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martes, 3 de febrero de 2015

Poder Freak, volumen 1, de Jaime Gonzalo, brutal crónica de un mundo que no volverá

PODER FREAK, UNA CRÓNICA DE LA CONTRACULTURA. VOL.1. Por Jaime Gonzalo
Editorial Libros Crudos, www.libroscrudos.com, 12€


Entusiasmado por la lectura de este libro, escribí una pequeña reseña para una revista con la cual a menudo colaboro (Filosofía Hoy), sabiendo que no me la iban a publicar, no por ser de quien es, sino porque se supone que es una sección e novedades y este libro no lo es; sin embargo, quería hacerlo, quizá para llamar su atención (de la revista) y ver si podía escribirles algo con los tres volúmenes de los que se compone. Aún no tengo respuesta, intuyo que más por falta de liquidez que por falta de interés. Yo, de todos modos, ya estoy dándole vueltas, porque los libros (3) de Jaime Gonzalo me han dejado (o están dejando, pues aún tengo que acabar el tercer volumen) como a veces nos dejan ciertas obras, a un palmo del suelo, felices y frustrados, lo primero por la maravilla y lo segundo por ver que a nadie le importa lo libros sin ruido pero con furia. Jaime Gonzalo es un reconocido crítico musical, al menos reconocido en círculos roquistas, pues es el fundador, junto con Ignacio Julia, de una de las revistas de referencia, Ruta 66, baluarte de una manera de entender la música y vivirla que va más allá de modas y modos. Yo ya he manifestado en esta guarida mi admiración, tanto por Gonzalo como por Juliá, para mí referentes totales de la crítica cultural y de una manera de escribir que me fascina, y por eso no me importa escribirlo de nuevo. Es un placer leerlos siempre, y de vez en cuando me gusta procastrinar viendo videos suyos por youtube, de conferencias y presentaciones de libros, y leyendo entrevistas (uq eles hacen a ellos o que ellos hacen en números antiguos del Ruta) que siempre son jugosas y algunas casi obligatorias de memorizar. 




El lector que se interese por este libro (centrémonos en el primer volumen), se encontrará con un jugosísimo estudio acerca de los orígenes de diversos movimientos sociales, culturales y vitales surgidos en la segunda mitad del s. XX, los cuales tienden a verse englobados popularmente bajo el término “contracultura”. En este primer volumen, el más breve de los tres, Gonzalo muestra las costuras y las raíces tanto de la Generación Beat de Kerouac, Gingberg y Burroughs, como de los hipsters y el be-bop; de los Hell´s Angels y los situacionistas de Guy Debord; de los mods y los rockers, de los quinquis españoles y los blouson noirs franceses; del origen e influencia de esa serie de dramaturgos y novelistas que la prensa británica calificó con The Angry Young Men (Kingley Amis, John Wain y Harold Pinter entre otros) y de las connotaciones sociopolíticas que tuvo en la sociedad americana y europea el consumo de drogas vistas desde las primeras guerras del opio hasta los años ochenta. Al calificar este libro como atípico, quería hacer hincapié en el hecho de que tal vez uno no espera (aunque algunos sí, vista la trayectoria de la prosa y la capacidad argumental de su autor) encontrarse con un estudio tan rico, elaborado y poliédrico de un autor tan atractivamente ácrata y ajeno a la élite como Jaime Gonzalo. La visión y análisis de todas esas manifestaciones contraculturales se muestra brillante y vasta, sobrevolando en todas ellas la descarnada desmitificación. Productos del capital y de la socialdemocracia, todos esos intentos de crear un nuevo hombre, de subvertir la realidad, de desbordar la sociedad como mero objeto de consumo, muestra Gonzalo cómo se fueron tornando en frustrantes hijos de un Saturno insaciable, deus-economicus que todo lo fagocita para que la máquina siga funcionando.

