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viernes, 13 de enero de 2017

Cinco contra uno (rescates). Un puñado de discos que me marcaron y que aún hoy sigo escuchando

Hace varios meses me escribió un amigo (desconocido apreciado y seguido de las redes sociales) para decirme que había escrito una reseña sobre mi novela "La muñeca rusa" y que un magazine digital la iba a publicar. Alex (que así se llama) y yo nos escribimos a menudo. Siempre con cierta educación y distancia, pero también a menudo con una extraña cercanía. Me hizo mucha ilusión, por supuesto, sobre todo porque me interesa muchísimo lo que Alex tenga que decir sobre la historia de Irina y Milos y lo que eso me haga repensar a mí sobre la misma. Me dijo que al director de dicho magazine le interesaría un breve escrito mío sobre una sección que tienen titulada "Cinco contra uno", es decir, cinco discos que te hayan marcado y un "díscolo" que te haya defraudado o  al que le tengas cierta tirria. Dije que sí, por supuesto. Estas cosas me hacen mucha ilusión y me las suelo tomar muy en serio. Además, tampoco quería defraudar a Alex, así que me puse. Se lo envié y me dijo que gustó. Como sé que los ritmos de edición en estas cosas son muy lentos, no quise pecar de impaciente y, puesto que la novela ha pasado, no ya sin hacer mucho ruido, sino sin hacer casi ninguno, y mi editorial, aunque heroica y voluntariosa como ninguna, no es importante (dentro de ciertos esquemas), sabía que igual la reseña y este artículo no salían. Bueno, han pasado seis meses y me he vuelto a encontrar el archivo de mis "cinco contra uno" mientras ordenaba una carpeta con textos y me ha dado penilla. Y digo penilla porque me lo pensé mucho y a la vez disfrute mucho escribiéndolo, así que lo rescato. Aún no sé cómo era la critica de Alex, y me he cansado de mirar la página del magazine como un histérico obsesivo o un niño aburrido en el asiento de atrás de un coche. Son cinco y uno, con su historia personal; seguramente si lo escribiera hoy serían otros cinco y uno distintos, o quizá no, quién sabe....



Cinco contra uno

The Cult. Electric.
Pongámonos en situación: Mediada la década de los ochenta. Un pueblo en el páramo manchego donde al kiosko, a lo sumo, llega, si llega, la revista Metal Hammer y la Superpop, y donde los jueves estaciona una furgoneta en el mercadillo municipal con vinilos y casetes de todo tipo (tirando a serie media). Durante meses ahorro lo que me da mi padre por currar en la lavandería y la propina de mi abuela los domingos para, aprovechando las dos semanas de vacaciones en un apartamento enano en la playa a finales de julio, cuando vamos a hacer la compra a un megahipermercado cerca de Alicante en primer día, visitar la sección de discos y gastarme toda la hucha. Verano del ’88. A punto de los catorce. Llevo una lista pero casi nunca encuentro lo que busco, así que tiro de oídas y me fio del orden en el que está colocado. Así descubro a Fleetwood Mac, Vanilla Fudge, Sleepy LaBeef, Love… The Cult me suenan, de la radio quizá, no lo sé, pero esa portada es magnética. La carpeta desplegable hace que aumente mi fascinación. Ahí están Astbury, Duffy, Stewart y Warner mirándome amenazantes y altivos. Leo por primera vez el nombre de Rick Rubin. Lo compro sin dudarlo un instante. He de esperar quince días para escucharlo porque allí no hay tocadiscos (no hay ni lavadora). Cuando al final lo hago, después de horas viendo esas fotos, sonrío como un idiota. Citar alguna canción es inútil. Quiero una guitarra y la quiero ya. Un disco que se abre con “Wild Flower” no puede ser malo. Un disco cuya cara A termina con “Bad Fun”, le das la vuelta y arranca la B con “King Contrary Man” pasa a convertirse en la coz que tu corazón necesita. “Love Removal Machine” del tirón y el “Born to be wild” más bruto y machacón que nunca he escuchado. Al llegar “Outlaw” estoy agotado… Pero aún está “Memphis Hip Shake”… Me arrastro como la canción… Termina y lo pongo de nuevo… Por un instante me siento invencible. Ese disco es sin duda lo que anuncia, eléctrico, y el nombre del grupo pasa a convertirse en mi culto; hasta hoy, cuando escucho Hidden City y me siguen emocionando igual.


