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viernes, 29 de abril de 2016

Dos fragmentos. Andrés Sorel. Antimemorias de un comunista incómodo. Editorial Península, 2016.


Andrés Sorel. Antimemorias de un comunista incómodo. Editorial Península, 2016. 

Capítulo 17: “Con una mujer llamada Pasionaria.”

“En la intimidad cambiaba. Te encontraste a solas con ella varias veces, y en su casa, en el hotel en que te alojabas en Moscú, paseando por las calles de Praga o descansando en una playa búlgara de las acotadas para invitados comunistas, mientras llevaba en brazos a tu hija de un año de edad, su voz se tornaba suave. A veces se sumía en un profundo y prolongado silencio, tal vez meditando las cosas que tú le decías, diferentes a las palabras oficiales, aduladoras, rutinarias o triunfalistas, tan dadas a verter en sus oídos por quienes la visitaban creyendo que así halagarla. Gustaba le hablaras de lugares, ciudades y costumbres de la perdida España. Cómo eran ahora, cómo se vivía, qué diversiones tenían, hablaban los jóvenes, incluso comían, descripciones y cuadros costumbristas al margen de las consignas e informaciones políticas. Se volvía su voz, al hablar, más acogedora, dulce, humana, como si soñara, incluso como si pidiera ayuda para encontrarse a sí misma y caminar por las calles y pueblos que quería reconocer en la existencia abandonada pero que todavía encontraban huecos en su memoria, también consciente aunque nunca pudieses en público reconocerlo, de su destino, de su derrota, encerrada en una irrealidad que parecía no alcanzar fin. Los momentos más dramáticos o íntimos, tal vez sinceros, los viviste con ella en Praga, ocupada por las tropas de su país de acogida y residencia, el faro que desde su juventud iluminó sus creencias y le aportara luz a su nunca abandonados, quizá hasta ahora, sueños. Era un día en que al fin conoció el éxito de una huelga general pacífica de la que había hablado durante años, persiguiéndola en la España de Franco. El silencio se había hecho protesta para oponerse a la patria del comunismo. Y la angustia devoró la realidad de lo que comenzaba a convertirse en un comunismo inexistente, también fracasado.”
Páginas 212-213

“Todavía en otro viaje que realizarías a Moscú verías por última vez a Dolores. La invitaste a cenar en el hotel en que te alojabas. El guía que te acompañaba en aquella visita se despidió de ti hasta las nueve de la mañana siguiente en que vendría a recogerte para llevarte a la Unión de Escritores. Os quedasteis solos Dolores y tú en el salón semivacío donde os sirvieron la cena. Esta e prolongó hasta cerca de las doce de la noche en que el chófer vino a buscarla para conducirla a su domicilio. Tú fuiste crítico con tu visión de la URSS y la deriva el comunismo tras la invasión de Praga y tu experiencia en otros países comunistas, incluso te referiste a las escisiones en el partido español y maneras de interpretar la realidad desde fuera poco acordes con lo que opinabais quienes trabajabais en el interior. Cuando se marchó Dolores subiste a la habitación. Apenas llevabas unas horas de sueño, serían las cinco de la madrugada, cuando sonaron fuertes golpes en la puerta de tu dormitorio. Dos hombres se encontraban detrás de ella, que, cuando abriste, a través del intérprete te comunicaron que prepararas rápidamente la maleta, que tu avión salía dentro de tres horas para París e iban a conducirte al aeropuerto. Sus rostros eran serios, autoritarios. La situación, la inesperada y desagradable sorpresa, cuando ocurría, te dejó prácticamente sin habla. En el aeropuerto te entregaron el billete. Hablaban entre ellos. Te acompañaron incluso en la sala de embarque. Se quedaron esperando hasta que en la paciente cola vieron cómo ascendías las escalerillas que te llevaban al interior del avión. Cuando descendiste en el aeropuerto de Orly te estaban aguardando otros dos hombres, policías franceses. Amablemente te dijeron que los acompañaras. Te condujeron a un despacho de las oficinas policiales del aeropuerto. Te interrogaron. Qué habías ido a hacer a Moscú. Cuánto tiempo pensabas permanecer en París. Les hablaste del libro que escribías y las entrevistas que debías realizar en la capital rusa para el mismo, que tenías cita en la editorial Ebro y que en menos de una semana pensabas regresar a España. Te dejaron marchar. Nunca sabrías lo sucedido. Intuías tan solo que fueron los servicios de seguridad del KGB quienes siguieron tu conversación con Dolores en el hotel y decidieron expulsarte de Moscú. ¿El resto? No eres escritor de novelas policíacas.”
Página 221.



lunes, 7 de septiembre de 2015

"...Y todo lo que es misterio." Una novela de Andrés Sorel.

...Y todo lo que es misterio. ANDRÉS SOREL

Recibo noticias de Andrés y se instala la desolación en mi piel, la pena compartida que no puede ofrecer compañía, los abrazos lejanos en la distancia, que no distantes, fogonazos de los momentos compartidos. "Espero (...)palabras tuyas que siempre, hablen de lo que hablen, serán literarias."...

No puedo hablar de su última novela, todas las palabras que escribo se me pudren en la boca por no saber hacerle justicia.

Todo lo que nos une merece la pena porque la vida no es otra cosa...


LUIS MARÍA ANSON, DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA | Publicado el 04/09/2015   en EL CULTURAL de EL MUNDO        


Conmovido por una intensa emoción he terminado de leer …y todo lo que es misterio, la última creación de Andrés Sorel. ¡Qué gran novela! Hacía mucho tiempo que no leía yo un relato tan erizante, tan profundo, tan bien articulado, tan excepcionalmente escrito. La Literatura es, antes que nada, la expresión de la belleza por medio de la palabra. Andrés Sorel ofrece al lector una escritura hermosa y cimbreante en la que brilla la adjetivación certera, la encendida metáfora, la sintaxis quebrada, el aliento poético.