“Fruto del fin del racionamiento, de la nueva economía post-bélica, y de la sustitución del vasallaje medieval por el esclavismo post-industrial enmascarado tras el estado de bienestar y consumo, el desarrollo social británico no escapa al modelo estadounidense. No ya sólo en la cultura popular, sino en la definición de un nuevo paisaje, el de las autopistas y el hábitat suburbano que en sus cunetas se origina en los años 50. Los hijos de la clase obrera pueden aspirar a usufructuarlo por dos razones: la motocicleta, popularizada por el cine y rock & roll, es un símbolo de libertad e independencia; el sistema financiero se adapta al mercado, facilitando a los jóvenes crédito a bajo interés para que puedan consumir sus fetiches”, señala al hablar del origen de mods y rockers. Anteriormente ya había apuntado: “Subyace, en el trecho final de la escaramuza adolescente pre-contracultural, el desencadenante de la fragmentación de ésta en distintas modalidades de materialismo tribalista, vinculadas por el denominador común del culto a la némesis. Mods y rockers, o rockers y mods, son el espejo de la dualidad segregada que reflejará a la cultura juvenil contemporánea, ese juego de contrapoderes, báscula no ya sólo de la democracia moderna sino de la moda también. (…) Ese antagonismo entre conservadores y progresistas, tradicionalistas y renovadores, es el mismo que desde entonces viene bipolarizando a skindeads y hippies, punks y heavies, modernos y auténticos, electrónicos y eléctricos” pág 118

Las ramificaciones de todos esos movimientos sociales en otras manifestaciones como el cine, la música, el cómic, la moda o la literatura, torna la lectura de este libro en un deleite casi liberador, holístico en su origen y primoroso en su redacción, tirando por tierra la ficticia frontera entre alta y baja cultura, entre sociología de primer y segundo orden.

Un libro (tres realmente) que no debería haber pasado desapercibido; un libro certero, clarificador, profundo, de lectura tremendamente placentera y, sobre todo, poderoso y soberbio.

En la web de Libros crudos aparece como agotado el segundo volumen, pero a poco que uno busque por la red, lo encuentra, y a un precio razonable, aunque no estaría de más una reedición. Poder Freak se antoja como el flamante resultado de un proyecto imprescindible para entender no sólo los arrabales de la historia de la cultura occidental del siglo XX, sino para comprenderla en su totalidad, encontrando a cada paso (a cada página) referentes, ideas, claves para comprender y tomar vías alternativas con las que radiografiar un mundo que se ha perdido quizá para siempre y que sin duda ninguna deberíamos recuperar...


viernes, 10 de agosto de 2012

Viajeros de las sombras. Johnny Thunder y Steve Earle

Gabriel Albiac. La muerte. Metáforas, Mitologías, Símbolos. Ed. Paidos. 1996, pág 115-116