091. El baile de la desesperación
Ahora que han resucitado y la justicia poética por una vez cumple lo que pregona, es de ley decir que este disco es fundamental. “La vida qué mala es”, “Este es nuestro tiempo”, “San Martín”, tres canciones para dejar claro que fueron únicos y que lo siguen siendo. Sólo ellos han igualado semejante trío inicial en sus dos discos posteriores. “Corazón Malherido” duele, y José Antonio canta como el puto amo una letra de Lapido que toma un lugar común y lo convierte en particular, sólo para ti. “La canción del espantapájaros”, la cual han desnudado en directo incidiendo en su cara dramática, siempre me ha gustado sin embargo más en esta versión, tan pop, tan resultona, tan jodida en el fondo. Es la virtud del rock, cantar las cosas más jodidas sobre una lozana base musical para conjurar los golpes de la vida. Las cinco canciones que quedan son una fuente y una declaración en sí mismas. “El baile de la desesperación”, “El lado oscuro de las cosas”, “Un camino equivocado”, “Un día cualquiera” y “Atrás”. Las guitarras por fin rujen como los Cero querían después de tantos años. Una producción algo deficiente (en comparación a lo que vino después) no borra la urgencia de unas canciones gloriosas en sí mismas. Los Cero demostraron que, lamentablemente, en este país, sólo era posible una retirada con la cabeza alta antes de perderla (en el olvido o el cheque). Sé que Tormentas Imaginarias es mejor, pero a mí me ganaron para siempre con este. Que los dioses salven a los Cero.


The Doors. L.A Woman.
Podía haber puesto cualquiera de la banda de Jim Morrison, pero he optado por el último. Con la misma estructura que su debut, cada cara del disco se cierra con una canción larga. Desde su inicio con la tremenda “The Changeling”, Morrison canta como nunca, su voz de barítono se ha endurecido por los excesos, convirtiéndose en un arma evocadora y punzante. “Love her madly” es una manzana envenenada, y “Been down so Long”, nada más empezar, te parte por la mitad. El bajo de Jerry Scheff da libertad a Manzarek para jugar con las canciones y a la vez seguir haciendo que su teclado sea la base de las mismas. Robbie está excelso, se gusta, y se nota. Desmore está elegante y deja de nuevo claro que no es un batería de rock de montón, sino un músico de jazz que toca rock, o un músico de rock que quiere tocar jazz, da igual. “Cars hiss by my window” es una vacilada sublime. “L.A. woman” vale toda una carrera: oda decadente que sirve de despedida a una ciudad bajo un manto rabioso y energizante de un grupo de instrumentistas en estado de gracia. “L’America” abre la cara B descolocando, psicodelia que no quiere dejar de tener sabor a blues. “Hyacinth house” tiene una letra gloriosa y premonitoria, y para mí es una de sus canciones más bonitas. La versión del tema de John Lee Hooker (“Crawling King Snake”) destierra una vez más todo rastro de vender a Jim como un Adonis pop. “The Wasp” es amarga porque deja entrever nuevos caminos por transitar de una banda que se estaba despidiendo sin querer ser consciente de ello (dicho tema es la base para “An American Prayer”). El cierre con “Riders on the Storm”, vista a través del famoso juicio de Miami (y lo que supuso no sólo para la historia del grupo sino como siniestra clausura de una década llena de acontecimientos históricos determinantes), es la canción perfecta, simple y llanamente es así, con Morrison relatándonos el porqué de todo lo que ha hecho y qué es lo que realmente han sido, ofreciéndonos una maravillosa letanía respaldado como nunca (y como siempre) por Ray, Robbie y John.