El autor ha novelado la preguerra mundial, la atroz contienda, la enervante posguerra. Por sus páginas desfilan los grandes personajes de la vida intelectual europea, fabulados unos, reales otros, interesantes todos.
Los amores entre Ingeborg Bachmann y Paul Celan arden en las páginas de
…y todo lo que es misterio. "Almendrada, que hablaste solo a medias pero temblando toda desde el germen, a ti te hice yo esperar, a ti. Acógeme. Estaba la pizca de higo en tu labio, estaba Jerusalén a nuestro alrededor. Yo estaba en ti". Adrés Sorel se recrea en el "amado viejo libro de los amores del rey Salomón" para evocar el erotismo de Ingeborg, la escritora que fustigó a los nazis y admiró a Wittgenstein y a Günter Grass.

En la obra poética del judío Paul Celan alientan Emily Dickinson, Valery y, sobre todo, Rimbaud. Tradujo el gran poeta a Marx, a Rosa Luxemburgo, a Kropotkin. Escribió en alemán, la lengua del exterminador de los hebreos. Su poesía se fue haciendo atonal como la música de Anton Webern. Su gran poema Todesfuge, Muerte en fuga, se devasta, entre añoranzas musicales, en Auschwitz. Y se derrama como un presagio. La relación entre Paul y su antigua amante se cierra con el suicidio. "Caía la noche en aquel jueves santo de 1970 cuando Heidegger regresó a La Cabaña. No transcurriría mucho tiempo antes de que recibiese el comunicado informándole de lo que había presentido y expresado: Paul Celan se había suicidado arrojándose al Sena y yacía en el silencio difunto que él mismo, esa tarde, le había predestinado".

Especialmente atractivo resulta el personaje de Hannah Arendt, escritora a la que leí en mi juventud con especial dedicación. Hannah tenía diecisiete años menos que Heidegger pero desde el primer momento se sintió seducida por el filósofo, al que lo único que preocupaba del nazismo, para indignación de Celan, era "que no fueran algo más cultos". El autor de Sein und Zeit se acostaba con alumnas, con damas de la alta sociedad, con atractivas sirvientas y con cualquier amiga que se prestara al fornicio. El filósofo "no prestó ninguna atención a los escritos que Hannah, desde su juventud, ya había realizado. Solo deseaba su cuerpo. Se lo entregó en su despacho de la Universidad…". A partir de entonces, el profesor y la alumna mantuvieron una relación enmascarada. Hannah se sentía como un fantasma y cuando se trasladó de Marburgo a Heildeberg, aunque el filósofo la visitaba periódicamente, entabló relación con Günther Anders al que conoció en Berlín y se casó con él, dejando a Heidegger chasqueado y contrito.

Al fin, según el novelista, el camino de las estrellas, Holderlin, con sus palabras yacentes: "Este genio a veces se ensombrecía y se hundía en los amargos pozos de su corazón". Sobre aquel loco lúcido que fue Paul Celan - "todos los nombres quemados a la par, tanta ceniza por bendecir"- Andrés Sorel descarga el pensamiento de Theodor Adorno y, sobre todo, de Walter Benjamin: "Una sola catástrofe que incesantemente va acumulando ruinas sobre ruinas y las esparce por delante de mis pies". El escritor tiene un verso atravesado en su garganta, cuando desgrana su último poema: "Viñadores excavan el reloj de horas oscuras, de hondura en hondura".

"Basta ya de nombrar a los asesinos -escribe Andrés Sorel en esta novela sobrecogedora, que tendrá defectos pero yo no se los he encontrado- los asesinos somos todos, y nuestras palabras constituyen este tejido de polvo, sí, retumbar vacío de las sílabas, cuando se va a morir, morir, morir". Menos mal que, sobre el desierto de lágrimas que es la vida, se balanceará siempre el interrogante del poeta: "¿Qué vale todo lo que los hombres hacen y piensan durante milenios frente a un solo momento de amor?" 




RESEÑA DE LA MISMA EN LA REVISTA FILOSOFÍA HOY, por Pilar Gómez...


viernes, 10 de enero de 2014

Andrés Sorel sobre un libro llamado "Cardiopatías"

Estoy pendiente de una intervención quirúrgica y, la verdad, no me veo con ganas de encontrar qué escribir aquí; pasan muchas cosas y a la vez ninguna... como siempre, todo será cuestión de tiempo... Se amontonan los escritos empezados y no acabados, se apelotonan los quehaceres y los días se acumulan como mantras aburridos que sólo consiguen ser silenciados con canciones y pensamientos grabados en los troncos de los árboles del parque, ese al que ya no voy porque hace mucho frío y mi ropa de abrigo está vieja y desgastada.... Me muevo poco para mover "Cardiopatías", no hay librerías que quieran depósitos de libros autoeditados, y mi agenda de contactos es tan corta como la de inspector Clouseau. A veces sí pasa algo, y la aparente levedad de lo que sucede parece casi un cataclismo en determinados momentos. Andrés Sorel me escribe para decirme que ha leído los relatos de "Cardiopatías" durante su estancia en Sesimbra, y me dice que ha escrito algo que ha colgado en la página web de la Asociación Colegial de Escritores de España, que me lo manda también a mí y que espera que nos veamos pronto y que busque un lugar para presentar el libro en Madrid...
Esto es lo que ha escrito... Si alguien lo quiere, sólo tiene que pedirlo



