viernes, 29 de marzo de 2013

"Jethro Tull y el faro de Aqualung", un libro de Vicente Álvarez

Un tal Jethro...

Dentro del más que caótico ritmo de lecturas que llevo, me encuentro con que no sé si he acabado uno de los libros en los que ando metido. ¿No lo sé? No, no lo sé. Y tampoco me hace falta saberlo, pues de todos es bien conocido que hay libros que no se leen únicamente de principio a fin, algo que ya dejó claro "Rayuela", y que a mí me pasa con determinados libros, sobre todo con los libros biográficos de grupos musicales.

Hay determinados libros biográficos que por su estructura se pueden leer y leer sin acabarlos nunca, quizá por su carácter enciclopédico, recorren años, álbumes, actuaciones y formaciones, pudiendo volver a releer sobre todo si a la vez a uno le da por escuchar el disco o los discos que en concreto te apetezcan en ese momento. Si el libro en cuestión es malo, pues con ir a lo que te interesa tienes bastante; si el libro es bueno puedes disfrutar y recrearte en aquello que hayas pasado por alto o que no sepas; y si el libro es excelente (como el que nos ocupa) entonces te puede pasar que no lo acabes nunca, que lo leas del derecho y del revés, boca arriba y boca abajo, a ratos y a deshoras y, sobre todo, que te haga amar más al grupo del que habla. Obviando el siempre pertinaz e ineludible "pero" (siempre hay uno), "Jethro Tull y el faro de Aqualung" es un libro excelente. El "pero" es el de siempre... que uno quiere más, quiere saber más, pues incluso aunque te transcribieran las conversaciones grabadas en el local de ensayo, tú querrías más...Da igual que caiga en tus manos la mejor biografía de Glenn Gould, de Modigliani o de Bernarda de Utrera, tú, como melómano impenitente, siempre querrás saber más... Incluso a "El martillo de los dioses" crees que no le vendrían mal un par de decenas más de páginas, pero es que aunque un día llamase Jimmy Page a tu puerta y se sentase contigo en la terraza, copa de balón en mano, y se pasase la tarde contándote batallas, a la hora de irse, querrías más... El problema es que tú no eres Page, ni podrás serlo... Tampoco es que lo quieras ser, no es eso, el problema es que has acabado convertido en una peligrosa mezcla entre una portera de bloque insaciablemente cotilla y un filósofo atormentado por entender y comprender qué puede ser eso del genio y el hecho artístico, y, claro, así pasa, que por mucho que disfrutes, siempre te quedarás con sed. 

Consejo que siempre sigo, este año, el libro...
 Luego también está el efecto rebote, pues llega un día en el que te das cuenta que realmente tampoco necesitas mil libros sobre Dylan, y que te importa una mierda que la nueva reedición remastrizada con sonido dolby su puta madre con libreto de 30 páginas y tomas inéditas, tomas alternativas y maquetas a medio cocinar del disco "fulano´s fingers" nunca sonará como tu viejo vinilo cochambroso cuando lo pones a volumen once... ¿Qué cojones quiero decir con todo esto? No tengo ni puta idea, pero supongo que llevar desde navidad navegando en un mar de flautas gracias al libro "Jethro Tull y el faro de Aqualung", de Vicente Álvarez, tiene mucho que ver. Seguramente me cuesta empezar a escribir sobre Jethro Tull de manera coherente, sobre todo después de haberlo intentado dos veces antes (Aqualung en el caimán). Esta tarde, bajo la pila de libros que cubren mi mesa, he vuelto a reparar en él y lo he cogido, abriéndolo al azar y disfrutando leyendo, releyendo y pinchando a la vez los discos correspondientes de Jethro Tull. Me gusta mucho el libro de Vicente Álvarez, primero porque está escrito con pasión, que es lo mínimo que le pido a un libro biográfico, segundo porque está muy bien escrito, tercero porque me gusta la mezcla de respeto, profundidad y familiaridad que desprende, y cuarto porque está lleno de aciertos a la hora de acercarse a una obra tan poliédrica, lírica y musicalmente, como la del grupo del genio Ian Anderson, haciendo que tus ganas de escuchar la música de los Jethro se renueven completamente, y creo que eso es lo mejor que le puede pasar a un libro sobre un grupo, que sin que puedas dejar de leer, desees pinchar todos y cada uno de los discos de esa banda que resulta que llevas escuchando casi toda tu vida. Y luego están las lagunas, claro; porque cuando uno tiene alma de diletante, va alcanzando una edad y tiene una historia, es normal que no hayas seguido con la misma intensidad ni el mismo entusiasmo a ese grupo, y leyendo el libro de Vicente Álvarez, descubres, por ejemplo, que los discos en solitario del señor Anderson tienen su aquel (su mucho aquel), y también descubres cosas de las canciones que tanto te gustan y tantas veces has escuchado, porque ese es uno de sus grandes aciertos, que Álvarez se centra siempre que puede en la parte lírica del viejo Aqualung, resaltando versos y desvelando sentidos.