Jethro Tull. Thick as a Brick.
Más de media vida (mía) llevo escuchando este disco y no me canso ni un segundo. Sólo por eso merece figurar aquí. Ian Anderson, uno de los frontman definitivos, intentó un cuádruple salto mortal impulsado por la retranca de Monty Python y parió una maravilla que merece veinte años de escuchas y veinte más que le dedicaré. Presentación, idea, cover art, composición, ejecución, lírica, arreglos, todo es perfecto en este disco. El álbum total. Lo tomas o lo dejas. Obligatorio tenerlo en vinilo, ese es su mundo y su sentido. Las capas y los niveles en los que se mueve siguen siendo un misterio para mí. Siempre pienso que es más de lo que aparenta o capto. ¿Una broma, una genialidad, una boutade suprema? Para mí una de las cimas artísticas del siglo pasado. Y comercialmente encima les salió bien, lo cual nos obliga a mirar esos años con indudable nostalgia y sorpresa. Un disco de más de cuarenta minutos con una sola composición dividida en dos partes basado en un supuesto poema de un niño y envuelto en un ficticio periódico lleno de noticias brillantes, pasatiempos, horóscopo y obituarios incluidos. La letra es una maravilla críptica, tan desvergonzada como lúcida a la vez… “Really don´t mind if you sit this one out… My words but a whisper… your deafness a shout…”. Un grupo en estado de gracia remata todo. Martin Barre, John Evans, Jeffrey Hammond-Hammond y Barriemore Barlow respaldando a Anderson e impulsándolo todo bajo una mezcla de estilos y referencias apabullantes, sin respiro, sin un paso en falso, rematando la jugada los arreglos y dirección de un indispensable y digno de estudio (vital y musical) David Palmer. Lo siento, no puedo ser objetivo, amo este disco; he escrito centenares de páginas escuchándolo y dejándome llevar.


The Jayhawks. Tomorrow the green Grass.
Compré este disco después de escuchar “Blue” en “De 4 a 3”, de Paco Pérez Bryan en Radio 3, en 1995. Olson y Louris tocando el cielo. Nunca me arrepentiré. “I’d run away”, “Miss Williams guitar”, la preciosísima “Two Hearts”, “Real Light”, “Over my Shoulder”… Para cuando llega “Bad Time” ya estás sobre aviso, pero eso no te evita el subidón. Es increíble cómo esas voces se empastan y armonizan de ese modo, cómo la guitarra acústica se enreda con la electricidad de una Gibson SG, cómo tocan la fibra sin parecer pretenderlo. Y encima es una versión. La cara B sigue la estela, y cuando la calma parece haberse instalado con “Red Song”, como si el disco fuese a terminar con esa mirada crepuscular al desierto, llega la subida de “Ten Little Kids”. Big Star, CSNY, The Byrds, Gram Parsons… todo junto sonando con personalidad propia. Este disco me salvó la vida una noche de 2002 en un hospital en obras, lleno de cables y partido por la mitad. Me lo había grabado en una cinta en casa para escucharlo allí porque sabía que lo iba a necesitar. Aún usaba walkman. Cuando me fui de aquel lugar se lo regalé a una enfermera de la planta. “I could take a little hint from you, and I’d run away”.

Contra UNO.
Uriah Heep. Abominog

He estado tentado a entrar a saco y recordar lo estafado que me sentí cuando en su día compré “Usar y Tirar” de M-Clan o el primero de Los Planetas (y último para mí, su rollo no va conmigo), pero no. También he pensado en intentar explicar mi frustración ante los últimos discos a medio gas de Gov´t Mule o la complacencia del camello de Wilco. Tampoco quería hacer leña del árbol caído del madelman Lenny Kravitz (tremendo tocomocho). En tiempos tan fugaces como los de ahora es normal que haya bajones en las carreras de grupos longevos (lo que hizo Bowie en cinco años, del 69 al 74, o Janis Joplin en tres, no lo volveremos a ver jamás, pero tampoco podemos pedirle a grupos actuales que ya llevan quince o veinte años, el mismo ardor guerrero de sus primeros años). Así que tiro de disco con trampa…y termino como empecé. Pongámonos en situación: Mediada la década de los ochenta. Un pueblo en el páramo manchego donde al kiosko, a lo sumo, llega, si llega, la revista Metal Hammer y la Superpop, y donde los jueves estaciona una furgoneta en el mercadillo municipal con vinilos y casetes de todo tipo (tirando a serie media). Sin saber quién me había suscrito, a mi casa llegaba el boletín del Discoplay. Empiezo a crear mi discoteca lo mejor que puedo, a base de oídas, intuición y casetes grabadas en el patio del colegio. Tiro de primeras impresiones con las portadas del BID. La de Uriah Heep con Abominog me llama la atención mes tras mes, pero me da miedo, literalmente, y lo voy dejando. Me espero el infierno tras ese diablo rabioso. Mi vecino del tercero me pasa Ride the Lighting de Metallica y Holy Diver de Dio. Mi mundo se llena de tachuelas; los logos de Maiden, Overkill, Raven o Anthrax son cincelados en mi carpeta estudiantil. Ahorro un poco y me pido por fin el de Uriah Heep… Llega a casa, lo pincho y… efectivamente, el pinchazo fue antológico. Teclados de la época y melodías almibaradas no me dejan apreciar las virtudes que esconden sus surcos. Maldigo cada peseta invertida, miro esa carpeta diabólica y no entiendo nada… Llega la tercera canción (“On the Rebound”) y me rindo definitivamente; no debería, pero la juventud es vehemente y yo creo querer otra cosa. Levanto la aguja y lo guardo entre maldiciones gitanas. Ese fue mi primer desencanto de muchos, y si lo rememoro es porque, curiosamente, ahora es un disco que me encanta y escucho bastante, incluso más que sus magnas obras de los setenta. Igual soy yo, que me he enmoñado a pasos agigantados, pero este es uno de los casos en los que la espera y la paciencia han tenido su recompensa. “Too scared to run”, “Chasing shadows” o “Think it over” me parecen temazos. El trabajo vocal de Peter Goalby es digno de mención, en la estela del enorme Lou Gramm. Mierda, echo en falta cantantes así. El regreso a Uriah Heep de Lee Kerslake, trayéndose de paso a un inmenso Bob Daisley, tras su aventura con Ozzy (y menuda aventura), recargó las pilas del eterno Mick Box. Ya lo dijo Willie Dixon, nunca juzgues un libro por su portada… 