CARDIOPATÍAS. Juan Miguel Contreras

 Arritmias.
Otra vez un lugar de la Mancha. Pero nos encontramos en la segunda mitad del siglo XX. Y entre jóvenes y adolescentes. En el tiempo de la memoria de quién ya sabe que el camino de la vida, que surgió de la nada, desemboca en la muerte, que es la nada a la que se regresa. En el exilio interior, donde la soledad, el tedio y la nula vida cultural, abren grietas al desánimo y la apatía que se combaten mediante el alcohol, las escasas palabras que luego no se recuerdan, y los juegos, en los que el sexo ocupa un lugar privilegiado. Con exiliados que nunca se sienten exiliados dado que conforman la población sumisa, embrutecida, propia de una España que no termina de soltar las cadenas del oscurantismo, del peso embrutecedor que sobre ella impone la religión, de la ignorancia y la falta de utopías liberadoras. Ellos, en sus gestos, actitudes y pensamientos configuran la minoría  ajena, repudiada. Uno es el narrador, que pasea su mirada sobre los tipos humanos que acompañaron su crecer a la vida, su desarraigo del medio en el que la literatura va a jugar su papel determinante.
¿Realmente existió un tipo tan original como el que cobra vida en el arranque de la narración, la arritmia con la que el corazón se pone en marcha para conocer el alcance de su dolencia, y no digamos si es física, humana o existencial, que puede abarcarlas a todas? No intentaremos averiguarlo: porque sea inventado o reinventado, es, fundamentalmente, literatura, y esto, en tiempos de enfermedad tal vez sin operación posible de la propia literatura, es lo que nos importa y seduce.
La tierra de Almería, un desierto propio más que para ambiente de películas, para que en él se pierdan almas vagabundas, expatriadas de si mismas y de países y gentes con las que prefieren no convivir, es el segundo camino- las venas son los caminos del corazón y las rutas de la memoria los relatos confortantes de la literatura- por el que se interna la arritmia que antecede a la hipertrofia.
Un relato bello, amargo y triste como la existencia de quienes tienen necesidad de amar y no son capaces de entregarse a  sus sueños: leyes de la herencia, convencionalismos sociales, la impotencia o la enfermedad de quienes saben que resulta imposible abandonar la soledad. Porque nada existe peor que un vencido que acepta el ¡ay de los vencidos! De la propia existencia. De ahí el progreso, sin cura posible, de las arritmias.
    Hipertrofia.
La presencia de la muerte no es, en ocasiones, más que la continuidad de determinadas vidas. El cojo Lucas es un personaje que en su simplicidad lo expresa con profunda filosofía. ¿En que se diferencian o en que consisten la razón y la locura? ¿No es la vida acaso un absurdo corredor de la muerte? Y en el abismo del morir, saber que uno desaparece sin conocer si existe o no existe Dios y que de existir no se le podrá maldecir lo suficiente por todos los males que viene causando a la humanidad.
La verosimilitud de los personajes tiene que ver mucho con el ritmo de la narración, con la exactitud y el rigor del lenguaje y aquí el escritor se mueve sabiamente como hábil discípulo y continuador de los narradores que hicieron de los relatos el otro género –con la poesía- certero y difícil de la literatura.
Calcificación
La existencia, a través de la literatura. O cómo se vence la enfermedad del cuerpo –casual y provocada por virus tan pesados como inoportunos-. Las cloacas del organismo enrevesado y –perfecto para unos, inexplicable para quienes no aceptan el absurdo del dolor- de la civilización abiertas e intervenidas por cirujanos del pensamiento y la palabra para exponer las miserias del ser humano. En la lectura del mal que asola el espíritu, es decir, el causado por los represores a los diferentes, el estrechamiento de las fronteras entre los criminales y los sensibles, abordados ahora en la estela de un libro maravilloso El maestro y Margarita y un escritor perseguido, Bulgakov, por el estalinismo nocivo, una de las grandes catástrofes de la civilización en el siglo XX, coetánea de la mayor que nunca haya existido, la impulsada desde Alemania por el poder nazi. Sería, al hilo de esta reflexión, bueno reflexionar sobre la desmitificación del concepto pueblo, o de las masas, bajo sistemas políticos y aparentemente antagónicos y que condujeron a crímenes, genocidios y esclavitud para desembocar en regímenes burocráticos, explotadores y corruptos como los que hoy ostentan el poder en esas naciones.
El corazón, de derrota en derrota, hasta la derrota final.
Mordaza de bruma es al tiempo un homenaje al Ensayo sobre la ceguera de Saramago. Y así entramos en la fase de la
Insuficiencia. Imposible Penélope.
Cuelgamuros. Nuestro pequeño campo de exterminio. Vencidos. Fantasmas. Sobrevivientes. Trabajar, dormir, morir. Despedazados como las piedras que hendían con sus picos, entre las que habitaban en peores condiciones que los animales de las regiones más inhóspitas. El franquismo. La memoria. Otro ayer que no existió. Otra vuelta de tuerca a la existencia del mal, para que así pueda perpetuarse bajo nuevas formas, en las mismas u otras latitudes. Y a la mayor gloria de la Iglesia que conforma  el Dios más cruel y sanguinario inventado por los hombres, que rige quienes se denominan católicos.
“Mi vida no vale nada… tiendo a pensar que fue el mundo el que se fue a la mierda”. Como pensaron algunos sobrevivientes de Auschwitz.
No es el corazón enfermo, son la Humanidad y la civilización quienes en el siglo XX iniciaron el camino hacia la muerte y este libro de relatos homenajea a un puñado de seres humanos para convertirse en la música que nos dice que todavía existe la vida. En los mundos por los que navega el autor, en la absoluta soledad, silencio del espacio –recordemos su gran novela La muñeca rusa –otros hablaron del silencio de Dios, es donde encontramos la angustia y desazón que crean el pensamiento.
“Ella fue la que me hizo descubrir de nuevo mis sueños, la que me hizo volver a verme a mi mismo dentro de mis sueños. Eso fue lo que me mantuvo vivo en esa maldita sierra, donde una manada de desheredados y enterrados en vida escarbábamos la montaña, olvidados del mundo”.
Cuelgamuros. El vagabundo de las estrellas, de Jack London. Palabras. Literatura de un auténtico creador, narrador. Lógico que entre, como les pasó a muchos escritores bajo el régimen censorial soviético, en la semiclandestinidad. Entonces era por el nefasto autoritarismo estaliniano. Ahora es el nocivo y salvaje, explotador neocapitalismo y un mercado que impone la censura económica como arma tan nefasta como la política. Afortunadamente aquellos que todavía son capaces de leer y pensar acabarán encontrando  obras como la de Juan Miguel Contreras.