Únicos e irrepetibles...
Otro de esos aciertos ha sido que ha dividido toda la historia de Jethro Tull en grupos de tres discos, estando cada capítulo dedicado a cada trilogía con entidad propia dentro de toda la evolución histórica de una banda tan longeva y especial. Porque Jethro Tull siempre ha sido un grupo especial, mostrándose con una personalidad propia y arrolladora ya desde su orígenes, que durante casi toda la década de los setenta rozó la perfección compositiva e interpretativa, que durante los ochenta, aunque Anderson perdiera cierta chispa compositiva, siguió siendo un intérprete mayúsculo que supo reinventarse a tiempo, que durante los noventa se asentó en el grupo de los notables con discos que si bien no eran para perder la cabeza, sí eran disfrutables y contenían siempre alguna joya sobresaliente, y que ya en el nuevo siglo han cultivado con acierto el sutil arte de la reinterpretación del arte propio y la búsqueda de nuevos caminos musicales. Ser fan de Ian Anderson es, hoy por hoy, un deleite. Es una pena que por edad y por problemas de ubicación geográfico espaciales, me fuese imposible verles en directo en su época gloriosa (del 69 al 79, y eso está fuera de toda discusión), pero es tal la cantidad de grabaciones audiovisuales que hay disponibles en este momento sobre cualquiera de la facetas y reencarnaciones de Ian Anderson y su grupo, que el disfrute es continuo. Vídeos de actuaciones míticas, reediciones cuidadas, fotografías, bootlegs, blogs, entrevistas, clubs de fans (algún día me haré tulliano de carnet, lo juro)... Y además, el libro de Vicente Álvarez, que es una maravilla (también hay que aplaudir a la editorial, pues los libros de la editorial Quarentena han dado un salto cualitativo enorme en cuanto a diseño, presentación y acabado, que en su día me leí el de Black Sabbath y tela...), con el aliciente de poder "complementar" su lectura con todo ese material disponible a golpe de ratón. Podría desmenuzar (o al menos intentarlo) el libro (geniales los capítulos dedicados a "Thick as a brick" y a "A passion play", por no hablar de la disolución de la formación mágica en 1980 (quién pudiera hablar largo y tendido con John Evan) y de la deriva en los ochenta...), pero buscando información para escribir esto, he topado con sitios donde lo hacen mejor (http://www.aqualung-mygod.blogspot.com.es/2013/03/jethro-tull-new-booksnuevos-libros.html ), y yo encuentro que tengo poco más que decir salvo los cuatro parabienes que he soltado entre tanto caos. Además, corro el riesgo de acabar haciendo una apología de Ian Anderson en toda regla, como intérprete único y como compositor más único aún, y no son horas... De Vicente Álvarez, remitir a su página web. El libro de Aqualung es lo único que de momento he leído de él, aunque como exlibrero sí que reconozco que por mis manos han pasado libros suyos y que ahora lamento no haber abierto.Si eres fan de Jethro Tull y no tienes este libro, ya estás tardando, y si no lo eres y crees que deberías darle una oportunidad, este libro es la mejor guía...

