscuro fondo del desagüe de la pileta, y quiere comerme.

Así que la pateo, pateo su piel resbalosa y gomosa y llena de venas, pero cada vez sale más del desagüe. Ahora quizá sea tan larga como mi pierna, pero aún me retiene el culo. Con otra patada estoy a unos dos centímetros de lograr tomar aire. Todavía sintiendo que la serpiente tira de mi culo, estoy a un centímetro de escapar.

Dentro de la serpiente se pueden ver granos de maíz y maníes. Se puede ver una brillante bola anaranjada. Es la vitamina para caballos que mi padre me hace tomar para que gane peso. Para que consiga una beca gracias al fútbol. Con hierro extra y ácidos grasos omega tres. Ver esa pastilla me salva la vida.

No es una serpiente. Es mi largo intestino, mi colon, arrancado de mi cuerpo. Lo que los doctores llaman prolapso. Mis tripas absorvidas por el desagüe.

Los paramédicos dirán que una bomba de agua de piscina toma 360 litros de agua por minuto. Eso son unos 200 kilos de presión. El gran problema es que por dentro estamos interconectados. Nuestro culo es sólo la parte final de nuestra boca. Si me suelto, la bomba sigue trabajando, desenredando mis entrañas hasta llegar a mi boca. Imaginen cagar 200 kilos de mierda y podrán apreciar cómo eso puede destrozarte.

Lo que puedo decir es que las entrañas no sienten mucho dolor. No de la misma manera que duele la piel. Los doctores llaman materia fecal a lo que uno digiere. Más arriba es chyme, bolsones de una mugre delgada y corrediza decorada con maíz, cacahuetes y arvejas.

Eso es la sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y cacahuetes que flota a mi alrededor. Aún con mis tripas saliendo del culo, conmigo sosteniendo lo que queda, aún entonces mi prioridad era volver a ponerme el short. Dios no permita que mis padres me vean la polla.

Una de mis manos está apretada en un puño alrededor de mi culo, la otra arranca el short amarillo del cuello. Pero ponérmelos es imposible.

Si quieren saber cómo se sienten los intestinos, compren uno de esos condones de piel de cabra. Saquen y desenrrollen uno. Llénenlo con crema de cacahuete, cúbranlo con lubricante y sosténganlo bajo el agua. Después traten de rasgarlo. Traten de abrirlo en dos. Es demasiado duro y gomoso. Es tan resbaladizo que no se puede sostener. Un condón de piel de cabra, eso es un intestino común.

Ven contra lo que estoy luchando.

Si me dejo ir por un segundo, me destripo.

Si nado hacia la superficie para buscar una bocanada de aire, me destripo.

Si no nado, me ahogo.

Es una decisión entre morir ya mismo o dentro de un minuto. Lo que mis padres encontrarán cuando vuelvan del trabajo es un gran feto desnudo, acurrucado sobre sí mismo. Flotando en el agua sucia de la piscina del patio. Sostenido por atrás por una gruesa cuerda de venas y tripas retorcidas. El opuesto de un adolescente que se ahorca cuando se masturba. Este es el bebé que trajeron del hospital trece años atrás. Este es el chico para el que deseaban una beca deportiva y un título universitario. El que los cuidaría cuando fueran viejos. Aquí está el que encarnaba todas sus esperanzas y sueños. Flotando, desnudo y muerto. Todo alrededor, grandes lechosas perlas de esperma desperdiciada.

Eso, o mis padres me encontrarán envuelto en una toalla ensangrentada, desmayado a medio camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, mis desgarradas entrañas todavía colgando de la pierna de mis shorts amarillos. Algo de lo que ni los franceses hablarían.

Ese hermano mayor en la Marina nos enseñó otra buena frase. Rusa. Cuando nosotros decimos: “Necesito eso como necesito un agujero en la cabeza”, los rusos dicen: “Necesito eso como necesito un diente en el culo”. Mne eto nado kak zuby v zadnitse. Esas historias sobre cómo los animales capturados por una trampa se mastican su propia pierna; cualquier coyote puede decir que un par de mordiscos son mucho mejores que morir.