                                    

lunes, 24 de diciembre de 2012

Presentación de "La muñeca rusa" en la Librería Muga. Un intento de crónica...


Andrés Sorel, un señor y un amigo, en Muga, demostrando que es el único que no tiene una imagen indefinida

Debería haber escrito esto ayer. Hay cosas que no hay que dejar, aunque las dejemos. El viernes 14 se presentó Milos, o su novela, en la librería Muga. ¿Por dónde empiezo? Todo serán apreciaciones subjetivas, que más que ser ésta una frase de perogrullo, tiene su aquel porque el responsable de la historia de Milos Meisner soy yo y, aunque quisiera, no podría ser ni un poquito objetivo.

El viernes cogí el tren temprano y llegué a Madrid a las doce y media. Como andaba nervioso, apenas pude leer en el trayecto, si acaso observar a los demás viajeros mientras escuchaba a Band of Horses. Un asiático leyendo las tragedias de Sófocles en la edición blanca de cátedra vestido con una camisa igual a la que yo había pensado ponerme pero que al final no me puse. Señoras mayores, alguna acompañada de su nieta. Casi todos entretenidos con sus móviles. Yo también, no lo negaré. Fue poner un pie en Madrid y necesitar escuchar el "Smile" de The Jayhawks, que es el disco que me apetece escuchar en Madrid cuando Madrid está gris y lluvioso. La mochila iba a tope, cargado con 25 muñecas rusas, un estuche rosa que le robé a mi hermana hace años (con tres lápices de colores (rojo, verde y morado), dos bolígrafos azules, una pluma reseca con la que me gustaba escribir, un sacapuntas, un borrados, un ticket de algo con la tinta medio borrada (creo que de una cafetería), media servilleta de papel doblada de mala manera con dos títulos de películas apuntadas, un pen sin capucha y una cajita con cartuchos de tinta marrón para la pluma reseca), mi libreta, un cepillo de dientes, un bote pequeño de pasta, un pastillero de Mazinger Z con dos pastillas de cada (seis) y un libro de Graham Greene. No hacía frío. El peso de la mochila me obligaba a andar más derecho que de costumbre, algo que pensé que igual me venía bien, por eso de la actitud y la amplitud de miras. Al llegar a Muga conocí a Pablo (afanado entre albaranes) y a Santiago, un argentino maravilloso que me enseñó la librería y con el que estuve hablando un buen rato, yo que soy de poco hablar, buscando (él) conocerme un poco (no en vano soy un escritor que ha (auto)publicado una novela en una editorial fantasma y la iba a presentar en su librería). El hecho de contar que yo había sido librero, nos introdujo en una conversación graciosa y gremial, sorprendiéndome gratamente la actitud positiva frente a un negocio que yo acabé detestando (ellos son seis, yo era uno, igual era eso...) y lo implicados que están en el barrio (Vallecas). Como me conozco y sabía lo que me iba a pasar, después de mirar un rato estanterías y comenzar a sufrir ante la sobreestimulación, saqué un papel que llevaba en el bolsillo y le pedí dos libros que buscaba desde hace tiempo (no buscaba porque no los encontrase, sino que buscaba poder tener algo de dinero para comprarlos, y qué mejor que dilapidar mi exigua fortuna en dos libros... en la librería que me ha invitado llevar a Milos a Madrid). Para mi sorpresa, Igor, uno de los jefes y con el que yo había ido escribiéndome los días anteriores, me los había apartado después de uno de mis correos, cuando le preguntaba si los tenían allí con la esperanza de que me dijera que no... Para mayor asombro, uno de ellos ("El orientalista" de Tom Reiss) es uno de los libros favoritos de Igor, y también de Santiago por lo que pude comprobar. El otro, "Nostalgia" de Mircea Cartarescu, era mi "regalo" personal para conmigo mismo por eso de estar allí. Mientras hablábamos había un tercer libro en mis manos, y Santiago dijo que me lo regalaba cuando me vio hacer el ademán de dejarlo en donde lo había cogido, a lo cual no me negué, claro, pero él insistió y yo soy fácil... lo sé... "M" de Juan Vilá, del cual hablé en una entrada no hace mucho. Me despedí de Santiago, encantado y encantador, y me pidió disculpas por la ausencia de Igor, inmerso en un atasco en un Madrid lluvioso y con huelga de transportes, al cual conocería y caería rendido por la tarde.