Que Jeffrey Hammond me perdone, pero esta fue su mejor formación...
El club de fans de habla hispana: http://www.tullianos.com/index.php
EL blog tulliano más adictivo: http://www.aqualung-mygod.blogspot.com.es/



lunes, 25 de marzo de 2013

Nikochan sobre "La Muñeca Rusa"

 Niko, desde su isla, escribe este amabilísimo comentario acerca de "La muñeca rusa".  La verdad es que la falta de ideas, la ausencia de ganas y la inexistencia de tiempo, se me tambalean ante cosas así, y la excusa de la "astenia primaveral" es menos excusa...
Lo dicho, un señor y, gracias a Milos y a Jeff, un amigo...

http://www.nikochanisland.com/2013/03/la-muneca-rusa-de-juan-miguel-contreras.html



La furgo de Milos, donde quiera que esté, de vuelta hacia ningún lado
Hope...

viernes, 15 de marzo de 2013

"El fin de la aventura" no tiene principio. Quiero leer a Graham Greene y no me dejan



Y hasta ahí puedo leer.... en serio.... Esa fotografía responde al fragmento que puedo leer de un libro que deseo leer. Tengo "El fin de la aventura" de Graham Greene, aquí, a mi lado, en la mesa... desde hace más de un mes... Intento sumergirme en otra de mis fases Greene, pero no puedo... y la cosa está empezando a tener un cariz sospechoso... Me encanta Greene... Ayer vi "El agente confidencial", película que nunca se estrenó en España, filmada en 1945, la segunda película de Lauren Bacall, con Charles Boyer. Me gustó, mucho, de hecho releí páginas del libro, viendo las frases que subrayé allá por el año 2000, cuando tuve mi primera fiebre Greene (releí sobre todo con gran asombro y placer el prólogo del propio Graham, el cual no me importaría copiar aquí si tengo tiempo). Pero, como digo, llevo más de un mes intentado leer "El fin de la aventura", libro que cayó gracias a mis incursiones en plan comando suicida en Iberlibro, escaramuzas en las que intento cobrarme alguna que otra pieza, olvidándome de lo que "debería" leer, esas novedades esclavas, y sublimando mi enajenación atemporal por autores como Lawrence Block o Julian Semionov. Pero algo pasa con ese libro. Lo abro, comienzo a leer y, al llegar a "si no fuera el odio una palabra demasiado vasta para usarla en relación a un ser humano..." algo pasa y no puedo seguir. No exagero. cincuenta veces lo he intentado. Ya me río, incluso leo despacio, saboreando cada palabra y espero que suceda lo que tenga a bien suceder. Llego a esa frase y: o suena el teléfono, o el niño se despierta, o suena el timbre, o se va la luz, o una corriente de aire abre de golpe una ventana, o el nene se caga, o yo me cago, o el gato salta sobre mi regazo o se rompe la silla... Tengo el libro entre las manos y digo "lo voy a leer" y espero, miro alrededor, compruebo el aire, la luz, la hora, la estabilidad de mi asiento, espero, acaricio el libro, decido abrirlo, espero, un poco, venga, lo abro... comienzo y... bang... En serio... Incluso lo he intentado poniéndome la casete de la banda sonora de la película que hicieron de la misma... pero nada... ¿Qué coño me pasa con este libro? Estoy empezando a pensar que es una cuestión de vida o muerte leerlo. ¿Pasará algo cuando pase de página? Lo de elegir un papa argentino no es culpa mía ni de Graham, antes de ayer comenzé el libro y pasó lo mismo, sonó el teléfono... Podría saltarme ese párrafo, esa primera frase absolutamente genial, pero ni quiero ni puedo, las cosas no son así, y si los hados son chulos, yo también (para lo que hemos quedado...). Sí, ahora estoy escribiendo esto y podía estar leyendo, nadie me molesta, el nene duerme y la comida está hecha, es un tiempo perdido que podría permitirme pasar esa zanja maldita que no puedo pasar, pero sé que si abro el libro algo pasará. Pavel se despertará, el cartero vendrá con un aviso, alguien me llamará... Lo sé... ¿No? Venga, voy a probar...

