sábado, 19 de enero de 2013

En un perpetuo tsundoku...






He sacado los libros de la estantería, esos que leo juntos y revueltos, para ternerlos "a la vista" con la intención de ir dando cuenta de ellos. Al continuo apilamiento hay que añadir una relectura, la de Bulgakov, que está superando con creces el placer de la última vez, tanto que ahora no quiero acabarlo, y he dejado a Margarita volviendo a casa después del aquelarre y a Natasha volando sobre Nikolay Ivánovich convertido en cerdo por las callés de Moscú, preciosas a rabiar...

Ayer vendí un ebook de "La muñeca rusa", al administrador de una página fascinante que gracias a Voland que descubrí una vez publiqué la novela de Milos, pues si hubiese dando antes con ella posiblemente hubiera entrado en un agujero negro y no hubiera acabado nada. Rusadas...

Debido a mi pobreza sobrellevada, aprovecho las fiestas de cambio de año para pedir libros y algunos discos. Al ir a colocarlos, vi que alguno del año pasado lo tenía sin abrir, y recordé esa palabra japonesa que es un haiku infinito en sí mismo. Llevo haciendo tsundoku desde los quince años, fetichista impenitente de todo lo femenino, el vinilo y el papel encuadernado. Lo cual, sumado a una modesta biblioteca que heredé de mi tío-abuelo, me hace tener libros repartidos por varios lugares (casa de mis padres, cajas en la lavandería, casa...). Normalmente escribo en la mesa de la cocina (hoy también), que también heredé y que intenté restaurar yo mismo lo mejor que pude (sigue en pie...), sentado en una silla de bambú que fue de mi bisabuelo y que es comidísima. La espera de un espacio propio (ese cuarto propio que pedía Virginia Woolf) donde poder encerrarme a escribir mientras atrueno mi cabeza con guitarrazos hirientes o saxos sincopados, afortunadamente no cercena las ganas de teclear el portátil, aunque a veces no sea el mejor momento ni las condiciones sean positivas. La ausencia de tiempo para mí desde la llegada del enano y la imposibilidad de laburar, ha hecho más evidente la ridiculez de mi tsundoku, sobre todo de un tiempo a esta parte. Esa fábula de la hormiga y la cigarra, siendo la hormiga la mirada inquisitiva de mis libros por las paredes mientras yo hago la cigarra pedorreando tripitas. 

De nuevo, otra vez, el libro como objeto. El tiempo de vida de un libro es cada vez más breve, si no funciona su venta en los primeros meses, se devuelven la mayor parte de las copias, acabando apiladas en almacenes de editoriales y distribuidoras a la espera de ser finalmente destruidas. No hace falta haberse hecho librero y arruinarse después para saber eso. Ahora bien, saber que ese hecho hace que rápidamente sean descatalogados (y quedando así relegados a circular en el mercado del libro de segunda mano o a las bibliotecas) hace que uno necesite hacerse con algún ejemplar aunque sepas que tardarás mucho en leerlo. Tsundoku (つ んどく) es una palabra japonesa que se utiliza informalmente para referirse al acto de comprar libros y amontonarlos sin leerlos en pilas por la casa, en estantes, en el suelo o en mesitas de noche. A pesar de todo, uno sabe que hay libros que no podrá "rescatar", las fiestas de cambio de año en las que la gente se regala cosas pasan cada 12 meses y aunque de vez en cuando rapiñe y salve alguno, no llego... Vendo libros de Milos Meinser para salvar otros... No es tan así, pero casi... Me quedan 26 ejemplares en casa de "La muñeca rusa", mas otros 33 repartidos en 4 librerías y una lavandería. Dudo mucho que se agoten, pero contaba con eso. De todos modos, pienso como en el precioso vídeo de aquí abajo, al final, los libros, tarde o temprano, acaban saliendo de su sitio de la estantería y conocen mundo...

miércoles, 9 de enero de 2013

"En los antípodas del día". Gonzalo Aróstegui Lasarte

"Sé que no estoy en mi juicio y que me falta inspiración. Todo me saca de quicio ¡qué desilusión! Odio salir a la calle, hiede la televisión, el rocanroll es un arte ¡qué desilusión! Es sólo una canción y me siento mejor (bis) Soy compañero de nadie y viajo solo en mi vagón, no encuentro un soplo de aire ¡qué desilusión! Soy pregonero del negro y tengo en cama la opinión, sé que no existe el infierno ¡qué desilusión! Es sólo una canción y me siento mejor"