"Ibant obscuri sola sub nocte per umbram..." Fue en una noche de hace diez años en la "Astoria" de Madrid y en un concierto iniciado con algo más de dos horas de retraso. Lo normal. Como normal, ser cacheados por sórdidos matones a la entrada y torvamente vigilados por los guardianes de la ley y el orden a la salida. un tipo, inverosímilmente demacrado, bamboleándose ante un micro en medio de un escenario. Estupefacto. Alguien le había colgado al cuello una guitarra eléctrica, como le habría podido atar un bloque de cemento antes de dejarlo al borde de un mar profundo. Un par de músicos trataban vanamente de arrebatarlo de su lejanía, esencial e irrevocable. Como un muñeco de feria en el proscenio, aguardando el definitivo pelotazo que lo dejara allí tirado para siempre. No sabía dónde estaba ni qué hacía. Era evidente. Algún automatismo milagroso le hacía bruscamente alzar la mano, golpear a ciegas las cuerdas de la guitarra, quedarse luego en silencio o barbotar incoherencias en un inglés dificilmente inteligible. Hubo un momento incluso en que, con esfuerzo tan doloroso como vano, trató de hilar una canción -tal vez alguna de las viejas cosas de The New York Dolls, no lo recuerdo-. No logró sostener la apuesta más allá de treinta segundos. Al principio, el público pensó que era una broma y trató de seguirle el vacie guapamente. A los quince minutos de balbuceo escénico, nadie hubiera sabido persistir en la ficción. Aquel tipo podía reventar de un colapso a cada instante. Un silencio de muerte se iba apoderando de la atiborrada sala. Nadie que no haya transitado ese mundo desgarrado del rock and roll podría comprender el reverente homenaje de una gente que ni siquiera reclamaba la devolución de sus entradas, que permanecía inmóvil mientras a la marioneta se le iban rompiendo, uno tras otro, todos sus hilos. Juro que no he asistido nunca a nada así. Alguien se lo llevó de delante de los focos. Hubo un vacío largo, del cual ese mismo alguien lo hizo volver luego. Sobreacelerado ahora, hablando por los codos, aporreando sin ton ni son la guitarra, discutiendo con los músicos, obviamente hartos, que lo acompañaban. Arremetía contra una canción, casi de inmediato olvidaba la letra, poco después la música, enlazaba con otra igualmente catastrófica y otra, y otra, y otra... Los cascos cristalinos del caballo sobre guitarra, cuerpo y cerebro de aquel despojo de las muñecas neoyorquinas quebraban el alma. Nadie se movió. Tal vez esperábamos verlo morir en escena por el precio de un concierto normal. Pero no murió Johnny Thunder aquella noche. Lo hizo cinco años más tarde. En París, creo, y, por supuesto, de sobredosis. ¿Quién nos librerará de la sospecha de haber pagado, en una noche de Madrid de hace diez años, por presenciar el espectáculo inconcluso de su muerte en directo...? Viajeros de las sombras.
Viajeros... Odiseo, que fue el primero. Eneas, luego. Pound y Joyce que los reescribieron y soñaron ser ellos. Rimbaud que quizá lo fue y que renunció a escribirlo. Otros... El viaje siempre es el mismo. Circular, la derrota de las naves, que da siempre con el héroe desnudo, abandonado en las arenas de una playa ignota que es siempre la antesala del infierno. "Es fácil el descenso a los infiernos..."



Ignacio Juliá. ruta 66, junio de 1997: "Steve Earle. El cowboy junkie original" (fragmento): "También los héroes muerden el polvo. Así lo afirma una regla básica en cualquier mitología. Pero no todos los héroes consiguen arrojarse al abismo, llamar a las mismísimas puertas del averno, pernoctar en su interior un par de años y regresar a casa para contarlo. Y mucho menor es el número de valientes que lo hacen con una obra como I feel Alright bajo el brazo, toda una declaración de renovada vitalidad que, en su contagiosa veracidad, nos habla de una existencia vivida a ambos lados de la vía del tren, y lo hace sin arrepentirse de los malos tragos, ni malvivir de pasadas glorias. Steve Earle es esa clase de héroe, un genuino minotauro tejano que ya no actua, sencillamente se limita a ser él mismo, a vivir la vida y extraer valiosas canciones de esa experiencia. Quizá se deba a la sinceridad confesional de su rugosa, profunda voz, a las verdades universales que imparten esos relatos poblados por insignificantes perdedores enfrentados a un inescapable destino, o a la fuerza con que rasca la guitarra, pero hay algo que huele a pura verdad en las aventuras de este forajido que ha logrado sobrevivir a su propia leyenda"

Leí el primer texto, el de Albiac, mientras devoraba la cuarta temporada de The Wire; luego, cuando ya no pude más y me dio por llorar sin consuelo cuando en el último episodio el personaje que interpreta Steve Earle abraza a un Bubbles roto en mil pedazos, resolví sumergírme en la pila de números viejos del ruta 66 hasta encontrar este artículo de Juliá, sin motivo, sin saber porqué, sin querer pensar que la visión de David Simon sobre la tragedia humana es la misma que aboceto y contra la que me dejo las uñas todos los días, intentando negarla sabiendo que eso es imposible. Después, después del después, me agarré como siempre al rock and roll, pinché Born to loose e hice una mueca alzando el puño, pero antes de que terminase de sonar sólo deseaba cantar I feel alright...