Cabrones...
Así es... se acabó la siesta del bebé... De hoy no pasa, me leo este libro así se acabe el mundo por mi culpa...


miércoles, 6 de marzo de 2013

Los guardianes del puente de la muerte



La lectura de uno de los últimos post (últimos cuando escribo esto) de Juan Malherido ha terminado por animarme a dar el paso y plasmar ciertos pensamientos que llevaba tiempo rondando sin llegar a nada concreto; muy en plan Jimmy Rabbitte en la grandiosa película (cuanto más pasa el tiempo más grandísima me parece) The Commitments, normalmente cojo la alcachofa de la ducha y desbarro que ni en una entrevista de "A fondo" con Joaquín Soler Serrano, vamos. Supongo que esos soliloquios semiesquizofrénicos son unos de los pocos placeres en los que cualquier escritorzuelo de tres al cuarto puede darse el gustazo de tener. Y si sumamos al post de Malherido y al onanismo letraherido de uno, una buena dosis de nerviosismo por la llamada del editor que nunca llega y la propuesta de legalizar "La Internazional Samizdat" en plan cooperativa (pero otorgándole el estatus de editorial como los dioses mandan) que me han hecho unos amigos, pues tenemos como resultado un potaje teórico sobre eso que pueda ser "editar libros" que ahora, y sólo ahora, me apetece soltar sabiendo que lo que yo pueda pensar no le interesa absolutamente a nadie.

El mundo editorial en el capitalismo es algo demencial.

No pretendo hacer un reduccionismo rayano en lo paródico, más bien al contrario, pero no separan muchas cosas a alguien que escribe (que escribe narrativa, además) de alguien que tiene un huerto o de alguien que hace sillas. Las lechugas o las sillas que hace (que uno cultiva o fabrica) pueden ser mejores o peores, su huerto o su taller puede ser mayor o más pequeño, pero esa mercancía (en el capitalismo todo es mercancía, o al menos eso quieren hacernos creer), y hablo de mercancía como algo manufacturado (el famoso manuscrito), es comprada por alguien; ese alguien puede ser un particular o un editor. Respecto al particular no hay problema, se entiende facilmente. Respecto al editor también es sencillo, alguien que pone a disposición de un círculo de gente infinitamente mayor que el que pueda llegar el autor, el libro de éste. Es decir, reparte la mercancía por los puntos de venta, y los hay desde tiendas locales a franquicias nacionales (nos quedaremos ahí). Que hayan aparecido en la disertación "los puntos de venta" (las librerías), no significa que me vaya a explayar en ellos, los post de este blog hasta marzo del 2011 dan fe de mi pasado librero y no diré más. Sin embargo lo que me interesan son los editores, que aquí trataremos como una misma cosa en conjunción con las distribuidoras, es decir, entenderé distribuidor y editor como uno sólo (las editoriales grandes de verdad son distribuidoras de sus productos, las editoriales pequeñas se buscan quién les lleve sus libros a las librerías, por lo que para lo que nos interesa pueden ser tratadas como una misma cosa). 

¿Estoy queriendo decir que las editoriales son meramente distribuidores de productos, mayoristas en cuanto a su voluntad de llegar a la gente y más o menos minoristas en sus posibilidades de poder hacerlo? Si. Lo que diferencia a Enrique Redel (Impedimenta) y a Pepo Paz (Bartleby) de Jorge Herralde o José Manuel Lara es su potencia como distribuidor real; vamos, que unos son una pequeña almazara y los otros son el jodido Mercadona. Claro, que la diferencia entre el que hace sillas y el que escribe es que en un caso el distribuidor se encarga simplemente de llevar las sillas (no se encarga de la manufactura para nada) y en el otro, antes de distribuir, se ocupa del proceso de manufacturación, llamándose "editor". Por eso digo que en el sistema capitalista el mercado del libro es demencial, pues aquí el libro se convierte en objeto, en una cosa, en algo que se vende, y es el editor el que hace tal cosa, lo cual provoca que sólo se entienda por literatura lo que el editor dice que ha de serlo, puesto que él es el que hace el objeto.