martes, 28 de mayo de 2013

Salvation Blues. Mark Olson.


Salvation Blues

En dos días he visto dos arcoiris inmensos entre nubes negras mientras conducía por estas carreteras vastas a la orilla de campos que se están renovando tras el invierno. Pronto la siega, la recogida del melón y la vendimia. El otro día no pude evitarlo y paré el coche y robé varias calabazas en un camino al que de vez en cuando me gusta ir en bici. Me acordé del día de difuntos e imaginé a un americanito pensando qué hacer con las calabazas sobrantes, a principios de siglo XX, y haciéndoles una cara con un cuchillo oxidado. A veces las cosas surgen del aburrimiento más absoluto. Uno empieza a escribir, tras unas frases lo deja y cuando vuelve a escribir han pasado días, muchos, y la estación se ha hecho más calurosa, y el tiempo más lento porque anochece más tarde y los ritmos los marca una personita muy pequeña todavía.

Amontono libretas emborronadas, pero me da miedo acercarme a ellas con la intención de ordenarlas y ver si puedo salvar algo de ellas. La bipolaridad me asalta en cada esquina y compagino sin saber cómo guitarrazos extremos con pianos barrocos, voces sefardíes dolorosamente hermosas con gargantas guturales salidas del mismísimo infierno. Sin embargo me obligo, también aquí, a no ir a la deriva y a intentar centrarme. Smooth, cool, americana, palabras para teclear cualquier cosa. Dylan, la luz, ayer escuché "Oh Mercy" y respiré tranquilo, esperando que el sol de un mayo plagado de invierno llamase a la puerta para que le invitemos a entrar cuando quizá ya esté aquí desde hace semanas. Mark Olson hoy. "Salvation Blues" es algo más que un conjunto de canciones, física y emocionalmente. Disco libro, poesía canción. Si uno se descarga este disco se pierde algo que de ninguna manera voy a explicar más allá de la palabra fetiche. un libro poesía ficticio acompañado de un cd con el propio Mark cantando esos versos llenos de Thoureau, de Gramm Parsons, de Walden, de sol cegador, propiedad de la biblioteca del condado de San Bernardino.



Salgo al patio a descolgar las sábanas de las cuerdas, rápido, llueve, miro hacia arriba y veo un cielo tan negro como confuso iluminado por una luna de espanto, redonda y firme como un pecho polvoriento. Mi cara se moja. Me río de mí mismo, o al menos lo intento. Hay pocas estrellas.