Cogí el cercanías de vuelta al centro, descargado de mis 25 libros, y mientras acariciaba y olía mis nuevas adquisiciones, comprendía por qué Iván dice a veces que mi libro no huele a tinta como los libros impresos en imprentas "clásicas", al haber sido hecho en una imprenta digital y que los de Impedimenta sí, y mucho. Cosas de la Samizdat moderna, me dije mientras sacaba la cara literalmente del libro ante la mirada extrañada y algo bizca de una chaparrita de boca arrebatadora, y me bajé en Recoletos para darme el gusto de salir frente a la Biblioteca Nacional y pasear un rato, callejeando hasta Alonso Martínez. Entré a la librería Pasajes con la tranquilidad que da saber que vas a saludar a una amiga y que no vas a comprar nada, y con cuatro horas por delante antes de mi cita con Sorel, me dediqué a ir de café en café, leyendo las primeras páginas de los libros que llevaba encima, demorando el trayecto de cafetería en cafetería, dejándome mojar por la llovizna y preguntándome cómo era posible que cuando vivía en esa ciudad mirara tan poco hacía arriba como ahora cuando voy de visita, de paso o de vuelta. Ventanas, cornisas, esquinas, lámparas que iluminan sillones ocultos tras cortinas blancas... algún que otro tropezón en la calle Fernando VI, algún que otro pié metido en un charco traicionero y profundo, alguna que otra sonrisa con la cabeza gacha y la mirada por encima de las gafas mojadas mientras me sumía en un sthendalazo con tacones y gabardina...

Me reuní con Andrés Sorel a las seis en la sede la la ACE ( http://www.acescritores.com/) y estuvimos hablando en la misma habitación donde murió Zorrilla (rodeado de su familia o de alguna meretriz, depende de a quién le preguntes), sobre pequeños hoteles en Almería donde poder perderse a escribir, sobre nietas e hijos, sobre cómo todo está a punto de irse al garete, sobre libros, pero sin decir nada de la novela  ("ya te diré todo lo que te tengo que decir en la presentación"). Después cogimos un taxi y nos dirigimos hacia Muga; mientras llovía y el tráfico denso nos hacía ir despacio, recuerdo que yo estaba tranquilo, supongo que oyéndole hablar de la última vez que vio a Vázquez Montalban en un aeropuerto (no sé si dijo un nombre asiático o Barajas), de sus dos hermanos, de la memoria, siempre la memoria... Y al llegar, Igor... fantástico librero y enorme persona... y gente, no sólo amigos, y viejas amigas que hacía años que no veía...


Sobrevolamos la librería con un poco de prisa, saludamos e intentamos (o intenté) parecer tranquilo... La sonrisa de Igor, de los amigos y la family tranquilizaba bastante. Y además estaban Pablo y su mamá... A partir de aquí la cosa se vuelve confusa, en el sentido de que no sé cómo contar algo que sé que tardaré bastante tiempo en digerir y asimilar emocionalmente. El porqué es lo que dijo Andrés Sorel acerca de la novela, todo lo que dijo. Que alguien a quien admiras diga que la lectura de la historia de Milos le ha impresionado y le ha hecho recordar muchas cosas (él estaba en Praga cuando entraron los tanques, vivió el exilio, regresó a Praga un año después de la invasión con Dolores Ibárruri, vio cosas, escribió cosas, estuvo en Moscú y conoció a disidentes que habían pasado por psiquiátricos...) No sé... Es muy muy difícil recordar (no por desmemoriado sino porque estaba sentado a su lado y a veces deseaba tocarle para comprobar que yo estaba allí, que ese libro que él tenía subrayado lo había escrito yo...). Comprendí cosas, sobre mí. Recuerdo que dijo que leer mi novela le había hecho daño porque le había hecho recordar. Habló de las cuatro soledades, y me alegró que se acordara de Alexi, y tuve como un fogonazo al descubrir que la decisión de sacar a la luz este libro me asemejaba a la hija del cosmonauta, o más concretamente a no ser como ella, pues la novela, la historia de Irina y Milos se estaba convirtiendo, rechazo tras rechazo, en ese cosmonauta perdido, orbitando alrededor de la tierra sin que nadie sepa nada, olvidado por todos y obligado a ser olvidado por unos pocos... y que ahí está eso tan egoísta y tan pecaminoso que es editarse, o publicarse a sí mismo, en querer salir de un pozo para seguir escribiendo historias. Sorel habló de la trama como puzzle, del desierto, se dijo la palabra literatura...
Yo no quería hablar, pero tuve que hacerlo, improvisé de mala manera, como un solo atropellado del nuevo en la banda de Duke, sobre todo porque después de haber oído lo que Sorel había dicho no quería leer lo que llevaba escrito. Busqué entre mis papeles una cita que crecía recordar haber leído en un libro de Sergei dovlatov ("Rusia es el único país en donde hasta el pasado es impredecible) y al desordenarlos ya no supe cuál era el primero (lo que tiene imprimir a doble página sin numerar).
Después de abrió un pequeño debate, breve pero con cosas en las que pensar (al menos yo)... Sueños perdidos, dueños históricos que seguramente haya que recuperar tarde o temprano... Alguien preguntó (creo que fue el propio Igor de Muga) y tuve que hablar como si fuese un escritor de verdad; se hablo también de la autoedición y de por qué un libro como el mío no había encontrado editor, y me sentí como si el pecado que hubiese cometido, allí se me estuviese perdonando
Hubo gente, unas veinte personas, más de las que yo pensaba. Vendímos algunos, firmé unos pocos, dibujé lunas y cohetes con un lápiz verde y trazo muy naif. La diferencia entre lo verosímil y lo verdadero, la Internacional Samizdat un poco menos fantasmal y por una noche como una editorial real, la conquista de la alegría como algo no tan lejano, y en esta última frase hablo de lo que hay dentro de la muñeca rusa. Gracias a Andrés y a la gente de Muga, y a todos lo que se acercaron a arroparme tal y como Bulgakov decía que se arropaba algunas noches gracias al capote de Gogol...





sábado, 8 de diciembre de 2012

Las desventuras del príncipe cosmonauta...