Mercadona le dice al agricultor que el tomate que no es redondo, de determinado color rojo y de determinado tamaño NO es realmente un tomate, es decir, ni lo distribuye ni lo vende porque está fuera de determinadas categorías estéticas que él mismo (y los de su gremio) dicta. Mercadona dice qué es un tomate, el editor dice qué es un libro. Del mismo modo que hay agricultores que venden sus tomates por su cuenta, o su aceite por su cuenta, o sus sillas por su cuenta, hay escritores que venden sus libros por su cuenta (con el hándicap de tener no sólo que escribir un libro sino que fabricar también el objeto). Del mismo modo que hay tenderos de barrio, hay editoriales localistas. Y del mismo modo que hay grandes superficies, hay grandes editoriales (con el añadido de que en este caso las grandes editoriales venden su mercancía tanto en grandes superficies como en las tiendas de barrio junto a los lápices, las gomas de borrar del cole, la fotocopiadora y los libros del paisano de turno que ha publicado su libro en la diputación de turno). En el medio es donde existe alguna diferencia, pues en el medio hay pequeñas fábricas, o fábricas familiares, que lo mismo llevan su mercancía al tendero que a la gran superficie (cómo lo hacen es el asunto importante, pues no siempre lo logran, considerando esa ausencia como una derrota, claro, queremos vender, y queremos vender mucho). ¿Está más bueno el tomate redondo y rojo del Mercadona o el tomate que, por ejemplo, me trae mi suegra y que le compra a un amigo que tiene un huerto y que parecen algunos caras de muñecas peponas de lo deformes que son? Saben diferente, eso sí. Y antes de estirar la analogía hasta la ridiculez, diré que realmente a mí me gustan los que compro en el frutero de la vuelta de casa que me dice, si le pregunto, de dónde los trae; creo que son mejores que los del Mercadona y no tienen tierra ni son tan verdes como a veces lo son los que me trae mi suegra del huerto del vecino (aunque hace poco nos trajo dos kilos que estaban para morirse de buenos).