viernes, 29 de julio de 2011

Ian Hunter. Asimilar el fracaso y saber hacer un rock'n'roll después


Ya no queda verdadero rock’n’roll / Sólo el nauseabundo sonido de la avaricia
(“Apathy 83”, Ian Hunter)






“Me considero un artista del rock’n’roll. No estoy en esto por las listas de ventas, sino por algo mucho mayor que eso. Vivir una vida completa y ver que la he vivido según mis principios cuando miro atrás. Según yo lo veo, mi vida hasta la fecha ha sido un éxito total. He tenido que luchar mucho para que sea así. Todo lo que quise hacer, lo hice. No voy a estarme sentado diez años escribiendo las mismas canciones y tocando en la misma banda. No lo haré. Esa no es mi idea del éxito. Los norteamericanos tienen problemas con los individuos como yo, porque piensan en términos de éxito aparente y no de éxito real. Se les educa para que crean que el éxito significa tener mucho dinero y una gran casa con todas las comodidades. Esto es para ellos el éxito, y ni siquiera piensan en ellos mismos, se dejan arrastrar como un rebaño de ovejas. A menudo, cuando terminan en la gran casa llena de cosas, se dan cuenta de que no hay nada allí. No se puede escapar de uno mismo.” Ian Hunter. 1994


"Hunter es hijo de un policía y una señorita de ascendencia victoriana venida a menos. Sus máximas aspiraciones cuando crío eran trabajar en la construcción o dedicarse a las chapuzas fuera de la ley, cosa esta última que parece practicó algún tiempo. La sola idea de ser músico estaba prohibida en su casa; el joven Ian, nacido el 3 de junio de 1946, guardaba su primera guitarra en el cobertizo del jardín, donde se escondía a practicar hasta que los dedos le sangraban.”Ignacio Juliá, Pulp-Rock, Ed. Milenio, pág 125.

“Siempre he escrito sobre lo mismo en mis canciones, sobre lo que supone trascender los orígenes y descubrirse a uno mismo, desear el triunfo, o la mera supervivencia, cueste lo que cueste, sobre saber asimilar el fracaso y transformarlo en parte de tu carácter, viviendo tu propia diferencia a fondo, como una identidad que te aliena de la convención social” Ian Hunter, 2004.


“¿Que de qué va “Irene Wilde”? Pues de cómo un chaval de 16 años encuentra a la chica de sus sueños en la estación de autobuses de Baker Street, en Shrewsbury, Inglaterra. Una muchacha de belleza radiante, a la que uno imagina de rasgos evanescentes, pálida piel, mirada brillante, con la que intentará en vano congraciarse. El rechazo es claro, “sólo eres otra cara en la multitud”, empujará al joven a encerrarse en el cobertizo del jardín para componer tonada tras tonada con una única imagen como fuente de inspiración, ella, y una única meta; llegar algún día a ser alguien… En los últimos versos concluye el protagonista que aquella temprana decepción amorosa, tuvo su lado positivo. Le empujó a huir hacia delante, a ver mundo e, inmerso en éste, a vivir triunfos y fracasos siguiendo los altibajos de una vida hasta cierto punto privilegiada. Si ella no le hubiera ignorado, se pregunta Hunter, tal vez aún estaría en aquella estación de autobuses, en aquella pequeña población de provincias, en aquella vida gris y sin alicientes. Como tantos otros chicos de su entorno, se hubiera contentado con ser un eslabón de la cadena, no la cadena misma. Y jamás hubiera llegado a se la estrella de rock que conocimos, el vocalista y líder de Mott the Hoople, una de las más carismáticas bandas británicas de los 70 y, en opinión personal, la que mejor supo asimilar en sus propios fluidos creativos –sospecho que más por instinto que por perspicacia- la exuberancia del rock’n’roll como catalizador de emociones desbordadas y la sugerente épica del fracaso como redentor, oscuro reverso del éxito.” Ignacio Juliá, Pulp-Rock, Ed. Milenio, pág 126.