Tenía dos cosas a medio escribir, pero no termino ninguna. Una es una tontería, sobre libros, libros que leo y no termino, sobre por qué no los termino, y sobre cómo leer es una respiración que uno tiene entrecortada y acaba ejerciendo casi a escondidas. La otra cosa que tenía a medio escribir es personal, más que esto, mucho más. Es de noche, como siempre. Sí, llevo el sombrero, y un chaleco. Me visto como un dandy decadente cuando escribo intentando que al menos haya una señal de que lo que hago me lo tomo en serio. Un lumpen beatnik que busca la inspiración escuchando a Genesis o a Bill Evans, cuando no algún guitarrazo con exceso de laca, que la decadencia da mucho juego. Desde que no doy cuenta de mis quehaceres neuronales ando más torpe cuando consigo retomar la mecanografía, y si encima me obligo a dar cuenta de un tiempo para nada remoto, me encuentro con que no sé por dónde empezar. Mi labores de amodecasa me tienen absolutamente absorbido, agotado y un tanto alienado, repito, no sé por dónde empezar. Tras el viaje relámpago a una librería en Almansa, la novela de Milos apenas se ha movido. Por algo que no sé cómo explicar, no muevo nada en el pueblo donde vivo. Como si estuviese esperando ese algo mejor que me salve. Estuve en Madrid, entrevistándome con dos editores, intentando venderles "La Muñeca Rusa". Supongo que esos son los términos exactos, intentando, venderles, una novela. La cosa tiene cierta guasa, pues era algo promovido dentro de un festival literario, y previo pago de una, llamémosla, tasa, valoraban tu "proyecto" y si eras seleccionado, podías entrevistarte con dos editores. Todo muy vago y con tal tufo a "timo de la estampita" que no me lo tomé en serio cuando lo leí. Luego un correo de una antigua compañera de trabajo a tres días de acabar el plazo me hicieron pensarlo. Y ella dijo la frase, "no tienes nada que perder". A veces me asombra el optimismo de la gente para según qué cosas. Total, que mi última, y yo creía definitiva excusa, tampoco sirvió de nada. Ese "no tengo dinero", fue replicado con un "pues yo te lo pago". 20 € no son nada, o pueden no serlo según cierto punto de vista. Me eligieron. En ningún momento se decía que dicha entrevista fuese vinculante. Éramos 16 para 4 editores, divididos en 8 para cada 2, y lo mismo los 16 nos quedamos con cara de tonto mirando nuestro teléfono o abriendo nuestro correo durante varios meses hasta que nos cansemos, sin pensar que esa llamada o correo que esperamos realmente nada va hacer cambiar nuestro más que asumido rencor y nuestro sombrío día a día en lo que a escribir se refiere. Si le sumamos el billete de tren, nos encontramos con un tipo, yo, subido a un vagón con más sentimiento de culpa que otra cosa. ¿La entrevistas? Curiosas. No diré nombres, por eso de que aún estoy en ese espacio donde lo mismo suena la flauta, el teléfono o el timbre del aviso del correo, pero como experiencia poco más puedo decir que "curiosas". Me di cuenta que soy capaz de hablar con mucha vehemencia de Milos Meisner y de lo que intenté contar, tanta como para causar cierta curiosidad a un editor medianamente importante y a otro quizá no tanto. De ahí a que salga algo, ya soy muy mayor para esas cosas. Al menos tomé café con mi hermana, me compré un libro ("Las desventuras del príncipe Sternenhoch" de Ladislav Klíma), comí con mi amigos (esos lejanos y resplandecientes), paseé por Madrid, confesé hastíos, abracé pasados que me asentaron en mi presente y cogí el tren de vuelta justo para poder darle la cena al pequeño Pavel y acostarlo canturreándole ese blues al que cada noche le improviso una letra nueva. Recuerdo que ese día me levanté con ganas de escribir y que en el tren intenté leer cualquier cosa mientras escuchaba a Munford & Sons y miraba por la ventana pensando en lo que echaba de menos viajar en tren. Me acordé de cosas y de gente, y al llegar a Madrid, tras dos actualizaciones de estado en el facebook, el móvil se me apagó.