Antípoda es masculino. Se dice "los antípodas". No conozco a nadie que lo diga bien. Es dificil hablar de ciertos libros, uno no sabe por dónde empezar. Yo he acabado "En los antípodas del día" de Gonzalo Aróstegui Lasarte, dueño y señor de Ragged Glory y escritor meritorio a raíz del gancho al hígado que me tiene confundido un par de días después de haber cerrado su libro. He de evitar las referencias privadas, pues los espejos que entre las líneas iba encontrando me han metido más de lo aconsejable en la historia. Hay libros que son reales. Rara vez la literatura lo es. Pero este libro lo es. Es real, y creo que eso es lo mejor que puedo decir de él. Es real y es paradigmático, es mito y es historia, a la vez, y eso lo hace grande. Ahora empezaré con las referencias, por eso de explicarme. 

"Te tiras cinco años estudiando Filosofía en la universidad, asentando en tu espíritu la ferralla epistemológica que te forma, te informa y te conforma, y cuando llega la hora de aplicarle el hormigón, aquella no es capaz de aguantar la embestida para la que -según todos los cálculos estructurales- estaba preparada." (pág 225)

Que yo haya trabajado de teleoperador (http://elcaimansincopado.blogspot.com.es/2010/09/vis-vis-entre-patadas-al-balon-y_07.html), que yo haya estudiado filosofía, que yo haya tenido gloriosas borracheras con Edu, Iván, Loic, Ramón y Sergio, que yo... no importa... nada importa salvo lo que hay en este libro...
Si Fernando León de Aranoa o Benito Zambrano buscaran un guión potente, lo encontrarían en este libro (de hecho, deberían buscarlo en este libro). Pero debería adaptarlo Azcona con el propio Aróstegui para que no se perdiera nada. Azcona no se debería haber muerto nunca, como Berlanga, como nunca debería morirse Rosendo Mercado, pero ese es otro tema, o no... Si Nick Hornby viviese en Carabanchel y en vez de jugar a ser progre lo fuese de verdad, habría escrito algo parecido a esta novela. No quiero resumirla, no creo que lo hiciera bien. Pero hay historia, hay narración, hay trabajo, hay personajes, y aunque el libro esté narrado en primera persona, todos están dibujados, con trazo más o menos fuerte, pero con una precisión y belleza increíbles. A veces lees libros que parecen estar hechos a medida, pero tu no lo sabes, ni lo buscas, simplemente lees y lees, pasas páginas y ríes, asientes, lloras, sufres, te ves y ves, sobre todo ves. Ves lo que ha sido un trozo de nuestra historia que nadie cuenta ni quiere contar. Los ochenta tuvieron sus directores de cine, plagados de cierto costumbrismo acaramelado; también su literatura, su música (eso descontado); sólo hay que saber buscar. Los noventa también, pero en esa década parece que todo era demasiado cartón piedra, sobre todo en este país, España, tan dado a insultantes anuncios vomitivos de campofrío cuando las cosas van mal y a la vácua modernez de Fangoria cuando van bien. Me contradigo a mí mismo; sólo hay que saber buscar... No me gustó "Historias del Kronen", ni en papel ni en celuloide. La transición al nuevo siglo no tuvo, a mi entender, su cronista, o al menos no sin que apareciese barnizado con cierta pelusilla autocondescendiente. Y ahora llega Gonzalo Aróstegui y planta a un personaje, una foto, una polaroid, un retrato baconiano, con sangre, vísceras y empuje, un retrato de todos esos hijos de trabajadores que en 1998 vadeaban la veintena acercándose a la treintena, esa primera generación perdida, soberbiamente preparada, culta a su pesar, cínica y heroica, y lo llama Rafael Hernández, y lo rodea de gente llamada Celso, y Jaume pero podrían llamarse Iván Pérez, o Ramón Fernández, o Eduardo Navarro... Y los presenta como son, como soy, como somos, como fuimos y acaso seremos, y narra, a pesar de la primera persona, con una certeza desoladora; capítulos cortos dan paso a un gran capítulo donde el narrador (Aróstegui) hace fluir la historia con una soltura (a pesar de lo farragoso de un aspecto de la trama) asombrosa. Piensa en Holden Caufield y ponle las ropas de Max Estrella, hazle tener la apariencia y el bagaje de