“Soy la única cosa que conozco con certeza de este planeta”, respondió como un Renato Descartes con gafas de sol y lírica rockera cuando le comentaron que Guy Stevens (manager de Mott The Hoople) había dicho de él que su principal defecto era que se tomaba demasiado en serio a sí mismo. “No conozco a nadie más; quienes me rodean están de paso. Estoy en mi piel como tú estás en la tuya. Tengo un saludable respeto por mí mismo. Hay quien dirá que es ego o egoísmo. Y probablemente sea cierto. Para mí todo es serio, y por ello me rodeo de gente que no lo es, como Mick Jonson, para que eviten que me sobrepase. Me refiero a que la mayor parte del material que he escrito surge de la negatividad. Sigo regresando a cuando era un crío, cuando trabajaba y todo eso. Tuve mucha suerte, era el colgado de mi pueblo. Soy ese puto don nadie que tuvo suerte. Y en el fondo sigo siendo el mismo.”

"Buffin perdió a su hijo, como los sueños / y Mick perdió su guitarra / y Verden aprendió una o dos líneas / y Overend es sólo una estrella de rock and roll / Detrás de estas sombras se desvanecen las visiones / a medida que aprendemos una cosa o dos / Ah, pero si yo tuviera mi oportunidad otra vez / Vosotros sabéis lo que yo haría..." "Ballad of Mott the Hoople"


Si tuviera que mojarme y hacer la lista de los 7 imprescindibles de Ian Hunter y de Mott the Hoople, tal vez diría esto: De Mott the Hoople: “Mott”, “All the young dudes”, "The Hoople" y “Mad Shadows”; firmados en solitario: “All American Alien Boy”, “You’re never alone with an Schizophrenic” y “Ian Hunter”. El imprescindible directo “Welcome to the Club”, el precioso testamento de Ronson con Hunter, “YUI Orta”, y “Live in the BBC” no se me olvidan…

Sí, es un largo camino el del rock’n’roll / Tu nombre está en boca de todos, pero tu corazón tiene frío / y tienes que conservarte joven, tío, no puedes envejecer” “All the way from Memphis”

¿Alguien sabe qué cosa es exactamente una estrella del rock?

lunes, 10 de enero de 2011

De revistas de música, regalos, periodistas y fin de fiestas


A los libreros no sólo nos gusta leer en la cama, también nos gusta que nos regalen libros o cochecitos de juguete