Esto no es un intento de rebajar a los editores ni frivolizar con su labor, es simplemente un intento de comprender la labor del que escribe (para poder hacerlo) y comprender la labor del que edita (para ver cómo puede ser "La Internazional Samizdat" una editorial de verdad). Realmente el editor se ha convertido en un distribuidor de objetos, objetos que él mismo llama literatura y que pone en las librerías, pues sólo con esfuerzo, tesón y años de evolución de su labor (entendida industrialmente) se ha subrogado la potestad de llamar literatura a lo que hacen los autores cuyos escritos él mismo manufactura, consiguiendo con ello, además, despojar de todo derecho a los autores, o si no del todo, sí reduciendo su derecho al miserable y famoso 10% por derechos de autor. Saca más el librero que el autor, saca más el distribuidor que el autor, saca más el editor que el autor. ¿Que el librero tiene gastos que cubrir? ¿Que el distribuidor tiene gastos que cubrir? ¿Que el editor tiene gastos que cubrir (es lo que tiene fabricar un objeto)? Vale, pero eso no justifica el miserable 10 %. Durante muchísimos años, en este país, se ha alimentado la burbuja literaria (es decir, se ha intentado contentar a ciertos autores y se han "enriquecido" pequeños editores) con premios, en su mayoría públicos, con los que el editor ha mantenido la boca cerrada a los autores (por lo general más interesados en escribir que en saber cuánto sacan por sus libros) y de paso se ha ahorrado un buen dinero puesto que en el premio va incluido casi siempre eso de "hacer" el libro, no teniendo que poner (mucho) dinero de su propio bolsillo. Todos conocemos la cantidad de premios provinciales, comarcales, locales incluso (los nacionales juegan en otra liga, siendo curiosamente más limpios en ese sentido cuanto más grandes son: Anagrama se juega SU dinero con el premio Herralde, Lara se juega SU dinero con el Planeta; Borrás y chus Visor con los que publican y ayudan a dar, NO). Por no hablar de la norma no escrita de la compra obligada por las bibliotecas públicas de las comunidades de turno de lotes casi completos de tiradas de editoriales comarcales de turno (aunque en este sentido, esto incluso es lógico, loable y necesario para la supervivencia de ciertas editoriales y la edición de ciertos libros, pero olvidan de nuevo al autor, pues el autor no ve un duro más por una venta segura y exenta de riesgos). Es cierto que estoy simplificando mucho, hacer un libro cuesta dinero, y el editor normalmente se la juega, pero un escritor no se alimenta únicamente de ego, y con un 10 % (eso si el editor no te pide dinero directamente, escudándose en la coedición para sacarle unos cuantos cuartos al autor) y cuatro (con suerte) presentaciones no basta si queremos entender escribir como un oficio digno, pero al capital siempre le ha costado entender el arte como algo más que mercancía, y como al que escribe y no es un autor reconocido (se es reconocido de verdad cuando los que habitualmente no leen también les suena tu nombre) se le tiende a ver como a una especie de narcisista patológico pues al menos que pague porque se le lea (o se publique su libro). Desde este punto de vista es entendible lo que hacen algunos autores, agrupándose en denominaciones más o menos afortunadas (Nocilla, por ejemplo) y ayudándose entre colegas, colocándose los unos a los otros en universidades, periódicos, dando talleres o haciendo lo que sea en las delegaciones del Instituto Cervantes, cuando no directamente se dan premios unos a otros. Ahora bien, que sea entendible no significa que sea ético, pues esa degeneración capitalista-darwinista aunque es lo que promueve, no es natural, entendido esto como "lo que ha de ser"). Que Luna Miguel se convierta en producto a sí misma y se convierta en valedora irredenta de lo que escribe su marido y sus afines, que Acantilado haga lo indecible por hacer pasar un gato como "Fin" como una liebre sabrosona, que haya premios dotados de dinero público amañados, que haya premios amañados, que García Montero vaya de progresista mientras da premios a sus amigos, que se editen entre amigos, que para que lean tu manuscrito tengas que hacer malabares con tus propias pelotas y rozar el patetismo vendiéndote a tí mismo, o que la crítica (en periódicos de tirada nacional) esté, si no comprada, sí tenga un tufo rancio y gris... Todo eso es entendible, pero no significa que no sea asqueroso, realmente asqueroso, es decir, vomitiva y moralmente asqueroso.

Decía al principio que el mercado editorial en el capitalismo es demencial y he terminando diciendo además que es asqueroso. Con eso no estoy insinuando que la literatura en los regímenes comunistas (o que se demoninaron comunistas) fuese mejor; era, sencillamente, diferente; pero más allá de las vicisitudes concretas para publicar en los países de la Europa del este (y con las Samizdat mediante), el hecho de quién fuese escritor no venía dictado por una industria, era algo que se hacía y que no planteaba tantos debates (multiplicados en el mundo neocapitalista con la llegada de lo digital y la posibilidad de editarte y vender digitalmente como si fuese uno Pérez Reverte hasta lo ridículo, pues todas esas críticas y peros ante la autoedición y todas esas defensas del papel sólo son sino disertaciones sobre el negocio y el cortijo, esto es, una industria cultural particular). Independientemente de que te dejaran o no vivir de ello, en occidente, la clandestinidad literaria al este del telón de acero y su persecución política era vista como una forma de disidencia, y como tal era aplaudida y alabada (en el 99% de los casos con razón), pero uno escribía y punto (y se jugaba la vida en ello, que es mucho más determinante y lo importante de todo esto). Tanto en un caso como en otro, y una vez caído el Muro y malvendidos los ideales, lo importante es escribir, escribir, escribir, escribir y escribir, y después de escribir, revisar, revisar, revisar, y después, reescribir, reescribir, reescribir, y después volver a revisar, y después (si uno quiere seguir revisando y reescribiendo ad infinitum, tampoco pasa nada), y después, y sólo después, entonces publicar, publicar, publicar y publicar, sobre todo si nadie te quiere, sea bajo la editorial X o la editorial Y (si es bajo L.I.S., mejor, aunque eso requiera mucho esfuerzo y tiempo al menos no te robará nadie y serás dueño de tu trabajo y de lo que él te traiga).