En el trayecto de vuelta decidí que debía intentar seguir a lo mío con la novela. La internacional Samizdat, en su calidad de editorial fantasma, me debía un sinsabor último. En mi cabeza retumbaban muchas cosas que había oído ese día, y sobre todo una que uno de los editores me dijo cuando, más deseoso de hablar de él que de oírme a mí, se lanzó a desahogarse conmigo contándome lo duras que se estaban poniendo las cosas (aunque el pié se lo dí al decirle que yo había sido librero, él estaba predispuesto) y me dijo algo así como que no veía bien o no estaba dispuesto a ir presentando los libros que editaba por librerías como un grupo de música, que él no estaba para eso, que eso era labor del librero... Yo no contesté, pero me pareció tan triste que estuve un rato en silencio (y lo triste era que disponía solamente de 20 minutos de entrevista) y le dejé hablar. Los libros, o las editoriales (y lo digo desde la poca experiencia que pude adquirir de librero), al menos es este país, parece que han visto siempre con malos ojos eso de gastarse dinero en mover sus libros, como si el libro estuviese imbuido de un halo místico que hace que no necesite venderse. Ellos editan y a lo sumo hacen una presentación, la cual tiene más de ágape entre colegas, y ya. Siempre pienso en la música. Los libros están en ese punto en el que estaban los discos hace quince años, incapaces de ver precipicio. Los grupos que han seguido son los que se han currado las ediciones de su música, el boca a boca, han aprovechado las redes sociales para promover la cercanía con sus seguidores y no se les han caído los anillos que no tienen en patearse las salas que hiciera falta tocando para esa gran minoría que de verdad consume y disfruta la música (ejemplo, Los Coronas, Sex Museum, Depedro). Es normal que uno piense que las editoriales no se están enterando de nada, y que no tardará en llegar ese día en el que empiecen a lloriquear de verdad. Da pena. Y la da de verdad cuando uno ve que se las ve putas para llegar a vender 200 novelas inventándose una editorial y publicando algo, presentándola en un par de sitios y vendiéndola por correo, viendo con asombro que en un club de lectura de una biblioteca cercana te dicen que la están leyendo y que quieren que vayas a comentarla, y dándote cuenta de que "hacer bolos" no es nada indigno y que es ahí donde está ese término medio que esos "editores exquisitos, de minorías, esos que dicen no buscar best sellers y que cuidan a sus lectores" no quieren ver ni trabajarse. Mejor paro que lo mismo me pongo a escribir cosas que no debo sobre ayudas a la edición, diputaciones, premios amañados (uno edita el premio de la comarca de Tonawanda, lo cual significa que a ese autor se le paga con el premio lo que le toque de derechos de autor -normalmente con dinero público- y que con ese mismo dinero se paga la impresión, por lo que el editor no pone un duro (o muy pocos, o igual hasta se lleva) pero si se embolsa lo que venda) o me pongo a decir cualquier otro tipo de tonterías sobre la edición de libros... El caso es que decidí, mientras espero la llamada, seguir a lo mío hasta donde pueda, que en este caso es una última estación; una presentación en Madrid en una librería (Librería Muga), junto a Andrés Sorel, al cual tuve la osadía de darle mi novela y que ha accedido (a día de hoy, y hasta que nos veamos, solamente ha querido decirme que "es una novela que merece la pena"). La internacional Samizdat no tiene mayor recorrido ni más fondos, pero tampoco ha estado mal. Quizá lo más positivo de ese viaje relámpago no fue las dos entrevistas con esos dos editores (que, repito, estuvieron mejor de lo que yo esperaba), sino que mientras paseaba junto a uno de mis amigos haciendo hora para volver éste me preguntase cuándo iba a darle otro manuscrito para que lo pudiese maquetar y publicarlo en nuestra editorial fantasma...



miércoles, 5 de diciembre de 2012

domingo, 14 de octubre de 2012

300 entradas en el blog: "Entre nosotros ha habido muertos, ¿Qué diréis a vuestras madres cuando volváis a casa?" Pintada en una pared de Praga 23 de agosto de 1968.

Se supone que esta es la entrada número 300. Aunque quitemos todas esas dubitativas del principio y las que han sido simplemente citas de otros libros, son bastantes, al menos para mí La Historia de los dos últimos años de una librería, la historia de la salida de un laberinto extraño, los apuntes de un futuro negro, el dietario de unos días nuevos en los que aún me muevo algo perdido y la historia de la (auto)publicación de un libro llamado "La muñeca rusa".

¿Qué decir en la entrada 300? Nada. Estos días de cotidianeidad y sol, he intentado que la crisis se quede bajo los muebles o tras las puertas, no porque no quiera hacerme cargo de ella, saliendo a la calle, sino porque, como un Yuri Zhivago arruinado y torpe, aún estoy en la antesala del terror; mis impulsos jacobinos se limitan de momento a pensamientos privados, así como mi expectante deseo revolucionario está atenazado por la esperanza de que un pistoletazo de salida nos saque por fin del letargo y todos a una (cual carpetovetónica fuenteovejuna), reclamemos una justicia que, de momento, en mi fuero interno, siento como poco posible. Luego están las anarquistas e individualistas ganas de seguir tocando el violín, ajeno a todo, mientras este titanic feo y rancio se hunde poco a poco.

Andrew Smith: Moon Pool. http://www.andrewsmithart.com/art/water/moon-pool/
 Cosas que podría contar en la entrada número 300: 