El día de reyes bajo el árbol había una bolsa llena de libros, todos eran para mí. La bolsa la había puesto yo. No estaban envueltos, ni me importaba ni me apetecía envolver veinte libros, uno por uno, aunque ahora que lo pienso hubiera estado divertido romper el papel rojo que los hubiera ocultado y descubrir cada uno de los libros, pero como dice mi amigo Ramón, el español siempre piensa bien, pero tarde. Al salir la noche anterior hacia casa, cerré cinco minutos antes y como un bastardo lacayo de rey mago que nadie quiere y con saca de esparto robada de un cuento de Dickens donde niños pobres las pasan putas y reputas, fui escogiendo libros, sobre todo esos que pedí para dar caché a la Pecera en tan insignes fechas y que salvo excepciones heroicas nadie compró (Eduardo me dejó sin mis libros de Alejandro Zambra, pero eso es subsanable, de hecho los acabo de recibir de nuevo) y que llegado el día 5 de enero todavía seguían ocultos por las estanterías y la mesa de novedades. No diré los que eran, pero más por pereza que por otra cosa.
Hoy escribo, en mi primera mañana a solas desde hace tres, cuatro o cinco semanas, sentado en la cocina, café en mano y con la Keef Hartley Band (Halfbreed) sonando con garbo. El gato me mira, evidentemente, una vez escrito esto, recuerdo que el gato de Gloria Fuertes maullaba todo el rato, y que algo pasaba con una araña; le hago la rima al gato, que me mira y se da la vuelta con desprecio antes de que acabe el verso.
Los libreros, los que tienen un blog y son libreros, no escriben durante estas fechas, como cualquier otro tendero estiloso o grasiento, o quizá un tanto mod o seguramente de mercadillo, pues pasan los días y en lo último que piensan es en sentarse a escribir cualquier cosa. Da vergüenza decir que el librero se cansa o se puede cansar, no son ladrillos lo que levanta, aunque algún que otro libro lo parezca, pero durante al menos quince días todo se resume en hacer paquetes con papel de regalo (nadie le dice al frutero "me envuelves los diez tomates por separado, y si es el papel distinto para distinguirlos, mejor", pero al librero sí, aunque haya cola en la tienda y uno agache la cabeza como un caballo con ojeras y se sienta extrañamente chaplinesco y mecanicamente alienado); envolver, comer y dormir; si tienes suerte y tienes  pareja, igual la ves de reojo un minuto antes de dormirte en el sofá algún que otro día, y si eres más suertudo aún y tienes una afición sana (médica y kantianamente impuesta) pues sacas un ratito para ella, que en mi caso es nadar. He descubierto que no nado más porque llega un momento en que me aburro, pierdo la cuenta de los largos y mi cabeza se pone a divagar, pensando tantos disparates que termino parando para dejar de escucharme (oirse respirar bajo el agua tiene algo hipnótico, desde luego, pero a veces agobia si tienes tendencia a darle demasiadas vueltas a las cosas), pero aún así, en navidad, un librero es alguien un poco más mimético de lo habitual, que va y viene a la librería con sueño acumulado y sonrisa de buena persona (que lo sea o no ya es otro cantar), y nada más. Así que como hace años que nadie me regala libros, me los regalé yo el día de reyes. Nadie me regala libros por motivos evidentes, aunque lo echo de menos, una librería no es una huerta, los libros no me nacen de debajo del culo (y mucho menos si pretendo escribirlos yo, pero ese es otro cantar), así que me di un homenaje. 20 libros para casa. Los tengo aquí delante, haciendo minaretes ante la ventana; a pesar de todo el libro me sigue pareciendo un objeto precioso. Pero no empezaré ninguno, al menos no esta semana que entra. Esta semana, como todas la primeras semanas de cada mes desde hace veinte años, solamente leeré prensa musical. Es raro que nunca haya dicho nada al respecto. Acabo de volver de comprar el Ruta 66.

He esperado a que pasará la navidad para comprarla. Compro tres revistas, Popular 1, This is rock y Ruta 66. La primera por una mezcla de inercia y esperanza; inercia porque llevo, eso, 20 años comprándola, mes a mes, y es un hábito del que no me quiero desprender, aunque flojeé a veces y haya meses que solamente lea la sección de correo y el apéndice y alguna que otra entrevista (vale, sí, me la leo enterita....). This is rock la compro por algún que otro artículo de algún disco o banda clásica, poco más me atrae de esa publicación (las reseñas de discos son de chichinabo), pero eso sí, cuando clavan un artículo de esos, aciertan de lleno. Ruta 66 la compro con solaz, nerviosismo, ganas y necesidad; hoy por hoy esta revista está a años luz del resto, y más desde que cambiaron de imagen y ampliaron miras. Jaime Gonzalo e Ingacio Juliá merecen un monumento. Desde que comencé a hacerme con ella esporádicamente (recuerdo que vivo en un sitio llamado Manzanares, si ya es de aúpa para encontrar según qué cosas, hace 20 años ni te cuento) me llamó la atención algo que hoy por hoy sigo manteniendo y esgrimiendo como motivo para seguir comprándola cuando algún amigo me pregunta sorprendido por qué compro esta revista,  y es que está escrita de putísima madre. Lo de Ignacio Juliá es digno de admiración, en serio, creo que no hay en este país un periodista (no sólo musical) que escriba como él, conciso, imaginativo, con recursos, certero, sorprendente, con mil referencias y con oficio como para dar sopas con onda a cualquier plumilla. Jaime Gonzalo también, pero de otro modo, tal vez por ese tono sombrío que esgrime en los últimos años, como de vuelta de todo, quizá resentido o perro viejo, pero supongo que son cosas mías (el rescate del artículo de Gram Parson del número del 25 aniversario es para enmarcar). Si el rock es algo, si significa algo más allá de la música, si es algo que se puede entender como forma de vida, o de verla y encararla, está entre las líneas de esa revista. Suena exagerado, lo sé, pero lo siento así. La editoriales de Juliá son bestiales; siempre lo han sido, pero desde que tomaron la decisión de delegar dentro de la revista, se les ve (a Juliá y a Gonzalo) más sueltos, más mordaces, más tranquilos; y siempre han cuidado mucho a sus colaboradores, quiero decir, que no escribe cualquiera, o al menos eso se desprende de la lectura de la revista; te pueden gustar más o menos ciertos periodistas, pero siempre da gusto leer la revista enterita; yo me he tragado artículos de cosas que ni me interesaban sólo por curiosidad (recuerdo un artículo sobre coches Hot Rods que al acabar me dió ganas de tunear a mi perdigón). De vez en cuando te sorprenden gratamente (aún...) soltándote un artículo soberbio sobre situacionismo y Guy Debord, o sobre cine de romanos o  bélico, y cuando hacen algún artículo ne profundidad sobre algún grupo, puedes estar seguro de que será serio y completo (hace un par de números, el artículo sobre Captain Beefheart y el Trout Mask Replica casi me salta las lagrimas) y me he lanzado a la caza de discos o libros por lo que he leído allí. Si mi cultura musical vale de algo o es algo, es gracias en gran medida a estas publicaciones.