Vi junto a Andrea al señor Olson junto a Gary Louris sin The Jayhawks un sábado hace varios años en Madrid, en el Neu Club (la sala Galileo), acompañados por la soberbia Ingunn Ringvold a la percusión y voces. Ajusté cuentas emocionales y estuve a punto de llorar cuando sonó "Blue" (porque tocaron "Blue"). Volví a 1996, enero, cuando compré el vinilo de “Tomorrow the green grass” de The Jayhawks y me sentí crecer a pasos agigantados. Igual cogí una vía muerta y por eso ahora estoy como estoy, pero aquella noche un jovial Olson me puso un sonrisa en la cara y volví de golpe, más tranquilo y con más ganas de lo que está por llegar. A Gary Louris ya lo había visto, con Jayhawks cuando lo comandaba solamente él tras la marcha de Olson, con Golden Smog (sin Jeff Tweedy por desgracia) y en solitario. La última vez, no sé porqué, me pareció que Louris arrastraba cierto aura de resentimiento, de altanería quizá, esa que a veces le hacía tocar canciones de manera sublime pero que otras le hacía parecer como si fuera a medio gas, como si no quisiera esforzarse y estuviera harto de jugar en una división de la que se estuviera cansando (supongo que es entendible; Louris echó el resto con el increíble "Rainy Day Music", una joya de principio a fin, y no funcionó a nivel de ventas. El estigma de Jayhawks: críticas favorables, una firme base de fans, pero poco efectivo en los bolsillos). No sé, cosas mías. Leo por la web que vuelve a peligrar la continuación de la banda con Olson y Louris. Los fans nos parecemos más de lo que imaginamos al resignado y hedonista Perlman, deja hacer y toca cuando le llaman...

Recuerdo que aquel concierto me gustó mucho. Un concierto de los que van de menos a más, de los que surgen de esa zona templada donde los problemas técnicos (nada importante en este caso, a Olson se le oía más alto que a Louris y eso les dificultaba para cantar a tono, aunque eso, que lo diga alguien medio sordo como yo tiene su guasa) se solventan rápido y en dos canciones se crea ese feedback entre el público y el grupo desde donde surge la magia y uno se termina preguntando quién está más a gusto, si el músico o tú, allí sentado en la oscuridad, rodeado de gente.

De los discos que sacaron en solitario ese año Mark y Gary, sorprendentemente me gustó muchísimo más el de Olson, y digo sorprendentemente porque la voz de Louris es muchísimo más melodiosa y agradable (y junto a la de Olson funciona como nadie más sabe) y siempre fue mi jayhawk favorito, pero, como digo, "Salvation Blues" de Olson me agarró de una y no me ha soltado hasta ahora, lo cual es una explicación tan peregrina como cualquier otra para decir por qué ahora, y no en 2007, que fue cuando salió y lo compré, hablo de este disco (¿de verdad estoy hablando de este disco?). Es tarde y he escrito 18 páginas escuchando este disco, relatos sin destino donde el tiempo vuela, como al escribirlos. Descanso de escribir, escribiendo. Bah, venga, me voy a la cama...