Josele Santiago y el regusto concienciado de un Bertold Brecht en pleno monólogo después de un concierto de Iggy Pop... Ese es Rafael Hernández, y "en los antípodas del día" su viaje al fin de la noche, una radiografía sublime de esa generación proletaria que fue a la universidad y que, con el año 2000 sobre sus cabezas, se encontraron con que su mundo había desaparecido, o sería más certero decir que se encontraron con que no había lugar para ellos en el mundo que creían habitar, y que no eran más que eso, proles, y que en vez de con 18 o 19 años, iban a sentir en sus carnes la explotación y la toma de conciencia de clase acercándose ya peligrosamente a la treintena. Su corazón de las tinieblas fue darse cuenta de que sus pilares: el rock, los libros, el amor, la familia, los amigos (la fraternidad), los bares, nada valía, nada permanecía, sino todo lo contrario, se desmoronaba en sus manos, quedando la lógica del explotador y el explotado, la bajeza del sálvese quien pueda, ese mundo neoliberal que por mucho que combatamos con guitarrazos, arrojo y dignidad, siempre nos pasa por encima. La noche, LA NOCHE, ese turno donde Rafa vive y se gana la vida, aparece entonces como esa venda que poco a poco cae de su cara y le deja ver dónde está, aunque él crea que el sueño y el cansancio sean el colchón que amortigua su amargura. Un día asumes lo que llevas tiempo intuyendo, que no hay solución. En "En los antípodas del día" uno se ríe, sonríe mejor, pero la mueca no desaparece; en la novela de Aróstegui, al igual que en la vida, en el día a día, uno espera el próximo concierto, la próxima quedada con los colegas, la próxima juerga para descargar un poco de peso, para poder seguir el relato hasta ese final que intuyes que el autor no edulcorará (sorry Hornby), porque este es un libro real, una apuesta tan ética como estética. La radiografía no sólo es en blanco y negro sino que tiene carne, tiene color y calor... Me encantó lo que dijo Lu en su blog sobre este libro. Lu siempre es increiblemente certera y cercana en sus opiniones, a veces leyendo el libro de Aróstegui, la veía en Raquel... "...plasma la realidad del trabajo precario y las increíbles tragaeras que muchas personas demuestran tener a la hora de mantener un puesto de trabajo que no es, ni mucho menos, el que deseaba conseguir cuando estudiaba. También recoge los frustrantes intentos de escribir una tesis sobre el nacionalismo y mantener las relaciones personales con amigos o con la pareja trabajando en horario nocturno, vamos, misión imposible. Pero bueno, aunque la realidad del protagonista sea así de jodida, tampoco es un libro para echarse a llorar. Hace tiempo, escuchando a David Trueba en una mesa redonda sobre guiones cinematográficos, tuve que darle la razón cuando se puso a "criticar" a Ken Loach. A ver, tampoco es que lo pusiera a parir, pero se quejaba del rollo victimista de sus personajes, de la continua tristeza, del énfasis puesto siempre en lo negativo y en lo dramático. Dijo algo así como que los parados también se ríen, toman cervezas y follan, sólo que Ken Loach no enseñaba eso en sus películas. Pues bien, en el libro de Gonzalo el protagonista tiene motivos para quejarse, pero se queja mojándose (como debe ser), y además se ríe, toma cervezas, va a conciertos y folla. Como la vida misma."

A pesar de lo que digan los suplementos culturales, lo blogs más cool y visitados, cercanos a los randomboys o a los círculos de poder, es enormemente reconfortante saber que se editan libros como el de Aróstegui Lasarte.


Dale al play, sube el volumen y canta; después llama tus amigos y sal a buscar este libro...


martes, 8 de enero de 2013

David Bowie ¿Dónde estamos ahora?

Supongo que no habrá despistados que no sepan lo de la vuelta de Bowie, anunciada el día de su 66 cumpleaños, por lo que el motivo de poner esta escueta nota e insertar su vídeo se debe simplemente a la intención de comenzar el archivo del 2013 con la cosa más dolorosamente hermosa que hoy he encontrado...


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