Ignacio Juliá, un grande
Compro las tres que he dicho, pero se nota cuál es mi predilecta (lamento que en el Ruta no salgan Y&T o Dio, pero para eso tengo el Popu, será por recursos...), no siempre fue así (muchos años fui un popuhead de cuidado, pero algo me pasó con la entrada del siglo XXI) pero con los años se ha ganado mi corazoncito. ¿El número de enero del Ruta, el que me acabo de comprar? Fabuloso. Reportaje de Pink Floyd (época del muro), informe sobre psicodelia 2011, reportaje sobre el arte del cartel Rock, entrevista a Tony Visconti, a Lapido, a Posies, a Willie Nile, una entrevista también a la editorial La Felguera, reportaje sobre el ABC del blues, sección de cine y libros, críticas de discos (críticas de verdad)...  En qué otra revista puedes leer una pregunta como (atención) "¿No es la contracultura una mistificación como ocurre con la cultura oficial a la que pretende contrarrestar?, ¿no sirve para los mismos propositos megalómanos y de promoción personal de unos disientes que si lo son, en su mayoría, es porque no pueden ocupar un puesto en la cultura oficial?, ¿no somos todos los que atendemos a la contracultura, aún a nuestro pesar, unos cómplices de esa cultura que ha hecho de la contracultura una némesis en la que reafirmarse?" Ala, cométela sentado.... (ya dije antes que veo a Jaime Gonzalo un poco de vuelta)  ¿Vas a leer alguna pregunta así disparada por un periodista en el Babelia o en el Rock de Luxe? Ya...

Para alguien cuya postura favorita para leer es tumbado con las piernas en alto o en la bañera, seguir comprando libros (y revistas) es algo casi vital; claro que leo blogs, y páginas de música,  pero soy un hipster y el ordenador no me llama para leer mucho rato, y llega primeros de mes y necesito mi ración de prensa musical seria (y a veces sin el adjetivo musical). Son muchos años así, y siempre es igual, esté leyendo lo que esté leyendo, lo aparco y hasta que no devoro esas revistas no retomo la lectura de nuevo. Cuando las cosas se ponen cuesta arriba siempre pienso lo mismo, me imagino a Phil Lynott y a Henry Miller a mi lado y me repito a mí mismo el subtítulo del Ruta a modo de cutremantra, "son tiempos de rock&roll" y tiro para adelante, siempre adelante. Feliz, y literariamente rockero o rockeramente literario, lo que prefieran ustedes, 2011.

 


Deséale feliz 2011 a Lou


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