viernes, 23 de diciembre de 2011

The Jayhawks. Mockingbird Time


Mezcla de la mítica portada de "Rubber Soul" de los Beatles con la propia de "Tomorrow the Green Grass" (TTGG), la imagen que presenta "Mockingbird Time" (MT) de The Jayhawks plasma todo lo que ha significado para el grupo su reactivación con la que se ha llamado "formación clásica" de The Jayhawks. Desde que el disco salió el 10 de septiembre he leído mucho sobre el mismo, pero casi de forma masoquista, porque muy poco de lo que leía me gustaba. Y no me gustaba porque todo el mundo le ponía pegas al disco; todo se resumía en "está bien pero le falta la magia de los viejos tiempos, los tiempos de Tomorrow the green grass". Venga hombre, pero si éramos cuatro gatos los que teníamos a The Jayhawks en un pedestal cuando ese disco salió (1995), al menos en este miserable país. Reconozcámoslo, en esa época pocos les hacían caso. El espejismo de los entusiastas artículos en alguna revista no quita para que siguiéramos siendo cuatro. Sí, yo me compré TTGG en vinilo, y como siempre, me importaba una mierda si eran reconocidos o no; allá la gente. Por eso me sorprendió tanto cuando una tarde de aquel verano del 95, con mis gloriosos y patéticos veintiuno, se me acercó un tío en el pueblo y me preguntó a bocajarro que le habían dicho que yo podía conocer a los Jayhawks y tener su disco, y que si lo tenía si podría gabárselo, y que a cambio él me podía grabar algo (hablamos de aquel tiempo en el cual se intercambiaban cintas); "te puedo grabar un recopilatorio de los Allman Brothers" recuerdo que me dijo. Acepté, claro, en aquel tiempo conseguir cierta mercancía era casi heróico. Aún tengo esa cinta (120 minutos de lo mejor de Dreams). Grabé ese disco para aquel guitarrista madrileño que pasaba los veranos en el pueblo, con aire condescendiente y esquivo, que tocaba con cualquiera que él considerase que merecía la pena (sobretodo con un grupo llamado Contragolpe a los que les instigaba a tocar y tocar, los cuales tenían el local de ensayo frente a la lavandería de mi padre y donde me cruzaba siempre que podía a verles y charlar un rato). Así que los Jayhawks no era cosa mía solamente; en aquellos días yo sólo compartía música con una chica llamada Belén, como si el uno fuese el apoyo moral del otro para no sentirnos tan solos en nuestros gustos; de hecho yo pensaba que era la única persona que escuchaba mi programa de radio semanal en la emisora municipal, aquel que se llamaba como este blog, donde se me iba la pinza cosa mala y que al recordar ahora me sorprende comprobar cómo podía ser tan kamikaze e inconsciente como para hacer lo que hacía convencido plenamente de que no me escuchaba ni el Tato y que simplemente era un juguete con el que podía jugar a ser locutor, como Diego Manrique o Juan de Pablos, del mismo modo que hacía airguitar en mi habitación. Paco Pérez Brian ponía casi todos los fines de semana "Bad Time" en "de 4 a 3", pero yo, en mi candorosa ingenuidad, seguía pensando que las canciones de Louris y Olson no le importaban a nadie. Luego pasó lo que pasó, Olson dejó el grupo y Louris siguió creando joyas (por mucho que "Salvation Blues" de Mark Olson sea increible -ideado como un libro de poemas, presentado como un libro de poemas, con sello de la biblioteca del condado de San Bernardino-, The Jayhawks sin él tuvieron entidad propia), MondoSonoro los trajo por primera vez y, en lo que parecía ser el acontecimiento musical del año, comprobé que una sala Heineken a reventar servía para juntar a los cuatro gatos que siempre somos. Años, muchos años después The Jayhawks se juntan con Olson y como setas salen blogs y periodistas hablando de Tomorrow the green grass como si en su época hubiese sido el Sgt. Peppers y todo dios los adorara y la magia se hubiese perdido... Repito, pero si allí estábamos cuatro gatos... Esta última frase no es un alegato chovinista de "yo los vi primero", más bien al reves, es más un "¿pero qué coño le pasa al mundo que a un disco como Mockingbird Time hasta los cuatro gatos y los diletantes le ponen pegas?". Sólo hay que escucharlo... por favor... Sigo sin entenderlo... Por eso no he escrito nada hasta ahora, hasta que se han dado un par de conjunciones estelares de esas en las que uno se fija para justificar sus manías. Una: el disco por fin me ha llegado físicamente, con dos canciones más, un documental y cuatro canciones en dvd (nada que no hubiera visto en youtube, pero sigo siendo un fetichista y la música para mí sigue teniendo un correlato físico; la carestía monetaria me hace ser más selectivo, pero igual de enfermo (porque en estos tiempos decir esto es asumir que eres un enfermo, ¿no?). Dos: He leído en Megamelómanos algo que ojalá hubiese escrito yo mismo. Tres: Fue el propio autor de Megamelómanos el que hace meses, al escribir sobre Tomorrow the Green Grass, me hizo recordar  un montón de cosas que tengo relacionadas con ese grupo. Mockingbird Time es una autentica joya, hermosa hasta el dolor y luminosa hasta el entusiasmo más embriagador. Ponerle pegas es como decir que "La habitación" de Van Gogh tiene demasiado azul y no es tan fresco como "Noche estrellada" o que a la segunda temporada de The Wire le falta ritmo, o que Bolaño está sobrevalorado (que sí, yo lo he oído), es decir, como decía mi abuela, "hablar por no callar". Hay obras de arte que no necesitan ser diseccionadas a la búsqueda de sus puntos débiles en lugar de intentar entenderlas y disfrutarlas, porque no hace falta, eso las emponzoña, las rebaja, quizá porque somos unos gilipollas y es más entendible un mundo tan mediocre como nosotros antes que un mundo que nos hace ver lo vulgares que somos. The Jayhawks deberían ser patrimonio de la humanidad, como Love, como CSN&Y, como Joni Mitchell, como... pero no se comieron una mierda, tal vez sí una pequeña, pero no la que deberían si el mundo fuese un mundo donde la justicia, poética y de la otra, estuviese a la orden del día y no la más triste y desalentadora mediocridad. Gary Louris ha escrito al menos diez de las canciones más hermosas de los últimos veinte años, además de otras diez firmadas con Mark Olson, pero se conforma con ser lo que es, sea eso lo que quiera que sea y que yo, aquí y ahora, no voy a intentar describir... Ahora resulta que lo que hizo Louris tras la marcha de Olson adolecía de la falta de éste (por dios santo, "Rainy Day Music"... "Sound of Lies"... "Smile"...) y cuando vuelven a trabajar juntos con Karen Grotberg, Tim O'Reagan y Marc Perlman, la cosa no llega a la magia de antaño. En serio... Cualquiera que esté interesado y se acerque a este grupo y lea lo que se puede leer por ahí pensará que MT es un disco simplemente notable que no pasa nada si no escucha y que cuando sacaron TTGG el mundo estaba realmente a sus piés y eran considerados unos genios. Paparruchas. Todo mentira. The Jayhawks sólo ha interesado a la inmensa minoría que está interesada en la música rock como algo más que entretenimiento y un disco como MT es, simple y llanamente, un disco memorable de unos músicos que deberían haber corrido mejor suerte pero que, y apuesto el lado sano de mi cabeza, hoy por hoy, tal y como se ha desarrollado todo, se ven como unos privilegiados que pueden hacer lo que han venido a hacer a este mundo de mierda, con mucho esfuerzo y nomadismo, sí, pero libres y gloriosamente bellos, firmando canciones preciosas y memorables en un mundo que ya no quiere himnos generacionales y se hunde en la fugacidad de la sobreinformación.