Mierda... aunque seas ruso, algún día podrías querer esos dientes. De otra manera, lo que tienes que hacer es retorcerte, dar vueltas. Enganchar un codo detrás de la rodilla y tirar de esa pierna hasta la cara. Morder tu propio culo. Uno se queda sin aire y mordería cualquier cosa con tal de volver a respirar.

No es algo que te gustaría contarle a una chica en la primera cita. No si quieres besarla antes de ir a dormir. Si les cuento qué gusto tenía, nunca nunca volverían a comer calamares.

Es difícil decir qué les disgustó más a mis padres: cómo me metí en el problema o cómo me salvé. Después del hospital, mi madre dijo: “No sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock”. Y aprendió a cocinar huevos pasados por agua.

Toda esa gente asqueada o que me tiene lástima... la necesito como necesito dientes en el culo.

Hoy en día, la gente me dice que soy demasiado delgado. En las cenas, la gente se queda silenciosa o se enoja cuando no como la carne asada que prepararon. La carne asada me mata. El jamón cocido. Todo lo que se queda en mis entrañas durante más de un par de horas sale siendo todavía comida. Chauchas o atún en lata, me levanto y me los encuentro allí en el inodoro.

Después de sufrir una disección radical de los intestinos, la carne no se digiere muy bien. La mayoría de la gente tiene un metro y medio de intestino grueso. Yo tengo la suerte de conservar mis quince centímetros. Así que nunca obtuve una beca deportiva, ni un título. Mis dos amigos, el chico de la cera y el de la zanahoria, crecieron, se hicieron grandes, pero yo nunca llegué a pesar un kilo más de lo que pesaba cuando tenía trece años. Otro gran problema es que mis padres pagaron un montón de dinero por esa piscina. Al final mi padre le dijo al tipo de la piscina que fue el perro. El perro de la familia se cayó al agua y se ahogó. El cuerpo muerto quedó atrapado en el desagüe. Aun cuando el tipo que vino a arreglar la piscina abrío el filtro y sacó un tubo gomoso, un aguachento resto de intestino con una gran píldora naranja de vitaminas aún dentro, mi padre sólo dijo: “Ese maldito perro estaba loco”. Desde la ventana de mi pieza en el primer piso podía escuchar a mi papá decir: “No se podía confiar un segundo en ese perro...”.

Después mi hermana tuvo un atraso en su período menstrual.

Aun cuando cambiaron el agua de la pileta, aun después de que vendieron la casa y nos mudamos a otro estado, aun después del aborto de mi hermana, ni siquiera entonces mis padres volvieron a mencionarlo.

Esa es nuestra zanahoria invisible.

Ustedes, tomen aire ahora.

Yo todavía no lo hice."

FASTASMAS
ISBN: 9788439720058
Colección: LITERATURA MONDADORI
Nº Edición:1ª
Año de edición:2006
Plaza edición: BARCELONA
PVP: 19.50
480 páginas

martes, 20 de octubre de 2009

El Colectivo el Quiltro y los cuentos perdidos

Hace unas semanas la gran Andrea Hauer y el encantador Felipe (al video de su blog me remito) estuvieron con sus creaciones en el Nómada Market... Para mi sorpresa y solaz, además de sus cosas (insisto, en su blog) sus libretas, sus fotos, sus calendarios, sus follators y todas las mariposas, editaron tres cuentos mios y los vendieron allí...


Aún no los he visto ni tocado ni releido en su nueva carcasa, pero en la distancia me emocionaron como merecen ellos dos... Dos de los cuentos tuvieron sus segundo de gloria, el otro salió del cajón y respiró feliz...
Lo mejor, y más reconfortante, el cartelito que me pusieron...
Se os echa mucho de menos...
Gracias, quiltros...



Ya decía el viejo blues de Willie Dixon que nunca juzgues un libro por su portada, pero en este caso sería casi al revés, nunca denostes una portada por el cuento de dentro, coño, qué bonitos...

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