Lo que quiero decir es que las editoriales, sobre todos las medianas y pequeñas, tal vez deberían de replantearse muchas cosas, primero para seguir teniendo un valor cultural en sí mismas si es que quieren seguir preservándolo editando y publicando libros, y segundo para seguir haciendo necesaria su labor, y todo eso pasa por entender su relación con los autores desde otro punto de vista, es decir, si quieren sobrevivir y sobrevivir siendo aún necesarias, han de reestructurar todos los parámetros del negocio, de SU negocio, empezando por dejar de segregar al autor de todo el proceso, desde la manufactura hasta la promoción del objeto, y terminando con su relación con el librero y el lector. Por no hablar de lo que pueda significar "de verdad" editar, esto es, trabajar un texto con el autor (¿desde dónde? ¿para qué? ¿por qué? ¿para hacerlo más vendible o para hacerlo estéticamente mejor?). Sé que todo lo que he dicho es una gilipollez y puede ser rebatido con un leve soplo, lo sé, sobre todo porque hay excepciones, como siempre y toda mi argumentación es bastante pobre. Y también sé que todo esto suena muy en plan "comercio justo", "comercio responsable" o "economía social", es decir, muy naif y bondadoso, pero lo curioso es que en el fondo me la suda, y digo que "me la suda" porque yo he terminado publicándome a mí mismo, es decir, he hecho 200 sillas iguales y las he vendido a quien ha tenido a bien quererlas comprar, llegando a donde he podido llegar con mis pocos medios y mi natural ineptitud para hacer negocio y sabiendo que "mi recorrido comercial" iba a ser ridículo, pero eso sí, al menos no he perdido el dinero que me dejaron e incluso he podido llegar a pagar un par de letras del préstamo de la librería, y si escribir es entendido como una categoría que sólo te pueden dar los otros, para algunos que no conozco de nada (dos o tres, oíga, un disparate, lo cual hace todo aún más ridículo si cabe) lo soy (cómo sea lo que yo escribo no es competencia mía, no porque no me importe, sino porque yo no puedo juzgarme como debería o como juzgo a otros, por eso me autoedité, para entender qué he de hacer para seguir). Sin embargo, leo el post de Juan Malherido, leo "En los antípodas del día", leo "Índice onomástico" de Teo Serna, hablo con Teo Serna sobre ser escritor, etc... y para colmo se me plantea la oportunidad de intentar crear una editorial y editar no sólo cosas que yo tengo en el cajón bajo la denominación editorial de "La internazional Samizdat", y claro, uno le da por desbarrar que da gusto y duda de todo, incluso de si realmente debería seguir escribiendo o intentando al menos contar historias, pero, oye, igual todo se reduce a "tratarla bien" y tener "soul". Hasta dónde quiera uno llegar y cómo en el mundillo editorial, es otro cantar, pues parece que conseguir editar es como enfrentarse al guardián del Puente de la Muerte en "Los caballeros de la mesa cuadrada". Sing with Jimmy... "I wanna tell you a story..."
  



sábado, 2 de marzo de 2013

Like a rag doll


Creo que no debería escribir esto, aunque tampoco sé qué pretendo escribir. Tal vez me refiera a decir eso que por un lado me aterra, pero no, no es esa la palabra, pues "aterrado" no estoy. El lunes voy al cirujano, a Toledo, a escuchar lo que me tienen que decir (y ya intuyo) y a decir yo según me digan. Sólo hay dos opciones, y ninguna de ellas es la palabra "cura". Hace mucho tiempo que sé que mi corazón tiene fecha de caducidad, y he de reconocer que muchas veces no sé aún vivir con eso. Hace pocos meses sentí que comenzó (otra vez) la caída, que la curva del vuelo comenzó a ir hacia abajo. Diez años, quizá uno más, de subida, de regalo. Ya era algo que había oído más de una vez, pero aún así cuesta encajar. Diez años.