 

Tomorrow the green grass, en aquella cinta de casete que grabé pero que nunca le llegué a dar a la persona que me la pidió, estaba en el walkman que por las noches me ponía antes de dormir en aquella habitación de hospital durante los que han sido los días más jodidos que he pasado hasta el momento, y escuchar esas canciones aún me producen escalofríos, escuchar esas armonías vocales y esos desarrollos y esas guitarras que duelen me sigue resultando tan reconfortante como desconcertante, tan alentador como medicinal. Patalear ahora frente a lo que puedan decir cuatro, apelando a lo que suena como una infantil reclamación de derecho de pernada como parece que estoy haciendo ahora, no es más que una excusa; me sigue dando igual cuánta gente vea la grandeza de este grupo; prefiero recordar a la madre de Aitor en una de esas entradas de blog que valen cien libros y diez carreras literarias además de amistades sin sobre; prefiero recordar a Miguel y Marga, a Belén canturreando "Bad Time", de nuevo a Miguel bromeando sobre ir a la casa que Gary Louris tiene en Puerto de Santa María y llevarle un regalo tras acabar el concierto un tanto desangelado de Golden Smog en la sala el Sol en el que nos encontramos por casualidad y que un par de canciones del señor Louris solo habían levantado y hecho especial, a mi hermana pequeña dando vueltas en mi habitación mientras suena "Blue", a mí mismo mirando por la ventana de un hospital en obras y conmigo también en obras después de convencer a mi madre de que bajara a cenar algo a la cafetería, a esa enfermera que unos días antes me colocaba los cascos y pulsaba el play de aquel walkman destartado y recompuesto con cinta aislante que llevaba a todos lados (a todos lados) y que yo no podía coger porque aún no me podía mover y entendiendo que necesitaba escuchar algo que me sacara de allí por un instante. Y aquellas voces cantando para mí... no porque yo fuese algo, pues en esos momento yo sólo era un cacho de carne puesto de nuevo en marcha, sino porque ellos estaba allí tocando para mí y yo estaba alli escuchando por ellos.