1. La increíble sorpresa que me causó, así como la intensa vuelta de tuerca a todo lo vivido mientras escribía la novela de Milos Meisner, al descubrir que alguien con el que trato inténsamente una vez al año (lamentablemente) me confesaba que se encontraba en Praga cuando las fuerzas del Pacto de Varsovia entraban acorazados e infames a poner fin a la penúltima esperanza a finales de agosto de 1968. En una persona a la que admiro (y admiraría mucho más si la conociese mejor) y con la que, a pesar de la diferencia de edad, conecto intelectual y emocionalmente (literariamente intuyo que un poco menos, pero poco), aunque, como digo, nuestra "relación" se limita a una reunión colectiva y una cena una vez al año por motivos tan literarios como espurios. Normalmente la impotencia de querer saber más de esa persona es grande, pero, claro, esta última vez ha sido más evidente. Me pidió la novela, pero la reunión en la que estábamos le impidió hojearla siquiera; luego vi que leía la "sinopsis" de atrás mientras el secretario del jurado del concurso de relatos del que formamos parte terminaba de contar algo. Yo había llegado antes, y me dijeron que había preguntado por mí y que estaba en una terraza cercana tomando un café. Al encontrarnos, nos saludamos cordialmente y enseguida nos pusimos a hablar de cualquier cosa. Entremedias, él me preguntó pro la novela y, mientras seguíamos hablando de cualquier otra cosa, se la dí, la miró, sin dejar de hablar de cualquier otra cosa, intercalando un "qué bien editada está" y yo sin dejarle cambiar de conversación porque prefería seguir hablando de cualquier otra cosa antes que de mi novela con él ("cualquier cosa" debe leerse como "cosas personales y trivialmente normales que no vienen al caso"). Luego fuimos a la sala donde nos esperaban. Como estábamos sentado uno al lado del otro, se acercó a mí y me preguntó "pone que parte de la novela sucede en Praga, ¿has estado viviendo allí?". Viviendo no, solamente he estado una vez, le contesté a media voz, como si fuésemos dos colegiales cotilleando en mitad de una clase, pero creo que es mi ciudad preferida. "Yo estuve viviendo casualmente allí varios meses, fui invitado por la unión de escritores checos junto con Líster en junio o julio del 68, y estaba allí cuando entraron los tanques". Joder, dije (qué otra palabra podría haber dicho?), la novela empieza con la noche que entraron los rusos en Praga. "¿Sí? Qué casualidad -me dijo como si nada, como si ese tipo de casualidades fuesen normales- esa noche vino un tanque a buscarnos al hotel donde estábamos y en uno nos llevaron al Hotel Praga, que luego los checos llamaban el hotel de la mierda, que era donde estaba en mando soviético. Estuve escribiendo crónicas casi diarias que mandaba a París; debo tenerlas por algún sitio." Y acto seguido comenzamos a deliberar. Este año, por fin, cambiamos la manera de decidir el ganador, votando solamente al principio para luego deliberar   sobre los finalistas hasta que decidimos uno. Por fin. Todos los años anteriores el sistema de votación daba como ganador no al mejor (o al que yo creía el mejor) sino a ese mediocre que todos votamos porque hay que votar a tres y llevas como de reserva, pero, como digo, al menos este año yo salí mas contento. Tampoco pude articular mucho, teniendo en cuenta el bofetón emocional que acababa de recibir de Andrés Sorel (por fin digo su nombre, tampoco sé por qué motivo había evitado decirlo hasta ahora, quizá obligado por el estilo...). Al salir comenzamos a caminar juntos, como buscando ese momento a solas lejos de las convenciones sociales y, dando por sentado que nadie más se vendría con nosotros, dijimos al resto que ya nos veíamos en el restaurante en un rato. Yo intentaba por todos los medios articular algo para llevar la conversación a lo que necesitaba (es decir, yo no decir nada y limitarme a escuchar y que me contase), pero él no sabía de la importancia que yo le daba a la "confesión" que me acababa de hacer y buscaba una conversación más igualada. No recuerdo de qué hablamos exactamente, pero yo notaba que no quería profundizar mucho en él, como queriéndole quitar importancia, cosa que yo no acababa de entender (¿cómo no va a tener importancia una persona que, entre otras muchas cosas, tuvo que exiliarse España por presiones políticas (Fraga estuvo detrás), que conoció en París a Cortázar, que ha sido amigo íntimo de Saramago y de Dolores Ibárruri y que, así, sin yo esperarlo, me dice que estaba en Praga la noche que Milos Meisner empezó a tomar conciencia del fin de la esperanza?). Recuerdo que en un momento, cuando ya estábamos llegando al restaurante, me dijo, "muchas veces me han pedido que escriba mis memorias, pero no quiero hacerlo, no quiero parecer un abuelo contando batallitas". No creo que sean simples batallitas, le dije, e insistí un poco. Recuerdo que nos quedamos un momento callados, yo porque estaba maniobrando para aparcar y él tal vez queriendo encontrar las palabras para decir lo que quería decirme sin que llegase a sonar trágico o grandilocuente. "Tendría que dar cuenta de demasiadas derrotas y no creo que pudiese enfrentarme a eso", dijo al fin, y yo no dije nada más. Luego a cena se desarrolló como yo esperaba y pudimos hablar poco más. Espero que no tenga que esperar otro año para hablar con él. Se llevó la novela, pero la sola idea de que pueda ver toda esa historia como una basura sin sentido me llena de terror.

2. ¿Qué puedo contar después de esto?

Eduard Ovčáček, Čechy krásné, Češky mé/Beutiful Bohemia, my Czech gir.
http://www.image-identity.eu/artists_images_folder/czech/eduard-ovcacek

3. Al llegar a casa recuerdo que aunque era tarde cogí el maravilloso libro de Salvador López Arnal, "La destrucción de una esperanza. Manuel Sacristán y la Primavera de Praga: lecciones de una derrota", editado por Akal y busqué hasta que dí con la página 252: "Andrés Sorel, que casualmente se encontraba en Praga en el momento de la invasión en compañía de Enrique Líster, señalaba con preocupación en su contribución que, tras la ocupación militar, se estaba rehabilitando a los dirigentes más anclados en el pasado, a aquellos que habían sido separados de sus cargos tras en pleno de KSC de enero de 1968, y que también se estaba reforzando la centralización económica y política. La victoria de los represores dirigentes conservadores era casi absoluta en su opinión". Me di unos pocos cabezazos al no haber recordado eso, pero ya estaba todo hecho... Tal vez si hubiese reparado en ello con la importancia que tiene, "La muñeca rusa" nunca se hubiera escrito tal y como se ha hecho, o tal vez nunca se hubiera llegado a escribir... Sorel apuntó mi dirección postal en la primera página del libro que le dí, y me dijo que cuando lo leyera me escribiría. Alea jacta est, no puedo decir nada más...

4. ... ¿300 entradas? Tomando como excusa el título de un libro de Vila-Matas, quizá todo esto del caimán sincopado es sólo un dietario demasiado voluble...

5. El viernes 19 de octubre presento públicamente en la Biblioteca Pública de Manzanares "la muñeca rusa" y, sinceramente, estoy acojonado...
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