Pues bien, han pasado diez años (once realmente) y la decadencia ha empezado de nuevo. Diez años de recuperar cierta normalidad y vivirla; aunque también es cierto que los dos o tres primeros años tras la operación de corazón fui un poco suicida, pero por fortuna cierta cordura me puso en mi sitio y acepté el pago por ese tiempo dado a cambio. Uno puede saber que todo es cíclico, que todo es una espiral que nos hace pasar por sitios y vivencias ya pasadas pero no igualmente vividas; pero otra cosa es "saberlo" y aceptarlo. Y uno lo "sabe" cuando no queda otra y el castillo, por mucho que quieras creerlo así, no es de sólida piedra precisamente. Llevo varios meses mal, y por mal me refiero a fatiga, a cansancio y a dolor, aún es un estadio muy llevadero, pero inevitablemente irá a peor. El cirujano sólo me puede decir dos cosas, y ambos sabemos que una de ellas viene dictada por cuestiones que no son médicas. Esperar, ¿a qué? ¿A que esté peor y la recuperación sea más dura (para mí, y por extensión para mi familia)? Lo mismo esperan a que ya no tengan que gastarse nada por mí, ni una cama, ni un quirófano helado, ni todo eso que les voy a hacer gastar y que será una millonada insoportable para la sociedad. Algo me dice que eso va a ser lo que voy a oír: Que aún es pronto.

Es una manera de verlo. Sí, todavía puedo soportar estar peor, ya pasé por eso y sé lo que es, y sé que por cabezonería aguanto estar hecho un trapo sin fuerzas para dar la vuelta a la manzana hasta que les salga de los cojones.

Sin embargo esta vez es diferente, y no sólo por haberlo vivido ya. Esta vez hay una bomba de relojería anidada al lado de mi corazón, provocada por esa espera anterior (que bien hubiera valido una demanda pero ellos juegan la carta de esperar que con volver a tirar con lo tuyo tengas bastante como para además meterte en laberintos judiciales agotadores, y en mi caso les salió bien). 


No me gusta esa sensación nueva, ese estado casi crispado de pensar que la gran explosión silenciosa puede detonarse en cualquier momento. No sería un infarto, no habría dolor fuerte, no habría tiempo, no habría gran frase final, sólo habría calor y oscuridad. Es cierto, a veces me sale una vena hipocondríaca que ni Woody Allen.

Escribo porque tengo miedo. Escribo porque estoy cabreado. Y esta vez además está el pequeño Pavel. 

A todo esto, también hay algo que le da a todo esto una extraña sensación de fin de ciclo. Esta mañana, después de llamarme para darme la cita del cirujano, he comprobado que, efectivamente, por fin he terminado de pagar todas las letras del préstamo que pedí para abrir la librería La Pecera. No más letras, no más hacer lo imposible para poder hacer frente a esa losa mes tras mes. Nos ha costado, pero ya está hecho. No fue la mejor idea del mundo, no fue en el mejor lugar, no fue en el mejor pueblo, no fue en las mejores condiciones, no me rodeé del mejor apoyo, pero aún así estuvo de puta madre y ahora, dos años después de que abandonara aquella librería a su suerte, por fin se ha roto la cadena, la ball and chain que cantaría a voz en grito Janis; oh brother, ni los hermanos Cohen hubieran filmado historia más surrealista acerca de un librero dicharachero en un pueblo de mierda (encontrar y tener los clientes fieles, amables, increíbles y maravillosos que tuve sólo hace que considere la aventura como más soberbia aún y mi día a día en aquel pueblo como peor). Se supone que el caimán no es para estas cosas, pero no encuentro otro modo, ni de decírmelo, ni de justificar tanto el silencio como mi indolencia ante el mismo.

Cosido como un muñeco de trapo, que decía Warhol; marcados de por vida, que cantaba el gran Angry Anderson y sus Rose Tattoo...

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