Me gusta la portada de su disco, ellos reflejados en un charco en el asfalto, jugando a las sombras, como una caverna platónica, como si ellos mismo fuesen conscientes de que son un reflejo de una época quizá más gloriosa, la cual incluso va más atrás de ellos mismos, hasta Townes Van Zandt, Big Star, Gene Clark... Uno de los cinco debe haber hecho la fotografía, pero es difícil de adivinar quién. Recuerda de alguna manera a la portada de Tomorrow.., ellos, sin Tim, que entró después de manera oficial, mirando desde arriba hacia abajo, subidos a un árbol en un pantano, soriendo, esperanzadores. Desde que se fue Olson no habían vuelto a salir en un portada de manera "directa" (también está el juego de espejos en "Sound of Lies", pero de otro modo). Y ahora, quince años después, aquel grupo parece que nos quiere hacer creer que es un reflejo de sí mismo, mirando hacia abajo buscando una complicidad gremial, como los Beatles de Rubber Soul (salvo Paul, claro) pero nosotros sólo vemos su reflejo; la sensación es casi como si tú mismo fueses uno de ellos, pero todo es mentira, todo es mentira; en el fondo es como si quisieran decir que nosotros no estamos ahí y ellos sí, y que sólamente somos capaces de ver su reflejo, pero ya no a ellos. ¿Me paso si recuerdo "Las Meninas" de Velazquez, las primeras páginas de "Las palabras y las cosas" de Foucault? El juego es el mismo, ¿que esto es música popular y no alta cultura?, que os den entonces; yo me tomo esto en serio, no en vano estos cabrones me han salvado la vida. Otra de las fotos promocionales que aparecieron al principio de filtrarse el disco es igual de simbólica, ellos sentados y sus siluetas pintadas en la pared con sus nombres; en un principio esa parecía que iba a ser la portada, y tampoco hubiera sido mala idea, pero esta es mejor, creo. Respecto al disco, le doy la palabra a Aitor, yo en el fondo sigo pensando lo mismo sobre la carrera de The Jayhawks, más allá de discusiones bizantinas en el foro del Azkena, quien quiera ver, que lo vea, allá él si no...

 

Extracto de Megamelómanos que, como he dicho antes, ojalá hubiese podido escribir yo:
Disco que demuestra la existencia de un ente divino por el que dar gracias a Krishna a todas horas del año para The Jayhawks por Mockingbird Time. Lo bueno que tenía este disco era que desde que se confirmó que iba a salir un nuevo disco de los Jayhawks con la formación original -Que esto no os haga un lío, los discos sin Mark Olson son también geniales- uno no estaba nervioso ni en tensión esperando a que se filtrase por internet porque ya sabías que iba a ser tan bueno que llegaría cuando tuviese que llegar, sin prisas. El disco que sacaron hace un par de años Mark Olson y Gary Louris era realmente especial, pero era demasiado, cómo decirlo, “intimista” -Aquí se ve también, ahí está Pouring Rain At Dawn-, no tenía esa vitalidad que tenían cuando se presentaban como los Jayhawks. La única duda que tenía era ésa, el si sonarían como antes o si la cosa sería más incluso más “delicada”. Y no, por suerte lo retoman donde lo dejaron. No hay que hablar de milagro porque son quienes son y que el disco sea tan maravilloso no es ninguna sorpresa. De hecho estaba tan tranquilo que ni pensaba que fuese a filtrarse tan pronto y me lo encontré de casualidad en el blog de Il Cavaliere. No pensaba escucharlo hasta que saliese, pero es que… ¡se filtro con dos meses de adelanto! El cómo me tuvo bastante intrigado. El caso es que desde el primer momento te reencuentras con ese grupo que hizo dos de los mejores discos de los 90′. Más mayores, pero igual de dulces y celestiales y maravillosos que siempre. Son los Byrds con Simon y Garfunkel, no se me ocurre una manera mejor de describirles a alguien que no los ha escuchado nunca. Son doce canciones y las doce son igual de buenas, cada una tiene personalidad propia pero podrían pasar por una sola canción, fluyen todas maravillosamente y todas tienen detalles exquisitos. No es de esos discos en los que identificas un single a la primera y tres o cuatro temas de relleno, aquí no hay de eso. La primera canción que escuchamos fue She Walks In So Many Ways, y todos nos regocijamos. Qué preciosidad de canción. Es perfecta, son dos minutos y medio tan dulces y tan perfectos que es difícil de creer lo que estás escuchando, de no preguntarte cómo era posible que esa melodía no existiese ya. Y así, todas las demás. Es un disco tan redondo que no tiene sentido ponerse a resaltar canciones sueltas. Personalmente, las que más me gustaron cuando lo escuché fueron Hey Mr. Man -Es como Ten Little Kids del Tomorrow the Green Grass, qué manera de cerrar un disco-, Tiny Arrows, Mockingbird Time, Black Eyed Susan… yo qué sé. Sólo se puede escuchar entero y en orden, no hay otra manera, tan bueno es. Para todo lo demás, Rock N’Rodri. También hay gente que ha criticado este disco, pero, qué queréis que os diga, no sé qué cojones estaban esperando.


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